Acaban de recuperar a todos sus amigos. Y desde que han retomado sus actividades juntos están mucho más felices. Se llevan muchos años, pero les encanta jugar juntos. Comparten edificio, el del Centro Intergeneracional de Ourense. Allí hay una escuela infantil con 70 niños de cero a tres años y un centro de día con 37 mayores. Ambos centros están comunicados y además el edificio está totalmente acristalado, por lo que la interacción y el contacto visual es constante. Hasta que empezó la pandemia, las actividades entre niños y mayores eran continuas. “Los mayores le contaban cuentos a los niños, les ayudaban a ponerse los mandilones, hacíamos clases de gimnasia juntos”, explica Belén Pérez, directora de la escuela infantil.
Pero llegó el covid y con él todas las restricciones. Estuvieron muchos meses sin poder tener contacto entre ellos. Solo se veían a través de los cristales. “Se saludaban y se mandaban besos, era muy emocionante”, relata Belén. “Durante este tiempo siempre se buscaban, intentaban acercarse. Los niños los llamaban”, añade Adriana Pérez, directora del centro de día.
Con la pandemia todas las actividades pasaron a tener protocolos estrictos. Trabajaban en grupos pequeños y sin poder mezclarse. Y sobre todo, se echaban mucho de menos. “Al principio les costaba entender que no podían tocar a los niños ni darles un beso. Notábamos que estaban más apagados”, reconocen las responsables del centro.
Por eso, aunque no podían hacer actividades juntos, intentaban fomentar esa interacción de otra forma. “Los niños estaban en el patio y los mayores se acercaban al cristal y se tocaban a través de él. En aquel momento en que todo era con distancia nos daba seguridad y a ellos les encantaba”, cuentan.
“¿Cuando podremos volver a lo de antes?” Esa era la pregunta más repetida, tanto entre los pequeños como entre los mayores. Y con la mejoría de la situación y los usuarios del centro de día vacunados han decidido recuperar los lazos perdidos. Aunque con precauciones. Siempre al aire libre, manteniendo la distancia de seguridad y con mascarilla. Los niños recobran la ilusión de jugar con “sus amigos mayores”, y para ellos son la mejor de las vitaminas. “Están felices, a nivel emocional algunos han rejuvenecido veinte años, es espectacular”, asegura Belén.
Los niños de dos y tres años tienen un taller de estilos musicales. Esta semana tocó folclore gallego. “Preparamos canciones tradicionales que conoce la gente mayor. Ellos bailaban desde su lado de la barandilla y los niños, desde el otro lado, imitaban sus movimientos. Se lo pasaron fenomenal”, destacan. Tienen también una huerta que cuidan entre todos y han recuperado las clases de gimnasia, ahora en el exterior.
Otra de las actividades estrella es la pintura a través del cristal. Realizan una obra de arte conjunta pero sin tocarse, cada uno da rienda suelta a su creatividad desde un lado del cristal. “Les encanta, van complementando los dibujos y eso fomenta la conexión. Para los mayores el hecho de levantarse y agacharse para dibujar es un estímulo que los activa de manera natural”, subraya Adriana. También aprovechan para aprender cosas sobre la vida diaria. “El otro día pusimos unos tendales y las personas mayores tendían su ropa y les enseñaban a los niños. Les hacen muchísimo caso”, asegura Belén. “Y los usuarios del centro de día ejercitan sus manos y además se sienten útiles”, apostilla Adriana. Y es que ese es uno de los objetivos del centro: demostrar que son más capaces de lo que pensamos y que hay que respetarlos y escucharlos. “Es una función de empoderamiento para ambos: de decir, soy útil, puedo hacerlo”. Las responsables del centro se quitan mérito: ellas solo preparan lo básico en las actividades, ellos marcan el resto.
Para algunos mayores los niños son como sus nietos, y los pequeños conocen a muchos por sus nombres. Hasta ahora los veían al otro lado del cristal, pero desde que se pudieron relajar los protocolos, en cuanto pueden van corriendo hacia ellos. Con ellos bailan, cantan, pintan… “Van creciendo con la idea de que ser viejo no supone ser un estorbo”, sostiene Belén. Cada día, cuando llegan los mayores, les ayudan a colocar su bastón. Así, los niños aprenden a ser más tolerantes con otras capacidades. Es una simbiosis que beneficia a todos: los mayores mejoran su predisposición para realizar diferentes actividades. “Los niños les aportan frescura, dejarse llevar. Empiezan cantando y bailando con ellos y el resto del día lo toman con mucha más motivación”, explican.
Adriana asegura que los niños sirven de acicate para los usuarios del centro de día que tienen más deterioro cognitivo. “A algunos los llamas por su nombre y no te responden, a veces es complicado que te miren a los ojos. Pero con un niño delante asume su rol de adulto, con los pequeños conectan mucho más rápido”. Aprovechan las horas de comida de los bebés para que los mayores se ejerciten: “Es una observación pautada, les decimos que vigilen si comen solos, si mastican, es una forma de estimularlos”, indica.
Las responsables del centro destacan la enorme capacidad de adaptación tanto de los pequeños como de los mayores. “Lo asumieron todo de forma admirable. La mascarilla, las distancias, la desinfección constante”. Ahora lo peor ya ha pasado y juntos, aunque todavía no revueltos, han retomado sus actividades en común. “Volvemos a ser una pequeña familia”, resume Belén.