Cada vez es más habitual que se cocine una alta cantidad de comida con antelación y se vaya consumiendo unas horas o días después, bien guardado en un tupper hasta entonces. Economía del tiempo dicen que se llama. Sin embargo es importante saber cómo almacenar estos alimentos para que se mantengan correctamente y sin problemas, ya que hay que tener en cuenta elementos de la ecuación tan importantes como los tiempos, las cantidades o la temperatura de la comida.
Además hay dos posibles repercusiones de nuestras decisiones a la hora de meter el tupper de comida en la nevera. Por un lado estaría cómo afecta al propio aparato y a la comida que ya está dentro del mismo, y por otro cuál es la mejor forma de conservar la comida para que esté en condiciones óptimas para su consumo posterior.
Conservar los alimentos a una temperatura adecuada es fundamental, sobre todo cuando el mercurio de los termómetros comienza a subir y el deterioro de la comida se produce más rápido. La máxima que hay que cumplir a rajatabla es que los alimentos cocinados no deben mantenerse más de dos horas en la llamada “Zona de peligro”, que se sitúa entre los 4 y los 60 grados de temperatura ambiente.
Es en esta franja de temperaturas cuando las bacterias proliferan más rápidamente y suponen un riesgo potencial mayor de cara al consumo posterior de esa comida. Por otro lado, si miramos únicamente a las mejores condiciones de conservación de la comida, lo mejor es enfríar lo más rápido posible el alimento, ya que así será más complicado que proliferen las bacterias. No existe ningún peligro para la salud con un cambio de temperatura brusco. Eso no debería preocuparnos.
Otro aspecto a tener en cuenta es cómo afecta la temperatura de los alimentos que introducimos en la nevera al resto de alimentos que tenemos ya dentro de ella. Al fin y al cabo poner un tupper ardiendo junto a un blister de pollo todavía crudo puede hacer que la conservación de nuestra materia prima se vea perjudicada. En este sentido es preferible esperar a que nuestro tupper no queme, pero tampoco esté a temperatura ambiente, y colocarlo lo más alejado posible de los alimentos que sean susceptibles de ser afectados por el cambio de temperatura.
Ese cambio de temperatura brusco que se produciría si introducimos un tupper muy caliente en la nevera también podría afectar al propio aparato, ya que tendría que hacer un esfuerzo extra -con el gasto que ello conlleva en electricidad- para devolver su interior a la temperatura adecuada para la conservación de los alimentos. Además, este esfuerzo contribuye a desgastar la propia nevera, que con el paso de los años se podría estropear con mayor facilidad si hacemos esto a menudo.
Una de las formas en que podemos enfriar la comida antes de introducirla en la nevera es ponerla en recientes huecos y bajo ellos agua y hielo, tratando de evitar que entren en contacto los alimentos y el agua. De esta forma la comida reducirá rápidamente su temperatura y podremos almacenarla en la nevera sin mayores problemas. Eso sí, este método es válido en interiores. Si estamos en exteriores se corre riesgo de contaminación de la comida por fluctuaciones de las temperaturas.
Por último queremos recordar que aunque la comida se ponga en frío dentro de la nevera, la cuenta atrás hacia su caducidad ya ha comenzado, y el reloj avanza de forma inexorable. Intenta consumir los alimentos cuanto antes, y si la comida te sabe o huele raro, posiblemente sea porque se ha estropeado.