Ana Sada (Pamplona, 52 años) se extrañó cuando empezó a notar que no movía el brazo derecho al andar. Lo tenía rígido. Arrastraba también un poco el pie derecho, le costaba batir un huevo o lavarse los dientes y cuando escribía lo hacía con letra muy chiquitita. Entonces, tenía 45 años y una vida muy estresante. “Estaba separada, tenía un hijo de cuatro años, trabajaba de funcionaria en la oficina de atención ciudadana en el Ayuntamiento de Burlada (Navarra) y estaba metida también en política”, recuerda. No les hizo mucho caso a esos primeros síntomas. “Sentía que algo no funcionaba, pero dentro del estrés diario que tenía, no me quería ni mirar porque no podía parar”.
Al final, tocó fondo y se cogió la baja por ansiedad y por todos los síntomas que iba ya acumulando. Tras una batería de pruebas médicas, el diagnóstico fue definitivo: Ana tenía párkinson a pesar de lo joven que era. “Fue un palo, pero intenté proteger un poco a mi entorno. Les decía: ‘Tengo párkinson, pero estoy bien’. No me permití pensarlo mucho. Al principio, no fui consciente de que la enfermedad había llegado para quedarse”.
Nadie de su familia conocida ha padecido párkinson, una enfermedad neurodegenerativa, la más frecuente a nivel mundial, que afecta principalmente al movimiento. Produce temblores, rigidez y una inestabilidad que imposibilita llevar una vida normal y sin ayuda.
Gracias a la medicación para paliar los síntomas, Ana tuvo una mejoría evidente. “Llevaba un año agarrando el ratón del ordenador con las dos manos y cuando recuperé la movilidad fue un subidón. Poder lavarme los dientes, batir un huevo, coger el ratón con una mano…”. Pero en estos siete años la enfermedad ha ido avanzando y han aparecido nuevos síntomas que apenas le permiten andar cuando se levanta hasta que se toma la pastilla y todo se normaliza.
Lo que no ha perdido Ana en ningún momento ha sido el ánimo. Y el deporte ha sido vital. Montar en bicicleta se ha convertido en una rutina casi diaria. Montada en la bici, su enfermedad parece que se esfuma. “Me viene superbién. Me sirve para controlar la ansiedad, para estar en forma y manejar el equilibrio. La bicicleta es recomendable para todo lo que puedas imaginar del párkinson, que al final son un montón de síntomas”, asegura Ana.
Uno de los problemas de los enfermos de párkinson son las fluctuaciones que tienen debido a la medicación. Al tomar una pastilla, los síntomas de la enfermedad desaparecen durante dos o tres horas, pero después de ese tiempo, vuelve la fatiga, la rigidez o el temblor de piernas. “Gracias a la bicicleta, los estadios de on -cuando la medicación hace efecto- se alargan y los de off -cuando deja de hacerlo- se lleva de otra manera. Así como cuando estás parada te puede temblar las piernas o tienes mucha más fatiga, cuando montas en bici los síntomas son mucho más llevables”, admite. “Hay mañanas que no puedes casi ni andar de lo rígida que estoy y luego me subo en la bicicleta y es increíble lo que puedo aguantar”.
Es algo que les ocurre a otros enfermos de párkinson. “Cuando hacen actividades que pertenecen a circuitos distintos al de la marcha -que es automático y es el más afectado por la enfermedad de Parkinson-, las hacen bien porque están ocupando otro circuito distinto”, explicaba a NIUS hace unos meses Alejandro Méndez Burgos, neurólogo del Hospital El Rosario y de La Zarzuela en Madrid. “De ahí que, cuando estos pacientes se quedan bloqueados, les enseñamos el truco de que hagan como si estuvieran subiendo una escalera, porque, con este otro circuito, también consiguen no quedarse pegados al suelo”.
La última hazaña de Ana será participar en la iniciativa Pedaleando que consiste en ir en bicicleta desde Valencia -junto a otras personas con párkinson, gracias a la Asociación con P de Parkinson- al World Parkinson Congress, que se celebrará en Barcelona del 3 al 7 de julio. La idea es hacerlo en siete etapas, combinando caminos secundarios y carretera. “Yo nunca había hecho grandes recorridos y va a ser duro porque al final son bastantes kilómetros los que hay que recorrer. Mi propósito es hacerlo en varias etapas, la mayoría de unos 80-90 kilómetros”, señala.
Durante los últimos tres meses, Ana se ha entrenado a fondo. Casi todos los días se sube en la bicicleta. Al principio, aguantaba una hora, pero ahora consigue estar pedaleando hasta tres. “Cada día es un reto”, asegura. “Es importante mantener un pensamiento positivo. Intento estar ocupada, pero sin pasarme”. La bici en Ana ha obrado casi un milagro. Quién sabe todo lo que puede llegar a conseguir.