La lucha de los conspiranoicos contra las vacunas y las mascarillas ha dado en los últimos días un giro inesperado. La última de las ‘verdades’ que se comparte con una viralidad pandémica entre los foros de los que desconfían de todo lo que suene a ciencia podría hacer que los que defendían que las mascarillas y las restricciones eran un inaceptable ataque a su libertad acaben poniéndoselas. El motivo: ¡protegerse de los vacunados!
Sí, los defensores de la teoría de la conspiración que rodea el Covid-19 y el SARS-CoV-2 están aterrados porque las personas que han sido inoculadas con alguna de las vacunas para luchar contra el coronavirus les puedan contagiar “cosas”. Y la mejor manera para defenderse del contagio es, evidentemente, una mascarilla.
La última teoría de la conspiración dirigida a las vacunas deriva de otra previa, que la inmunización es en realidad un orquestado plan para esterilizar a los que la reciben (especialmente a las mujeres) y acabar así con la superpoblación del planeta. Pues bien, ahora resulta que los vacunados van soltando por el aire esas proteínas modificadas, concretamente la proteína S, contagiando al resto de personas.
La teoría está tan extendida, que el servicio de ‘fact checking’ de la agencia de noticias Reuters publicó hace unas semanas un artículo desmintiendo las falacias que rodean la disparatada teoría.
Podrá parecer un disparate, pero en Estados Unidos el uso de las mascarillas, por ejemplo, hace tiempo que se convirtió en una cuestión política más que sanitaria. El expresidente Donald Trump abrazó públicamente las dudas de los más insensatos, negándose a cubrirse la boca en público en multitud de ocasiones. Lo que hasta entonces se escondía en los reductos más oscuros de Internet se convirtió en algo aceptable para el común de los mortales.
La creencia de que los vacunados “mudan” proteínas, como hacen las serpientes con la piel, está tan extendida que ya hay comercios que prohíben la entrada a vacunados para proteger a las mujeres en edad de procrear. O este colegio de Miami, que tampoco contratará a profesores vacunados para proteger al alumnado de la peligrosa “muda de proteínas”.
Sin embargo, los expertos no creen que los conspiranoicos vayan a acabar poniéndose la mascarilla, sería demasiado vergonzoso después de meses defendiendo su ineficacia. Por supuesto, los vendedores de crecepelo ya se han inventado una respuesta para frenar las proteínas mudadas por los vacunados. Tal y como recoge Vice News en un artículo, hay quien impulsa para tal fin las mascarillas bañadas en coloides de plata, una combinación que aúna a los antivacunas con los antimascarillas y los que defienden la medicina holística como cura de todos los males del planeta. El cóctel perfecto de la conspiración.
Desinformaciones, mentiras y bulos que son menos casuales de lo que en un principio podríamos pensar. Resulta que la inmensa mayoría de las noticias falsas en torno a las vacunas no surgen de personas anónimas con falta de formación. Según un reciente estudio del Centro para Contrarrestar el Odio Digital (CCDH por sus siglas en inglés), más de dos tercios de todas las noticias falsas relacionadas con las vacunas parten de sólo 12 conocidos infuencers antivacunas.
Cada vez existen más dudas de que el planeta en general, y Estados Unidos en particular, puedan alcanzar la ansiada inmunidad de rebaño en un futuro próximo. La culpa principal la tienen las nuevas variantes del coronavirus, mucho más infecciosas que la primera cepa, pero los antivacunas no ayudan.
Lo que en un principio se cifró entre un 60% y un 70% de la población inmunizada, ha sido revisado tras las nuevas variantes. Los expertos apuntan ahora a que sería necesario más de un 80% de población inmune para hablar de inmunidad de rebaño ante el coronavirus. Una cifra que en Estados Unidos se antoja complicada de alcanzar.
Según las cifras recogidas hace unos días por el New York Times, uno de cada tres estadounidenses se muestra reticente a ser inoculado con alguna de las vacunas desarrolladas para frenar el Covid-19. Cifras globales que en un país tan grande como Estados Unidos no anima a vaticinios demasiado positivos.
Es decir, puede que en grandes ciudades la inmunidad supere con creces ese umbral, pero si en un pueblecito perdido de Wisconsin la mitad de la población no se vacuna, se abre una puerta a nuevos contagios que amenacen esa inmunidad global.
Eso por no hablar de países en vías de desarrollo que irían muy por detrás de los países del primer mundo en cuanto a vacunación se refiere. En un planeta globalizado sirve de muy poco que tras la frontera todo el mundo esté inmunizado. Cada vez parece más evidente que la inmunidad de rebaño será imposible hasta que el planeta entero lo esté, y así todavía seguirá siendo muy complicado.