José Antonio Garrido viajaba en el último vagón del tren de la calle Téllez de Madrid, en uno de los que estalló el 11M. Ese día cambió su asiento por puro azar y se sentó al final del vagón, un acto que le salvó la vida y le convirtió en uno de los supervivientes del trágico atentado yihadista en el que murieron 193 personas y hubo 2.000 heridos.
Cada 11 de marzo, José Antonio realiza el mismo viaje que hizo aquel 11 de marzo, "para rendir un pequeño tributo a la gente que iba en el tren y a los que se quedaron en las vías".
Cada día, José Antonio entraba al vagón y se sentaba en el lado izquierdo, pero ese 11 de marzo su sitio habitual estaba ocupado por otra persona, lo que hizo que se fuera hacia la parte de atrás del vagón, en una decisión que le salvó la vida, ya que la bomba estalló en la otra punta del vagón.
José Antonio sigue recordando los momentos de horror vividos tras el estallido de la bomba: "La visión inicial fue dantesca, era casi una carnicería". Recuerda "los muertos, los heridos, la gente que sufría en las vías, la gente que estaba pasando frío".
Trató de ayudar en todo lo posible: "A Ángeles, que era una vecina, la saqué del tren". Ese 11 de marzo, la primera bomba paró el tren y la segunda reventó el techo de su vagón. "Inicialmente escuché como un golpe y luego el vagón se movió. Yo me agarré pensando que íbamos a descarrilar y fue cuando explosionó".
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