"Yo hacía lo que él me decía, porque para mí era como Dios". El testimonio de las víctimas de pederastia en la Iglesia que recoge en su informe el Defensor del Pueblo evidencia el abuso de poder ejercido por los abusadores, que se aprovechaban de la indefensión y debilidad física de sus víctimas y su situación de vulnerabilidad.
Muchas de las víctimas de abusos en la Iglesia eran chicos que ingresaban a edades muy tempranas en los seminarios, entornos en los que vivían un aislamiento social y familiar.
"Yo hacía lo que él me decía, porque para mí era como Dios. Él tenía que protegerme, era como mi caja de seguridad. Él decía que rezaba a Dios por mí y que Dios me daría todo lo que yo necesitara. Chuparle el pene no era nada comparado con obtener de Dios aquello que yo necesitaba".
Es el desgarrador testimonio de unas de las 487 víctimas que ha entrevistado la institución que preside Ángel Gabilondo.
"Nos lo hacía a tres o cuatro niños de mi clase nada más. Recuerdo algunos apellidos, pero no voy a mencionarlos. Sí recuerdo que éramos de aspecto similar, rubillos, delgados y tímidos".
El principal factor de riesgo que comentan los testimonios está relacionado con ser menor de edad durante los abusos y características como la debilidad física, la falta de autonomía y la total confianza, además de rasgos físicos considerados estereotipadamente atractivos (niño rubio, ojos claros).
La ausencia física o emocional de padres y madres o el hecho de provenir de familias disfuncionales también ha sido un factor de riesgo para muchas víctimas. Es el caso de los niños ingresados en orfanatos, internados, seminarios u hospitales.
"Ellos sabían de quién podían abusar, normalmente personas de clase baja, muchas veces las personas que tenían beca en el colegio, que, de forma increíble, los sacerdotes les llamaban 'niños gratuitos', a los que tenían beca para estudiar en el colegio, que eran los niños pobres".
"Mientras que los demás llevábamos un babi blanco, el babi que ellos llevaban era a rayas, parecían presos. A estos eran a los que más atacaban, porque sabían que estos niños no podían decir nada, estaban allí de favor", rememora otra víctima.
En su informe, el Defensor destaca el contexto social e histórico en el que se han cometido la mayoría de los abusos, en la segunda mitad del siglo XX, cuando los clérigos contaban con un prestigio social y moral que hacía impensable la crítica hacia ellos, como podía ser que un menor acusara a un clérigo de abuso sexual.
Muchos testimonios han aludido a la imposibilidad de revelar los abusos cometidos por un cura por este motivo: "Me daba vergüenza explicarlo, porque no quería decir cosas malas de un cura, que en teoría era una persona buena".
En cuanto a las estrategias que usaban los religiosos para cometer los abusos, el informe apunta que aprovechaban la cercanía física del niño en una situación ordinaria, como leer o dar la lección junto a la mesa del profesor, confesarse, curar una herida en la enfermería, supervisar las duchas, etc.
Y no era extraño que el abuso se realizara a plena luz y delante de otros niños. "Me tocó ser testigo presencial de los tocamientos que hacía a los niños de la parroquia. Y no solo a los de la parroquia, sino a los de otro colegio, donde había niños poco favorecidos".
Aprovechar la pernocta en excursiones, viajes o campamentos también ha sido una estrategia repetida.
Algunos agresores dormían junto a los niños o adolescentes y esa cercanía facilitaba el abuso, señala el Defensor, que se muestra sorprendido por el poder de algunos agresores a los que se les permitía elegir un niño para dormir con él, en una habitación o tienda de campaña diferente a la ocupada por el resto de los menores.