María Rosa y Manuel son compañeros de piso: "Las personas mayores necesitamos hablar con la gente"

María Rosa Jurado, de 90 años, vivió durante más de dos décadas con su marido en Cullera (Valencia), como ambos planearon tras jubilarse. Pero cuando él falleció regresó a Madrid para estar más cerca de sus dos hijos. “El problema de la capital es que las distancias son enormes y las familias nos vemos mucho menos de lo que nos gustaría. La rutina absorbe”, lamenta. Por ello, con una lesión ocular diagnosticada que le hacía sentirse insegura e incrementaba su intranquilidad al quedarse sola en casa por la noche, decidió apuntarse en el año 2016 al programa Convive, un proyecto que junta a personas mayores que viven solas con estudiantes que buscan una vivienda. Ahora comparte piso con Manuel Núñez, un joven costarricense de 22 años que cursa un máster de Administración y Dirección de Empresas, aunque por su hogar ya han pasado otras cuatro universitarias. 

Estas mujeres, ahora independizadas, todavía mantienen el contacto con Jurado, que ha sido en mayo madrina de boda de una de ellas: “Ha estado conmigo seis años, hemos pasado muchos momentos juntas: exámenes, enfermedades, la muerte de mi perra y hasta una pandemia mundial”. Cada tres semanas quedan para comer en el barrio. El proyecto pretende alargar al máximo la estancia de la persona mayor en su propio domicilio para que no pierda los vínculos con su entorno

En la entidad Solidarios para el Desarrollo, promotora del programa desde el año 1995, defienden que el proyecto no pasa de moda, todo lo contrario. Por un lado, los lazos sociales cada vez son más frágiles en las grandes ciudades. La soledad no deseada es uno de los mayores riesgos para el deterioro de la salud y un factor determinante para entrar en situación de dependencia, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Por otro lado, España ya es el tercer país de la Unión Europea donde más subió el precio de la vivienda en el segundo trimestre del año, según datos de la estadística comunitaria Eurostat.  

Un hogar a cambio de compañía

Núñez convive con Jurado desde el mes de julio, cuando dejó su anterior piso compartido con otros jóvenes: “Aquí el ambiente es sano, seguro y hogareño, se adapta a mí porque yo vine a España a ponerme las pilas con los estudios. Además, noto el ahorro”, cuenta. Los estudiantes no pagan un alquiler, solo asumen los gastos que genera su estancia en la vivienda (luz, agua, gas o Internet) y su propia manutención e higiene. En la mayoría de los casos, la persona universitaria aporta entre 90 y 120 euros mensuales.

Jurado tenía una vida social muy activa y se pasaba el día entre clases de literatura, historia y ajedrez, pero desde abril convive con una ciática que le impide seguir este ritmo. “Las personas mayores necesitamos hablar con la gente, me gusta convivir, comentar tonterías del día a día, ver la tele acompañada y saber que no duermo sola en casa”, cuenta. 

Aquí el ambiente es sano, seguro y hogareño, se adapta a mí porque yo vine a España a ponerme las pilas con los estudios. Además, noto el ahorro

Ella asegura que ya siente a Núñez como un nieto y así se refiere a él delante de los vecinos. “Me apoyo en su brazo cuando vamos a caminar, comentamos las noticias y hablamos de temas profundos como la soledad o la religión”, comenta. El joven explica que salen con frecuencia a tomar café y a comer fuera si la ocasión lo requiere, como cuando la propietaria de la casa cumplió años. También la acompaña a sus citas médicas y a la farmacia, si sus hijos no pueden hacerlo. Durante la semana cocinan por separado porque Núñez madruga más que ella y tiene clases por la tarde, pero cuando anochece se ponen al día. 

Para participar en el programa las personas mayores deben tener 65 años o más y preferiblemente tienen que vivir solas, además de mantenerse en un estado psicofísico autónomo porque el estudiante acompaña, pero no cuida ni se encarga de todas las tareas del hogar. El joven ha de estar matriculado en una de las siete universidades con las que el programa tiene convenio. El curso pasado terminó con 69 convivientes y el nuevo año académico ya cuenta con 25 compañeros de piso. Esta experiencia puede iniciarse en cualquier momento con la pretensión de finalizar el semestre, tras superar una entrevista personal y un test de compatibilidad.

“Me instala aplicaciones para que pueda ver series. Hasta me arregló la cisterna del cuarto de baño cuando se estropeó y también el picaporte de una puerta”, explica Jurado emocionada y feliz por haber encontrado a una persona muy parecida a ella: "Somos extrovertidos, aprendo mucho de él, conozco cosas que ignoraba y cambio de opinión, que eso también está bien”. Núñez confiesa que ella es más abierta, a pesar de la diferencia de edad. “El primer día que lo conocí ya hubo feeling entre nosotros”, confiesa Jurado, que ahora se ríe de haber tenido dudas de convivir con un hombre. Existe la posibilidad de que tanto la persona mayor como el estudiante puedan finalizar la convivencia avisando con un mínimo de 15 días de antelación.

Cada uno se encarga de mantener su habitación ordenada y de hacer su colada porque la limpieza general la realiza una persona contratada por Jurado. Al estudiante no le inquietaba la diferencia de edad para iniciar la convivencia, pero sí las condiciones del programa. Se establece que los universitarios tienen que estar dos horas y media diarias con las personas mayores y deben llegar al domicilio antes de las 22.30, salvo en el tiempo semanal de libre disposición y los periodos vacacionales estipulados por la comunidad educativa.  

“Salgo a las 21.00 de clase y si pierdo el autobús, puedo llegar tarde”, explica el joven, al que además le encanta viajar y prefiere comprar los billetes entre semana porque son más baratos. “Es una cuestión de hablar y adaptarse el uno al otro. Yo no estoy con el reloj en la mano controlando los minutos que pasa conmigo, lo importante es convivir”, resume la propietaria de la casa. Solo le pide que si se va a retrasar la avise por mensaje para quedarse tranquila. 

La confianza entre ambos es plena. Jurado ya conoce a algunos compañeros de Núñez, que a veces estudian en su casa y degustan la paella que les prepara. “Un amigo le compró un souvenir de su viaje a Marruecos antes de conocerla en persona, pero es que le hablaba mucho de ella”, cuenta el joven, que no tiene billete de vuelta para volver a Costa Rica. "Si algún día quiere, también puedo ser su madrina de boda", dice Jurado entre risas.