José Antonio Ortega Lara, el exfuncionario de prisiones secuestrado en un zulo durante más de 500 días por la banda terrorista ETA, y el guardia civil que coordinó el operativo de su rescate, el coronel Manuel Sánchez Corbí, han comparecido por primera vez juntos y en público, 27 años después de la liberación.
Lo han hecho en una mesa redonda celebrada este jueves en el marco del II Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo, organizado por la Comunidad de Madrid y la Universidad CEU San Pablo bajo el lema 'Comprometidos con la memoria'.
En ella, ambos han recordado pasajes del secuestro y la investigación y han enfatizado la necesidad de recordar a las víctimas del terrorismo.
"Porque sin memoria no hay democracia", ha expuesto Sánchez Corbí, quien ha dicho que el secuestro y posterior liberación de Ortega Lara es "una metáfora de cómo ha sido la lucha contra ETA" y de la forma en que se acabó con la banda.
También ha puesto en valor la forma ejemplar en que resistieron las víctimas, y ha apostillado: "Eso evidenciaba que ETA perdió. De hecho, lo último que hubiesen querido ver es que José Antonio estuviera aquí".
Sánchez Corbí ha relatado los entresijos del operativo y las dificultades a las que se enfrentaron durante los 532 días que duró el secuestro, hasta que el 1 de junio de 1997 lo encontraron en un zulo escondido en una nave industrial de Mondragón (Gipuzkoa).
Aunque llegaron hasta el habitáculo de manera casual, ha recordado quien entonces era el jefe de Operaciones Antiterroristas del instituto armado, hubiesen llegado hasta él de todas formas porque estaban dispuestos a "tirar abajo" la nave.
Por su parte, Ortega Lara ha comentado cómo, pese a sus esfuerzos para mantenerse firme y activo, el cautiverio le acabó convirtiendo "en un guiñapo".
"Estaba condenado desde el principio, pero la esperanza siempre la tienes e intentas sobrevivir con eso. Pero llegué a un estado de deterioro que pedía a Dios y a mis secuestradores que me dejaran morir en paz y en dignidad", ha dicho en un momento de la mesa redonda, titulada 'La firmeza del Estado frente al terror'.
Tras 27 años, Ortega Lara ha rememorado la "liberación" que sintió al perdonar a sus captores, pero ha subrayado que no puede olvidar lo sucedido y un sufrimiento que desea que las nuevas generaciones "no tengan que vivir".
"Considero que fue una de las cosas buenas que hice, aunque no se lo merecían, pero como persona y cristiano debes hacerlo. La vida, desde entonces, ha sido un poco más fácil", ha concluido.
17 de enero de 1996. Ortega Lara, nacido en 1959, es abordado en el garaje de su vivienda en Burgos, cuando regresa de su trabajo en la cárcel de Logroño, por tres etarras que le introducen en el maletero de su coche y luego le trasladan en un camión, oculto en una máquina especialmente preparada, hasta un zulo en una nave industrial de Mondragón (Gipuzkoa).
Al día siguiente, encuentran su coche abandonado en el polígono industrial burgalés de Gamonal. Sus gafas estaban en el maletero. Tres días más tarde de su desaparición, ETA reivindica el secuestro en una llamada telefónica al diario "Egin" y el 1 de febrero la banda terrorista asume esta acción en un comunicado.
Durante el secuestro, ETA envió a ese periódico fotografías del funcionario para demostrar que se encontraba en buen estado e, incluso, el propio "Egin" publicó una carta manuscrita en mayúsculas por Ortega Lara en la que pedía a sus compañeros que cesaran en el maltrato a los presos de la banda, y al Gobierno, que negociase. Además, decía recibir un trato correcto.
Mientras, se sucedían en España multitudinarias manifestaciones de apoyo al rehén. Fueron meses de esperanza -el 14 de abril la banda liberó al empresario guipuzcoano José María Aldaya tras 341 días de cautiverio- y de desesperación porque los días transcurrían, el funcionario seguía cautivo y ETA continuaba perpetrando secuestros, como el de Cosme Declaux, hijo de un destacado empresario vizcaíno, el 11 de noviembre de ese año.
A la Guardia Civil le costó dar con la pista que condujera a la nave del encierro, pero luego no la abandonó. Fueron días y noches vigilando en una situación hostil. Todas las precauciones eran pocas. No solo porque había que evitar ser vistos por las personas que podían trabajar en el polígono, sino por la propia orografía, la humedad del río sobre el que se encontraba la nave o lo escarpado del terreno.
Apenas se producían movimientos en la nave. Apenas dos personas entraban y salían de ella. Pero la Guardia Civil estaba convencida de que Ortega Lara se encontraba allí. Antes de su liberación, los agentes detuvieron a los cuatro etarras responsables del secuestro, uno de los cuales, Jesús María Uribeetxeberría Bolinaga, fue trasladado al zulo.
Coordinada por el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, la operación Delfín-Pulpo se puso en marcha con 500 guardias civiles ante la dificultad para encontrar el escondite, oculto debajo de una máquina pesada. Mientras, Bolinaga negaba que el rehén se encontrara en la nave.
"Tuve la suerte de encontrar el acceso" al zulo, rememora el agente Miguel en conversación telefónica. A este guardia civil, que como sus compañeros trabajó toda la noche para liberar al funcionario de la cárcel de Logroño, le llamó la atención que el pie de apoyo de un torno hidráulico estuviera fijado al suelo, cuando debería ser móvil.
Miguel había trabajado en un taller y se extrañó que ese torno no se pudiera mover. Por eso, ante la sospecha de que ocultara un zulo, comenzó a quitar los tornillos junto a otros compañeros y levantó el torno del suelo.
Un "tapón" pesado (unos mil kilos) -los terroristas lo movían con un mecanismo eléctrico- que precisó de muchas manos y que logró dejar a la vista el pequeño agujero por el que un agente tuvo que entrar boca abajo. Allí descubrió a Ortega Lara, quien convencido de que el guardia civil era un terrorista, solo acertó a decir: "Matadme de una puta vez".
En un estado lamentable, con 23 kilos menos y evidentes signos de haber sufrido en esos más de diecisiete meses fiebres, diarreas y hongos, Ortega Lara salió a la superficie.
Miguel recuerda "su cara de agotamiento", pero también la alegría que sintió porque finalmente todo salió bien para todos. Carlos también entró en la nave y contribuyó a la liberación de un hombre cuya imagen le ha quedado grabada, porque "impacta". Recuerda que costó más localizar la entrada del zulo que entrar a la nave y recalca el trabajo "muy intenso y concienzudo" que tuvieron que llevar a cabo él y sus compañeros.
"Hubo algo de suerte porque el sistema estaba bastante conseguido. No era fácil sin una pizca de suerte", apostilla este agente. ETA había perdido una nueva batalla ante la Guardia Civil.
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