La pandemia provocada por el coronavirus sigue causando estragos entre la población, cada vez más cansada y preocupada por las efectos que la crisis sanitaria puede tener en sus vidas en el medio y largo plazo. Cataluña, una de las regiones más golpeadas por el virus a lo largo de este año, afronta además un periodo de incertidumbre política mientras sus ciudadanos no saben cómo será su vida a partir de ahora.
Montse, Andrés, Toni, Adnaloy y Mercè son algunos de los casos que ilustran la vida de millones de personas que ha cambiado de forma drástica por los efectos de la pandemia. Una enfermera, un director de residencia, un padre de familia, una restauradora y una profesora, echan la vista atrás y recuerdan con dolor un año que, como a muchos otros, les ha cambiado todo alterando sus planes de futuro.
Montse trabaja como enfermera en Parc Taulí de Sabadell (Barcelona). La joven dice haber "interiorizado" tanto estos últimos meses de trabajo sin descanso que apenas recuerda cómo era todo antes de la llegada del coronavirus: "Ya ni me acuerdo del trabajo de antes".
En los peores momentos de la pandemia, llegó a pasarlo tan mal que se planteó dejarlo. Faltaba material y las muertes se contaban por decenas todos los días. Antes, recuerda, apenas moría un paciente por semana. Por lo que más preocupados estaban en el hospital, recuerda, era la posibilidad de poder contagiar a sus seres queridos.
El trato ahora es menos cercano y las salas de planta ya no están abarrotadas con visitas sino que los pacientes están más "solitos"-relata. "Llevo un año que solo voy de casa al hospital. Ni salgo a hacer la compra; me la traen. No quiero contagiar a nadie, me sentiría responsable", confiesa.
Andrés Rueda es el presidente de la asociación catalana de gerentes de centros y servicios de atención a la dependencia (ASCAD). Hasta hace un año, sus preocupaciones se reducían a cumplir con las normativas o gestionar residentes de integración compleja. Un año después se queda de una administración desaparecida en un año en el que han estado trabajando sin descanso.
Pese a que el Plan Nacional de Vacunación les ha dado prioridad, asegura que siguen preocupados por la expansión de nuevas cepas que podrían hacerles "revivir la pesadilla".
Hasta hace nada, Toni era dueño de un bar y tenía una vida estable. Tras la llegada del coronavirus se vio forzado a cerrar y ahora se ve forzado a pedir comida en una ONG junto a su mujer y sus hijos de 2, 4 y 7 años. De no poder pagar las facturas han pasado a pedir ayuda para llenar la nevera.
Además, Toni y su familia, tuvieron que dejar su casa después de que fueran desahuciados el pasado mes de septiembre. De momento, el Ayuntamiento de Barcelona les ha realojado en un apartamento turístico de los muchos que quedaron vacíos. "Hemos estado tirando de la ayuda que nos consiguió la asistenta de 400 euros durante un año, pero ¿quién puede vivir con 400 euros?".
La desesperación le hizo traspasar su bar por debajo del precio de mercado y ahora Toni sigue preocupado por volver a trabajar para poder pagar sus deudas. "Estoy buscando trabajo, pero en la hostelería está muy mal. A ver si puedo ir quitándome las deudas poco a poco", añade.
Adnaloy Osío le pone voz a otro de los muchos casos de hosteleros que se vieron forzados al cierre como consecuencia de las medidas restrictivas para prevenir los contagios por la covid19. Abrió su propio restaurante en Barcelona tras formarse en la cocina del Mugaritz. Tras una "enorme" inversión de su familia consiguió en 2016 encender unos fogones que tuvo que apagarlos a principios de otoño al no obtener "ninguna ayuda".
"Esas ayudas son hipócritas y nos quedamos sin ellas por la letra pequeña", lamenta la joven, madre de una hija y que vive igualmente junto a sus padres, a los que cada día tenía miedo de contagiar en las últimas semanas antes del traspaso del local, semanas en las que tampoco salían los números.
"Tuvimos que poner las cosas en una balanza y se terminó mi sueño, para el que llevaba toda la vida preparándome", cuenta emocionada. "No llegábamos ni a pagar los gastos básicos. A mis 35 años y con un restaurante tenía que pedir dinero a mis padres para pañales", añade la chef, que está ideando cómo salir adelante con nuevos proyectos.
Mercè es Maestra de infantil en Manresa (Barcelona). Desde que se contagió en octubre y pasó la enfermedad con su familia, arrastra graves secuelas que, de momento le impiden trabajar. "Yo era muy activa, me encantaba el fin de semana ir a la montaña, y ahora casi no puedo ni andar", relata a Efe. "Siento como si los músculos estuvieran atrofiados y lo peor es que los médicos no saben bien qué decirme, eso es lo que me deja más intranquila".
A pesar de todo, se mantiene con buen ánimo y se toma con humor sus problemas de habla y movilidad: "Hablo como más despacio y no me salen las palabras, eso no es algo típico de mí".