Conocido también como asbesto, el amianto forma parte de un grupo de seis minerales metamórficos fibrosos, compuestos de silicatos de cadena noble. Poseen fibras largas, resistentes y lo suficientemente flexibles para poder separarse y entrelazarse, y entre sus propiedades destaca esencialmente su grado de resistencia a las altas temperaturas, razón por la cual se ha utilizado de forma recurrente para hacer tejidos incombustibles y como aislante térmico.
No obstante, lo más importante y lo que debemos conocer al respecto del amianto es que está catalogado, en todas sus variantes, como un agente cancerígeno de primera categoría. Es un contaminante complejo, y el gran problema es que, –por sus propiedades químicas y debido a su bajo coste–, su utilización fue exponencial. Se empleó en múltiples construcciones y para infinidad de aplicaciones industriales antes de que se abordasen de manera internacional y de forma contundente los gravísimos problemas que provocaba para la salud de aquellos expuestos a él.
En España se prohibió la utilización, producción y comercialización de fibras de amianto el 7 de diciembre de 2001, por medio de la Orden que modificaba el anexo I del Real Decreto 1406/1989 del 10 de noviembre, imponiendo limitaciones a la comercialización y al uso de ciertas sustancias y preparados peligrosos.
No obstante, dada su utilización ampliamente extendida hasta entonces, numerosas estructuras, componentes y objetos estaban ya impregnados de amianto…
Presente en mayor o menor porcentaje en distintos materiales que lo contienen, se empleaba en estructuras de acero de edificios de grandes dimensiones, como cortafuegos en falsos techos y sobre techos de piscinas; para aislamiento de desvanes; como aislamiento y para relleno en orificios por los que pasan cables; en tuberías y calderas de edificios públicos, fábricas, centros escolares y hospitales; en forma de tableros aislantes de amianto en casi todo tipo de edificios; en conducciones y como cortafuegos; en paneles de relleno, tabiques, placas para techos, base para tejados, revestimientos de interiores de paredes; calderas de calefacción central, hornos, hornos incineradores y otras instalaciones sometidas a altas temperaturas; en fundiciones, laboratorios y cocinas; en el encofrado de edificios industriales; en cisternas y depósitos, desagües, tuberías de alcantarillado, conductos para el agua de lluvia y canalones; tubos de evacuación de humos; en materiales para pavimentos en escuelas, hospitales y viviendas; en herramientas de automoción; en materiales ferroviarios y de construcción naval… La lista recogida por el Ministerio de Salud es casi interminable.
El último caso que lo ejemplifica, de hecho, ha tenido lugar en Zaldibar, Vizcaya, donde se produjo un enorme desprendimiento que provocó el corte de la AP-8. La escombrera dejó sepultados a dos trabajadores de un vertedero cuyo rescate hubo de ser paralizado por culpa de la presencia del amianto, obligando a los equipos implicados a precintar la zona, destruir la ropa, desinfectar los vehículos e incluso analizar el agua de los riachuelos cercanos por si estuviese contaminada.
La exposición a fibras de amianto se produce principalmente a través de la vía respiratoria. El principal riesgo se produce cuando esas fibras quedan en suspensión en el aire, –lo que sucede por ejemplo en demoliciones, trabajos de taladro, rotura de material o cuando éste se encuentra en estado muy deteriorado–, y el contacto es –no breve– sino prolongado. Tienen acción inflamatoria, fibrótica y carcinogénica.
No obstante, además de a través de la inhalación, el amianto entra en contacto con el organismo también a través del contacto dérmico y a través de la ingestión.
"Sus efectos principales a nivel respiratorio se producen cuando la inhalación es superior a la capacidad de aclaramiento pulmonar, y tiene efecto acumulativo, con un período de latencia que puede ser largo", tal como se refiere en los ‘Protocolos de vigilancia sanitaria específica de Amianto’ del Ministerio de Salud.
La longitud y configuración de las fibras influye en su capacidad de penetración en las vías respiratorias, ya que pueden permanecer en suspensión en el aire durante mucho tiempo, y por lo tanto ser respiradas. Una vez llegan a los pulmones, los mecanismos de defensa del organismo tratan de descomponerlas y expulsarlas, siendo muchas las fibras de amianto que consiguen quedarse en el cuerpo, permaneciendo mucho tiempo sobre él. “Las manifestaciones de las alteraciones de la salud debidas a amianto pueden presentarse hasta 75 años tras el inicio de la exposición”.
La exposición al amianto puede producir fibrosis pulmonar o asbestosis, alteraciones pleurales, pericárdicas y peritoneales y cáncer de pulmón, mesoteliomas pleural, peritoneal y pericárdico, además de estar asociado a carcinomas gastrointestinales, de laringe y de ovario.
Del mismo modo, existe sospecha, no confirmada, de que el amianto puede producir también otros cánceres, como el cáncer de riñón y el cáncer de mama.