Hace ya un tiempo que la sal del Himalaya se volvió uno de esos ingredientes trendy en las conversaciones sobre cocina, y no es para menos.
La popularidad de este potenciador de sabor, que para algunos gana por muchos enteros a otras especias, tiene multitud de usos en la cocina, y lo cierto es que es muy conocida por agregar matices de profundidad a nuestros platos de una manera distinta a la que lo hace la sal común.
Si la usamos en las preparaciones pescados, resalta los sabores del mar sin resultar abrumadora. Además, es perfecta equilibrar los perfiles de sabor en las recetas de pasta y arroz, y no solo eso. También va bien para coctelería, y se puede usar al preparar encurtidos, asados y parrillas, o para potenciar el umami del sushi y la comida asiática. Los postres, otro terreno con mucho margen para la experimentación, la admiten perfectamente para crear ciertos contrastes y salir del sota, caballo y rey del dulce por el dulce.
Su versatilidad es evidente, y de ahí que sea un condimento muy atractivo con cierto predicamento en la cocina gourmet.
Como cualquier ingrediente, puede presentar ciertos problemas en su forma de uso. No siempre la consumimos de forma correcta.
A la sal del himalaya la rodea a veces un aura exagerada de afirmaciones sobre supuestas propiedades milagrosas. Como cualquier elemento que incluyamos en nuestra dieta, deberíamos comprender primero qué beneficios nos aporta y cuáles son sus contraindicaciones.
No, no es un remedio único para problemas de salud, y si estamos pensando en utilizarla con cierta regularidad, deberíamos partir de un consumo informado y responsable. Hay que encontrar un equilibrio entre el deleite gastronómico y el placer y el bienestar del cuerpo.
La cantidad diaria recomendada de sodio para adultos es de aproximadamente 2300 mg, y el consumo excesivo de sal puede elevar nuestra presión arterial, aumentando el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Un aspecto crucial que a menudo pasamos por alto al consumir este tipo de sal es la falta de yodo. La versión del Himalaya carece de este nutriente. Es decir: sería un error consumir única y exclusivamente este potenciador de sabor y desterrar para siempre la sal de mesa o la gruesa. Podríamos acabar sufriendo deficiencia de yodo y otras condiciones médicas adversas (el bocio y distintos problemas de tiroides).
Si a pesar de todo queremos agregarla a nuestras recetas, quizá deberíamos plantearnos reequilibrar otros platos con otro tipo de sales exóticas, como la sal atlántica o la sal gris.
Del mismo modo, las personas con sensibilidad al sodio o condiciones médicas que requieran una restricción de este componente deben tener cuidado con cualquier tipo de sal, incluida la versión pakistaní. Primero van siempre las necesidades dietéticas, después el sabor y el disfrute en la cocina.
Si somos consumidores responsables, probablemente nos preocupan las implicaciones que tiene usar este potenciador de sabor tan de moda en los últimos años. Sobre todo, deberíamos tener en cuenta la cadena de producción y consumo. La sal en su versión Himalaya se extrae de depósitos en las montañas de esa región, principalmente en la zona de Pakistán. Ese color rosa que la hace tan atractiva se debe a la presencia de minerales como el hierro y el manganeso.
A diferencia de la sal de mesa común, la del Himalaya no se somete a procesos industriales intensivos. El proceso de recolección es manual y tradicional. Los mineros extraen grandes bloques de las minas y luego los procesan para obtener cristales finos o bloques más pequeños. Toda esta cadena hace que su coste sea tres o cuatro veces mayor que el de la sal común, pero ese no es el único problema.
No podemos obviar el alto impacto medioambiental. La minería en una región geográfica sensible, el transporte, la exportación y la huella de carbono derivada de todos estos procesos en los que a menudo no reparamos hacen que extraerla demande una alta cantidad de recursos. Es como para pensárselo dos veces.