Se acerca diciembre, y como cada año, toca repetir los rituales que le dan sentido a las fiestas y a la navidad en su conjunto: reencuentros con los seres queridos, comidas pantagruélicas y sus correspondientes digestiones, planificación al milímetro de los menús de Nochebuena y Nochevieja.
Una buena parte de la organización de las fiestas y del sentido último de la Navidad pasa por pensar y elegir los regalos que vamos a hacer y el papel con el que los envolveremos, si somos de los que le ponemos cierto mimo al envoltorio y nos parece un detalle tan clave como el regalo en sí mismo. Ahorrar también es clave.
Es importante cuidar los pequeños gestos, sobre todo si queremos reducir el impacto ambiental durante el proceso y nos parece que todas las navidades usamos exceso de papel, con el consiguiente gasto innecesario de recursos.
El papel de regalo tradicional suele estar plastificado, teñido o decorado con purpurina, lo que dificulta su reciclaje. Al final de las fiestas, los vertederos acaban llenos de toneladas. Además, su producción implica un consumo masivo de agua, energía y árboles, recursos valiosos que podemos proteger con pequeños cambios.
Una de las maneras más efectivas de reducir el uso de papel de regalo es emplear materiales que ya tenemos en casa. Con este enfoque ganamos en dos frentes: además de minimizar residuos, salimos del clásico papel de regalo sin personalidad comprado a última hora en un bazar. Vale cualquier papel alternativo al tradicional: papel de periódico, páginas de revistas, mapas antiguos o incluso bolsas de papel de compras anteriores. Aquí, la creatividad de cada cual es el límite.
En todos los casos, le damos un buen uso a la economía circular, y eso nunca es una mala idea.
Otra opción es reutilizar materiales en los que no solemos pensar habitualmente, como distintas telas que podamos tener en casa. Para ello, nada mejor que investigar sobre la tradición japonsea del furoshiki. Originalmente, estas telas se usaban para envolver ropa y objetos personales cuando se visitaban baños públicos durante el período Nara (siglo VIII). Con el tiempo, la técnica evolucionó hasta convertirse en un arte de envolver que incluye métodos y diseños específicos.
La tela no solo es elegante como alternativa al papel, sino que nos permite reutilizar sin límite objetos de uso cotidiano. Podemos emplear pañuelos, manteles pequeños o retazos de cortina que hayamos guardado por algún motivo. Así logramos que el envoltorio ‘con nuestro toque’ forme parte del regalo, le damos un doble propósito y logramos reducir los residuos.
Por regla general, la tela debe ser al menos tres veces más grande que el artículo. Para regalos pequeños como joyas, bastará con un cuadrado de 50 cm. Para objetos más grandes, como libros o botellas, quizá necesitemos telas de hasta un metro.
Las mejores para envolver son de algodón, lino o seda, ya que además son flexibles. Dependerá de las preferencias personales de cada cual.
Si preferimos tirar por lo clásico y comprar el papel, conviene recordar que existen opciones sostenibles. La más asequible (y accesible) es el papel reciclado o kraft, cuya variedad es muy amplia. Existen marcas que ofrecen papel de regalo biodegradable o con semillas incrustadas.
Otras opciones podrían convertir en envoltorios cajas que tengamos por casa, o utilizar las clásicas bolsas de tela.
Otra de las posibilidades es salir de la ecuación: bien material + papel que lo envuelva. Podemos transformar los objetos en experiencias: entradas para conciertos, suscripciones digitales, cursos presenciales o en línea, cenas en restaurantes.
Basta con pensar una buena tarjeta hecha a mano, y el regalo que se salga de la norma ya está hecho.