"Teníamos que estar, pero no, por el coronavirus". Es uno de los muchos pequeños chinos que están en casa por el miedo de los padres ante la segunda ola de coronavirus de España. Sus padres han preferido dejarlos en casa por miedo al contagio. En los colegios del barrio madrileño se notan las ausencias. Algunos tienen síntomas pero la mayoría de las bajas se debe a que muchos ciudadanos chinos creen que los más pequeños no pueden respetar las medidas de seguridad y el colegio les parece un entorno de riesgo. Mientras los padres intentan sacar adelante sus negocios aunque con pocos clientes. Algunos siguen cerrados desde el estado de alarma.
La Asociación China de Derecho en España ya emitió al defensor del pueblo en la que manifestaban que en España había un descontrol evidente y una mala gestión de la crisis que no podía poner en riesgo a los menores y apostaban por la educación on line ante el riesgo que puedan asumir los menores. "Quien tiene que decidir si sus hijos no van al colegio presencialmente son los padres, no puede ser algo obligado por la ley, dada la situación epidemiológica actual.
En caso de contagio, ¿sobre quién recae la responsabilidad por los daños a los menores?". Consideran que no se han implantado de manera efectiva unos protocolos ni se han adoptado medidas suficientes y eficaces de prevención e higiene.
Hay que recordar que los chinos fueron los primeros que cerraron por precaución sus establecimientos durante la primera ola. Fue en marzo y los chinos ponían carteles en sus locales diciendo que se iban de vacaciones.
Ahora son más reacios a cerrar sus locales porque la crisis económica empieza a hacer mella en las cuentas. Como muchos de los establecimientos españoles, no pueden mantener el cierre por más tiempo sin quebrar. Mantienen, eso sí, estrictas medidas de seguridad, que incluyen pantallas protectoras, mascarillas y guantes, incluso cascos protectores de rostro. En los establecimientos del barrio de Usera, en Madrid, uno de los que tienen mayor concentración china, los empleados toman la temperatura a todos los clientes que entran en el local. Además controlarán que no haya más de dos personas comprando a la vez en el interior de la tienda. Pero a sus hijos los dejan en casa.