Llego sola a la acampada, mis amigas están todavía dormidas y no sé cuál de las 200 tiendas es la suya. Trato de montar la tienda sola y claramente no lo consigo. Una chica desconocida me ofrece ayuda y la acepto, porque como ella me ha dicho, aunque ninguna sepamos hacerlo cuantas más cabezas haya pensando mejor. Un poco como lo que estamos viviendo.
Las mesas de estudio están a reventar y entre todos los ordenadores distingo un cartel que indica que alguien está buscando profe de química. Espero que lo haya encontrado. Nos preparamos para los exámenes donde vomitaremos un montón de información mal planteada para demostrar que somos buenos estudiantes, ¡Ja! Porque para las universidades, los malos somos los que están fuera de las aulas. Nos quieren dentro, pero sobre todo, nos quieren mansos. La mañana es tranquila entre estudiosos, juegos de cartas y grupos de trabajo para mantener el orden. Todo el mundo habla y se ayuda sin conocerse, algo que como joven víctima del Covid-19 todavía me resulta extraño. Pero no me siento sola. Los vigilantes del Edificio de Estudiantes se han cansado de vigilar y menos mal, porque un perrito ha hecho pis en la “U” de la UCM.
Se ha convocado una manifestación en Legazpi a las 12:30 por el alto al fuego y la ruptura de relaciones con Israel. Dan las 11:30 en la acampada y nos reunimos para organizar nuestra participación en la manifestación. Un grupo de voluntarios marcha para el centro con una pancarta que pide a la Unión Europea y al Gobierno de España que actúen, para dejar claro que no queremos centrarnos sólo en negociar con la universidad, poniendo el foco en todas las campistas de España y del mundo que nos mantienen a nosotras fuertes también.
Tras la reunión, me siento con cinco campistas estudiantes de antropología de 19 años, que me incluyen en su grupo de estudio para su examen de “Cambio Social” que tienen el lunes y al que acudirán desde aquí. La paradoja de que estén estudiando para cambio social, mientras ellas mismas son las que lo están consiguiendo y viviéndolo en sus propias carnes. Mientras me narran su temario y yo pretendo entender algo, una compañera del comité de comida nos trae un montón de frutos secos que nos han donado. Aprovechamos, ya que no todos los días se pueden tomar anacardos.
La tarde es tranquila, hablo con otra campista que lleva aquí desde el jueves y me cuenta que se llevó la misma impresión que yo hace unas horas: una solidaridad absoluta en cuanto llegas. La ayudaron a montar su tienda y se pudo instalar rápidamente, haciéndola sentir parte de la lucha desde el minuto uno. También me cuenta que planea quedarse varios días más y que pretende unirse al grupo de limpieza.
A las 17:00 nos reunimos en Asamblea. Comparada con la primera a la que asistí, la plaza se nos está quedando pequeña. Tras dos horas de asamblea y mucho consenso conseguido, acabamos al grito de “Va a caer, va a caer, el estado de Israel”. Ahora a coger fuerzas para mañana. Palestina, seguimos contigo.
ACLARACIÓN: Esta crónica no habla en nombre de ninguna organización o colectivo, tan sólo se narra una experiencia personal.