La sensación de calor o frío no es la misma para todo el mundo. No es de extrañar encontrarse en un mismo lugar a personas muy abrigadas y a otras que con menos ropa se sienten acaloradas. La explicación de estas diferencias se encuentra en que no todos los cuerpos son iguales y, por lo tanto, nuestro cerebro no regula las sensaciones del mismo modo. A fin de cuentas, su misión es que el organismo se mantenga siempre en las temperaturas idóneas para mantenerse sano, es decir, entre los 35 grados y los 37 aproximadamente.
Sentir más frío o más calor depende de muy diversos factores. Entre ellos podemos mencionar desde la genética, hasta el estado físico, la complexión, la edad o el sexo. Además, hay que añadir la propia respuesta de nuestro organismo a los cambios de temperatura.
Las personas que acumulan más grasa corporal tienen una mayor resistencia al frío y, por lo tanto, suelen ser más calurosas. Es por ello que las personas obesas no suelan abrigarse demasiado, ya que rápidamente rompen a sudar o sienten un mayor agobio provocado por la subida de la temperatura corporal.
Por otro lado, como casi siempre, la genética tiene mucho que decir. En este caso influye el tipo de piel, que puede ser más gruesa o más fina, dependiendo de la herencia familiar. Por ejemplo, si los miembros de una familia tienden a tener una piel más grasa, aguantarán en mayor medida el frío y, claro está, se les podrá considerar más calurosos.
La genética también incide en la tendencia a engordar de las personas o de acumular grasas. Y como acabamos de comprobar, son dos aspectos que afectan directamente a la sensación de pasar frío o calor.
La edad es otro factor que puede influir en que seamos más o menos frioleros. Por ejemplo, los bebés aún no han desarrollado el sistema que regula la temperatura corporal, de manera que en ocasiones hay que abrigarlos un poco más de lo normal. Sin embargo, cuando crecen el cuerpo de los niños funciona igual que el de los adultos, lo que quiere decir que no necesitan una sobreprotección contra el frío. De hecho, pueden ser tanto o más calurosos dependiendo de sus características físicas y su carga genética.
En cuanto a las personas mayores, según se pierde masa muscular –algo propio del envejecimiento–, el organismo queda más expuesto a las bajas temperaturas, lo que provoca que se sienta más frío. Así, las personas que siempre han sido calurosas, es probable que, conforme vayan envejeciendo, comiencen a sentir menos agobio cuando las temperaturas suben.
Finalmente, el sexo de la persona también influye en sentir más o menos calor. Las mujeres tienen habitualmente menos masa muscular, que es la que produce calor en el organismo. Este factor, unido a un metabolismo más lento a la hora de procesar alimentos y a un nivel superior de estrógenos y progesterona –mantiene los órganos internos más calientes, pero aminora la circulación de la sangre en las extremidades–, dan como resultado que se pierda calor y que las mujeres sean menos calurosas que los hombres.