Se suele decir que el desayuno es la comida más importante del día, por aquello de aportar los nutrientes necesarios para comenzar nuestros quehaceres con suficiente energía hasta que llegan las siguientes citas con el cuchillo y el tenedor. Sin embargo, lo que no se comenta de la misma forma es qué tipo de desayuno es el óptimo, si lo hay, y cuáles son las opciones disponibles más saludables. En este sentido, una de las preguntas más habituales es sobre el tipo de desayuno que es mejor para nuestro cuerpo, el dulce o el salado.
Dejando a un lado las preferencias personales por un tipo de comida u otro, es cierto que hay veces que nos despertamos con más ganas de uno que de otro. Esto se debe, en primer lugar a lo que hayamos cenado la noche anterior. Por ejemplo, en el caso de haber cenado comida rica en carbohidratos, nuestros niveles de azúcar habrán subido mucho durante la noche, para luego caer en picado, por lo que nuestro cuerpo nos estará pidiendo algo dulce para volver a una situación de equilibrio.
En el otro lado de la balanza, si nuestro cuerpo necesita algo de sodio, tendremos ganas de algo salado. Esta situación se produce cuando estamos algo deshidratados, posiblemente por no habernos hidratado bien antes de dormir. Querrás algo salado, cuando en realidad lo que necesitamos es un simple vaso de agua.
Por supuesto, también hay un elemento cultural a la hora de elegir el tipo de desayuno que tomamos. Por ejemplo, en Estados Unidos tienden más al desayuno dulce, mientras que en países orientales, medio-este y ciertas partes de Europa se suele elegir más algo salado. También de aquí se extrae esta ‘lucha’ por dilucidar qué tipo de desayuno es mejor, ya que lo que subyace es una lucha cultural por saber quienes se alimentan mejor por la mañana.
La buena, y la mala noticia, es que no hay una respuesta absoluta para esta pregunta. El desayuno debe contener las proteínas suficientes para comenzar nuestro día, y aguantar hasta la siguiente comida principal sin sufrir un bajón de energía. Sin embargo estos nutrientes no necesitan provenir de un tipo de comida concreto, con lo que la elección de dulce o salado se convierte en irrelevante si atendemos puramente al aporte de los alimentos, dejando paso a la pregunta que realmente nos deberíamos plantear en este caso: ¿Nuestro desayuno es lo suficientemente completo para nuestra actividad mañanera?
Ahora bien, si miramos la forma en que nuestro cuerpo consume los nutrientes que cada tipo de desayuno provee, sí que vemos ciertas diferencias. Un desayuno dulce con muchos carbohidratos ofrecerá un subidón de energía a corto plazo, pero no es tan saludable a largo plazo, pues pueden aparecer problemas de salud. Por otro lado un desayuno salado y bien equilibrado sí que permitirá distribuir la energía de una manera más uniforme, sin que haya perjuicio para nuestra salud en el futuro. La clave, en todos los casos, es la moderación a la hora de desayunar. Tomar demasiada comida por la mañana no es positivo en ningún caso, aunque sea algo peor en el caso del desayuno dulce.
Aún teniendo en cuenta todo lo que hemos comentado hasta ahora, hay ciertas máximas que deberíamos tener en cuenta antes de comenzar a prepararnos el desayuno. Por ejemplo, hay que atender al hecho de que debe aportar el 25% de las calorías del día, y ⅔ de ellas deben provenir de hidratos de carbono, con simples en el azúcar, y complejos en los cereales. Las proteínas, por su parte, deben ser magras, y lo encontramos en el huevo, la leche, pavo cocido o el pescado azul. En cuanto a las grasas, es mejor tirar de las saludables, que de bollería, quesos o salsas.