No suena el teléfono, nadie llama hoy. Ni mañana. Ni en toda la semana. Su única compañera de piso es la televisión. Así, en soledad no deseada, viven muchos ancianos en España. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, en el 2021 había más de 1.700.000 mayores de 70 años que viven solos en hogares unipersonales.
Los estudios aseguran que siete de cada diez no desean esta soledad. La mayor muestra de esta dramática situación son las muertes en soledad. Nadie se da cuenta de que faltan y sus cuerpos aparecen días, meses o años incluso tras el fallecimiento. Esta semana ha ocurrido en Vigo. Una anciana ha aparecido momificada 3 meses después de morir. Ha sido su farmacéutica la que se extrañó de que no fuera a recoger las medicinas. A veces son esas señales de alerta las que llegan a los bomberos o simplemente el olor.
Lo sorprendente es que la cifra de estas muertes, que se duplicaron en ciudades como Madrid durante la pandemia, no han descendido. Alfonso Segura, oficial de Bomberos de la Comunidad de Madrid nos lo confirma. “En la pandemia teníamos unos 600 o 700 casos de aperturas de puerta al año, se duplicaron en pandemia pero las cifras no han bajado, se han sostenido. En lo que va de año llevamos ya entre 800 y 900. Y la sensación que tenemos es que van a más”.
En la asociación de mayores de Fuenlabrada, ACUMAFU, conocen bien el problema de la soledad. Hace unos días perdieron a una de sus socias. Estuvo tres días muerta en casa. “Nadie lo sabía. Sus hijos no llamaban todos los días así que…”, relata Marcelo Cornellá, su presidente. Estas asociaciones se han convertido en la tabla de salvación para muchos mayores solos. Su único contacto social: tienen talleres de ligar, viajan, servicio psicológico, incluso talleres de conducción. Vuelven a conectar a los mayores con un entorno social, hablan, juegan al billar, se sienten acompañados. Esa es la clave. “La soledad se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI”, asegura Cornellá.
Tomy tiene 67 años y una historia terrible a sus espaldas. Una pareja que la maltrataba y tres hijos que han dejado de tener contacto con ella. “Me he querido suicidar tres veces… Llega el día de la madre y nadie te felicita. Llega la Navidad y cenas sola. La última me harté de llorar delante de la tele”, comenta ella misma. Cuando se intenta comprender porqué personas que siguen teniendo familia viven en completa soledad, la angustia se acrecienta. “Mientras les das, les das, les das…Todo va bien. Cuando dejas de darles, desaparecen”.
Una vivencia que su compañero de asociación, Antonio, también vive de alguna manera: “Los hijos… Te llaman: 'Papá necesito esto, papá necesito lo otro'… Cuando no necesitan nada pasa un día y otro y otro y no te llama nadie. Y eso que los míos son de los buenos”. “Estoy más solo que una rata”, sonríe tristemente Antonio.