Claudia Muñoz Campillo asegura ser superviviente de abuso sexual infantil por parte de un familiar. Recuerda la primera agresión a los 7 años, pero dice que a esta le sucedieron más, la última fue a los 22. Tardó casi dos décadas en contar este relato, explica que necesitó encontrar las palabras adecuadas para poner nombre a lo vivido y romper con el miedo de herir a los suyos: “No quería hacer partícipes a las personas que amaba de mi dolor, era una forma de protegerles”. Uno de cada seis menores será víctima de este tipo de delito, según revela un estudio presentado este miércoles por la ONG Educo y la Cátedra de los Derechos del Niño de la Universidad Pontificia de Comillas.
"Tras el abuso sexual infantil tienes que aprender a volver a querer tu cuerpo herido, necesitas reconstruirte en base a un trauma vivido”, cuenta Muñoz, que ahora tiene 29 años. En el 80% de los casos el agresor pertenece al entorno de los más pequeños, según Save The Children. “Aprovechaba ciertas situaciones, como cuando estábamos en el sofá, para manosearme por debajo de la manta, también tenía que realizarle yo tocamientos. Incluso, llegué a hacerle alguna felación”, detalla.
Explica que creía que eso no estaba bien, pero no pensaba en contarlo, lo asumía como parte de su realidad: “También lidiaba con amenazas. Me hacía creer que era un juego secreto y me decía que si lo revelaba, dejaría de ser la niña de sus ojos”. El entorno desconocía lo relatado, "era difícil esperar algo así", aunque asegura que su madre sí llegó a intuirlo. Cuenta que la progenitora intentó abordar el tema con ella, incluso trasladó esta preocupación a su centro educativo, donde no detectaron ningún síntoma de alerta. “Mi cabeza siempre planeaba la forma de ocultarlo, quería proteger a la familia, única y exclusivamente”, confiesa.
A los 19 años, mientras estudiaba el grado de Integración Social, su mundo se desmoronó porque en en el aula apareció una persona superviviente de abuso sexual infantil, dispuesta a contar su testimonio. “Mi cabeza hizo clic. Por primera vez encontré las palabras para definir lo vivido, entendí la magnitud y la gravedad de la situación. Lo pasé terriblemente mal”, señala.
Ese mismo día se desmayó y terminó en Urgencias: “Mi cuerpo no era capaz de soportar tantísimo dolor. Recuerdo con más sufrimiento la sanación que el abuso en sí, por duro que parezca”, dice tras explicar que tuvo que ser adulta para poder comprender los límites: “Entendí todo lo que me había robado. Los abusos sexuales infantiles destruyen por completo la base estructural de la persona”.
Entonces, se lo contó a su madre. “Nos fundimos en un abrazo, ella sentía una culpabilidad terrorífica y yo también por compartir ese peso”, recuerda. Explica que no tardaron en enterarse de lo sucedido sus hermanos: “Mi cuerpo empezó a chillar todo lo que la mente había callado”. Pero Muñoz no quería que tomaran medidas, solo pedía pausa y espacio para asimilar lo vivido.
Asegura que no dejó de ver a la persona a la que acusa de cometer estos hechos. “Coincidíamos en comidas familiares, pero yo estaba en una punta y él en la otra. Nunca nos quedamos a solas”, detalla. Muñoz cuenta que todos se arrepienten de haber abordado de esta forma la situación, pero confiesa que no tenían ni las herramientas ni la sabiduría para afrontarla de otra manera: “Era un tema muy tabú”.
En uno de estos encuentros confiesa que le puso la mano encima de la pierna mientras comían en un restaurante, tenía 22 años. “Volví a casa destrozada, con una ansiedad terrible”, relata. Su madre, según explica, se enfrentó a él para prohibirle cualquier tipo de acercamiento. En ese momento, Muñoz dice que también se lo contó a su padre.
Durante el proceso de aceptación se sintió muy juzgada por algunas personas de su entorno, también incomprendida e invalidada. Todavía convive con la ansiedad y la depresión. Dos veces al mes acude al hospital para controlar su trastorno de conducta alimenticia. Sufrió intentos autolíticos y estuvo ingresada en un centro de salud mental: “Invalidas un cuerpo que no sientes como tuyo porque está dañado y sabes que lo estará para toda la vida. Te culpabilizas por lo sucedido. Sientes que tu físico no te pertenece ya que un día, sin permiso, lo tocaron e hicieron con él lo que quisieron”.
Muñoz también tuvo problemas de corazón y sufre espasmos semifaciales. Por ello, se operó tres veces del cráneo, la última hace un mes y medio en Japón. También le diagnosticaron un tumor en el ovario. La medicina no establece una relación directa entre el abuso sexual infantil y su historia clínica, pero ella está convencida de que el estrés acumulado y la ansiedad favorecen el desarrollo de estas patologías.
Cuenta que repitió dos cursos en secundaria. La ONG Educo advierte en el estudio de que el abuso sexual infantil puede comprometer el desarrollo futuro. Además, asegura haber cambiado su forma de interactuar con los demás: "Durante muchos años de mi vida me relacioné a través de la seducción, poniéndome en peligro en numerosas ocasiones. No establecía un apego seguro". También cree que ha desarrollado una empatía y una sensibilidad extrema con el dolor ajeno.
Muñoz considera que hace falta mayor sensibilización ciudadana, cambios legislativos e investigación para paliar los abusos sexuales infantiles. En junio del año 2021 se aprobó la Ley Integral de Protección a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia para mejorar la seguridad de los menores.
Con el objetivo de ayudar a las víctimas de violencia sexual, Muñoz desarrolló la plataforma Mar de Mariposas que atiende a personas adultas con terapias individuales especializadas en trauma: "Tenemos grupos refugio para corazones que sanan. He creado todo lo que yo hubiera necesitado en su día". A raíz de visibilizar su relato, lo que más le sorprende es la cantidad de personas adultas que contactan con ella para contarle que fueron víctimas, después de llevarlo en secreto muchos años.
No se olvida de los más pequeños. Por ello, creó un juego dirigido a menores, de entre 3 y 11 años, para romper con el tabú del abuso sexual infantil, ayudar a prevenirlo y a detectarlo. "A una niña que esté pasando por esto, la abrazaría muy fuerte y le diría que no está sola, que nunca le falten las alas para volar", dice. En abril publicará un libro sobre este asunto: "Nunca borras lo vivido de la mente, pero se llega a encontrar la paz".