El infierno del acoso escolar a Nuwa: "Mi hija pensó en quitarse la vida. Nadie la creyó"

 La pequeña Nuwa comenzó a hacerse pis en la cama, sufrir recurrentes picos de fiebre sin una explicación médica, sus notas se desplomaron y su carácter se volvió irascible. Detrás de todo ello, un acoso escolar que duró 4 años y que le hizo pensar en el suicidio para acabar con su infierno personal. No es el único testimonio de padres que narran lo que viven sus hijos a diario, como Pol, un menor con autismo que intentó suicidarse. Se burlaban de él a diario.

"'China hija de puta, cerda, puta cerda', 'hueles mal', 'tu chocho huele mal', 'chiniquis' eran algunos de los epítetos que dirigían a Nuwa todos los días y en cualquier momento dos compañeros del centro concertado donde estudiaba, situado en un barrio de alto poder adquisitivo de Madrid, explica a EFE su madre, Lola (ambos nombres ficticios porque desean preservar su anonimato), con motivo del Día Mundial contra el Acoso Escolar, que se conmemora este martes.

Cuatro años de acoso y cambio de centro

El 16 de mayo se celebrará el juicio, en el que declarará la ahora adolescente de 15 años que comenzó a sufrir acoso cuando tenía en torno a 8 años y sólo acabó cuatro años después con el cambio a otro centro educativo como consecuencia de "la pasividad" del equipo docente y el desamparo institucional.

De origen asiático, la pequeña, extrovertida, sociable y nada tímida, llegó en adopción internacional con casi 7 años, en diciembre de 2014, y la adaptación a su nuevo país estuvo exento de dificultades durante los primeros años.

Después, los insultos racistas fueron una constante, junto a gestos alusivos a su origen, añade Lola. Uno de los agresores, que después abandonó el centro, se achinaba los ojos y aplastaba la nariz, ridiculizando los rasgos de la menor, y emitía el sonido de los cerdos, profiriendo frases como "puta cerda".

Además de las frases xenófobas, Nuwa no paraba de escuchar de sus verdugos de que era una "fracasada, una perdedora, que no valía nada", hasta tal punto que se lo llegó a creer, como confesó no hace mucho a su progenitora.

Durante todo este tiempo, la madre ha acumulado una ingente cantidad de documentación de sus comunicaciones con el colegio, la Inspección Territorial de Educación, las Fiscalías del Menor y de Delitos contra el Odio, la policía municipal, el Defensor del Pueblo... Sus gestiones "no ayudaron a proteger" a su hija y aunque gane el juicio por vía civil y obtenga una indemnización, Lola afirma que "querría echar el tiempo hacia atrás y que esto no hubiera ocurrido. Como le dije a un inspector, es que hay niños que se están quitando la vida por esto. ¿Cuántas muertos necesitan encima de la mesa para hacer algo?".

Su hija también se llegó a plantear esa vía sin retorno, tal y como refleja el informe de la psicóloga perito forense que la madre presentó con la demanda judicial. Una de las razones por las que finalmente ha decidido declarar la adolescente en el tribunal el 16 de mayo es su deseo de que estos hechos no se repitan, aunque dice no entender que los profesores que no la ayudaron sigan ejerciendo su profesión y sostiene con rabia que, aunque sean indemnizada, "la vida de las personas no se compra".

El colegio abrió dos protocolos antiacoso

El colegió llegó a abrir dos protocolos antiacoso, pero ambos se cerraron sin consecuencias y con el beneplácito de la inspección educativa, cuando el caso de Nuwa es de "manual", destaca Lola, quien añade que otros compañeros sí vieron lo que estaba ocurriendo, pero no los docentes. Incluso algún compañero de clase le preguntaba a Nuwa "¿te siguen llamando china?" y otra amiguita también se lo dijo a Lola.

Así, su carácter antes alegre se volvió irascible y difícil, comenzó a suspender, a hacerse pis en la cama, a tener terror a ir al colegio y sufrir unos picos de fiebre de más de 40 grados que obligaban acudir a urgencias y cuya explicación médica, después de muchísimas pruebas, fue que estaba psico-somatizando su dolor.

Ante esta situación, la madre intentó reunirse con el centro educativo, pero durante dos meses solo logró un no por respuesta hasta que la trabajadora social del hospital donde está adscrita Nuwa -los niños adoptados tienen que seguir un estricto protocolo de salud durante unos años- intervino y Lola pudo hablar con ellos.

Sin embargo, "el colegio se mostró negacionista y con una actitud hostil desde el principio e Inspección me contestó que lo habían hecho estupendamente y que el informe pericial que aportaba no les importaba, pese a haber dos versiones contradictorias -la víctima relataba los hechos y el colegio los desmentía-. Es imposible que la niña haya estado impostando y fingiendo todo esto. ¿Qué beneficio le reporta a ella?".

Lola tacha de increíble que ninguno de los profesores "haya visto nada entre los 8 y 11 años" de la niña ni "detectaran cambios a nivel conductual o emocional", cuando algunos de sus compañeros de clase sí fueron testigos de los hechos. En ocasiones, Nuwa intentó ocultar a su madre lo que estaba viviendo porque sabía que entonces el colegio "se lo pondría más difícil", por ejemplo fue separada un tiempo en el recreo del resto de compañeros ya que el protocolo marca que la víctima no comparta espacios con sus agresores. Con lo que ellos "campaban a sus anchas y mi hija la llevaban con los de Infantil".

Con la perspectiva que dan los años, Lola cree ahora que se equivocó y que tendría que haberla cambiado de centro desde el primer día para no haber prolongado la agonía. No sabía cuál era la decisión correcta. Afortunadamente, su actual colegio es la antítesis del anterior". Actualmente, Nuwa "ya está casi bien, pero creo que esto le va a marcar de por vida", concluye la madre, quien subraya que "el abandono institucional, al menos en nuestro caso, es el verdadero escollo con el que se encuentran las víctimas. No se puede hacer absolutamente nada. Mi primer objetivo ha sido dejar documentado que así es. Creo que lo he conseguido".