El año 2022, sumó 49 mujeres víctimas mortales por violencia de género. 10 varones consumaron el suicidio y 9 realizaron una tentativa. No se defina como suicidio ampliado, se asesina anticipando que no se seguirá viviendo, que no se dará explicación a la Justicia. Tengamos presente, que estamos ante violencias sistemáticas, continuadas, donde el agresor machista ha construido su mundo alrededor de la dominación traumática, de la que define como su mujer. El sometimiento se convierte en razón de vida del agresor. Cuando mata a la que define como “su” mujer, la vida pierde el sentido para el torturador.
La prevalencia de pensamientos suicidas entre las mujeres que han sido víctimas de violencia de una pareja es cinco veces superior a la de aquellas que no la han padecido (25,5% frente al 4,7%). Y es que sufrir violencia machista por parte de la pareja o expareja, impacta en el equilibrio emocional de las mujeres, quiebra su salud mental, y es un factor precipitante de conductas suicidas, atrapadas como están en la tela de araña del maltratador.
Son muchas las víctimas, que piensan en la muerte como única escapatoria ante tanto sufrimiento.
Es en un contexto de angustia, depresión, desesperanza, donde se produce un suicidio que no es voluntario, sino inducido, provocado, como desvelan las autopsias psicológicas que determinan la relación causal entre maltrato machista y autolisis.
Quienes sabemos de psicología hemos de explicar la persuasión coercitiva. El proceso de colonización mental. El síndrome de adaptación paradójica.
Y también tenemos que señalar mitos e ideas erróneas como, que: el amor lo puede todo. O la obligación de control.
1. El peligroso riesgo de la dependencia emocional
No siempre es fácil romper la vinculación, aun cuando sea a un maltratador. Lo saben bien algunas mujeres que por temor a qué acontecerá con sus hijos, aceptación de un riesgo vital percibido, dependencia económica, y/o indefensión aprendida no ponen fin a una relación deteriorada e inaceptable.
Y junto a ello los varones maltratadores a su vez se resisten con frecuencia a dar por concluida una relación que pasó del afecto y el placer, con expectativas altas de futuro en un proyecto de vida compartido, a una decepción y frustración al quebrarse esas perspectivas, que no solo generan ira, odio y resentimiento, sino que a veces se manifiestan en conductas de violencia sistémica.
Busquemos explicar algo tan paradójico y abominable como es que se pase del amor al odio en un espacio temporal breve, y dentro de una relación de pareja estable.
Los estudios nos demuestran que la dependencia emocional, cursa ocasionalmente en las víctimas con síntomas como asunción de derrota y resignación, ansiedad y angustia, bloqueo y pasividad, pesimismo y depresión, miedo continuado ante una realidad negativa, en gran medida incontrolable, esperanza de que remita la violencia o aceptación de la misma, para que no siga en aumento. Terrible vivencia incapacitante, que además no es entendida por todos los que no están dentro de ese infierno, ni alcanzan a atisbar tal sufrimiento por quien no encuentra recursos para dejar atrás un castigo tan aberrante, injusto y puntualmente imprevisible, siempre inevitable.
Indefensión aprendida; dependencia emocional, profundicen en estos conceptos, para entender a la víctima, para ayudarla desde el exterior, aun cuando pareciera no lo desea.
Pues esa es su realidad, vivir aterrorizada, sentir el hogar como un zulo, ser masacrada emocionalmente por alguien que transmite que te quiere y que mereces esa violencia aleccionadora.
Ahora vamos a centrarnos en la empíricamente demostrada importancia de la dependencia emocional del varón, en la dinámica de la violencia contra la pareja.
De hecho muchas veces el varón que maltrata y recurre a la violencia no desea romper la relación con la que entiende su mujer, sino subyugarla y tenerla bajo control. Son varones con temor a ser abandonados, a que su narcisismo se quiebre, anticipan horror al vacío desde un apego patológico, pensar que su pareja les puede abandonar les muestra su verdadera vulnerabilidad, ellos que han instituido el poder tiránico en el denominado hogar.
Hablamos de varones posesivos, que se proponen controlar, que acaparan a la pareja a quien aíslan del grupo familiar y de amigos.
No olvidemos que la interiorización de roles de género tradicionales, basados en la denominación patriarcal sigue presente en varones españoles y venidos de otros países. Son muchos los que consideran la independencia de la mujer, como un ataque a los derechos lógicos y naturales de los varones.
Destaquemos la influencia de las actitudes sexistas hacia la mujer, la concepción del sentimiento indiscutible de propiedad, y el ejercicio de inquisidor como necesario.
Añádase en no pocos hombres, analfabetismo emocional, escasa sensibilidad y capacidad para ponerse en el lugar de la otra, déficit de empatía, rigidez o distorsión cognitiva, baja autoestima y alta suspicacia. A lo que puede agregarse factores psicopatológicos que van desde trastornos de personalidad a consumos abusivos de alcohol u otras drogas.
Lo reseñado, junto a una dependencia emocional extrema, conduce a estar continuamente supervisando a ellas y con la denominada por autores como Buttell “visión en túnel”.
Descartemos errores, los varones maltratadores no presentan signos psicopatológicos específicos, pero sí son muy celosos.
El compañero en la Academia de Psicología, Enrique Echeburúa señala un aspecto sumamente relevante. Un nivel de estudios más alto, y un trabajo más estable pueden inhibir, al menos parcialmente, el establecimiento de conductas violentas con la pareja.
Se calcula que un 9% de la población sufre dependencia emocional severa, donde se observa una gran asimetría de roles. Es cierto que hay personas más vulnerables psicológicamente para quedar atrapadas en un círculo de dependencia, subordinación, sumisión.
La violencia cuando se cronifica cursa en un apego paradójico, como medio para preservar la relación, para contentar a la pareja, perdonándole las agresiones. Todo lo antedicho da explicación a la cancelación de los procesos legales (denuncias), al incumplimiento de órdenes judiciales, de alejamiento respecto a la pareja.
El agresor y como señalábamos, generalmente celoso, muestra así creencias erróneas acerca de las relaciones, y del propio concepto del amor. Además tiende a la intermitencia entre el buen y el mal trato.
La percepción de la falta de control de la situación y la dependencia emocional, son factores más significativos para explicar la continuidad de la relación con el agresor, que las variables socioeconómicas.
El maltrato, la violencia, conllevan desregulación, deterioro, que puede permanecer como una severa secuela una vez finalizada la relación. Desterremos el lacerante calificativo de, personalidad masoquista.
Eduquemos en el respeto a la autonomía del otro. Estrategias de la resolución de problemas. Fortalecimiento ante la frustración. Inoculación de estrés para aprender a soportar, controlar y regular niveles cada vez más altos de estrés.
Sabemos que la violencia de género es estructural, instrumental, muy alejada de la producida por un trastorno mental transitorio, es un proceso, donde la relación que se establece es de sujeto a objeto. El agresor es un dictador que desea imponerse, impulsivo, inseguro, con personalidad sádica (gustando de humillar, hacer sufrir, aterrorizar), paranoico y narcisista. Busca con la violencia, compensar y sentirse omnipotente.
Hemos de impedir que se transmita la cultura machista. No gestionarla. Y desde luego las agresiones sexuales en grupo, cual jauría nos indican que esta sociedad de búsqueda de placer inmediato, de desresponsabilización individual, del cliente en vez del ciudadano, del primero yo, de padres equívocos abogados de los hijos, va mal encaminada.
En la calle, muchas mujeres tienen miedo. Hay embarazadas que transmiten preocupación por traer una hija al mundo. Eduquemos en el autocontrol; en cómo afrontar una ruptura; en preservar la intimidad, también en las redes sociales. Enseñemos a dialogar, a discutir, a practicar un juego esencial. “El que no sabe lo que siente el otro, pierde”.
El maltratador es multirreincidente, formemos a quienes sufren la posición de víctimas para que entiendan que no puede haber aceptación y nuevas oportunidades. No hay espacios para la mediación, hay que diferenciar claramente quien es el verdugo y quien es la víctima, y dar tratamientos absolutamente diferenciados.
En cuanto a los huérfanos víctimas de violencia de género, viven un dilatado e hiriente proceso de duelo: por un lado son víctimas, huérfanos por violencia machista, pero además son hijos del homicida; obviamente tal dicotomía genera disociaciones que interfieren en el desarrollo emocional y educativo. El apoyo psicológico especializado se prolonga en el tiempo.
Un día el hijo huérfano por causa de su padre, manifestará al clínico un pensamiento aterrador e invasivo, “¿podría el día de mañana repetir yo tan bastarda conducta?”. Claro que la respuesta es que no se hereda tal acto de impotencia. Pero el solo planteamiento de la pregunta, aproxima el sufrimiento profundo, íntimo.
Hay más preguntas que se formulará el doblemente desgraciado víctima de orfandad. “Cuando cumpla los 18 años, ¿deberé ir a la cárcel a ver a mi padre?”, porque le repudio, me produce náusea, pero “es mi padre”.
La violencia de género se dirige a las mujeres por el hecho de serlo, es una violencia de continuidad, que busca “aleccionar” (el agresor es consciente de lo que hace, y del por qué lo hace). Ana Orantes en el año 2008, quemada viva por su marido, tras ir Ana a la T.V., a denunciar su calvario, nos hizo por fin comprender que no son crímenes pasionales, sino violencia de género que se explica desde la creencia de que se posee a la otra persona, algo tan estúpido, como fanático y peligroso.
En 1992 pusimos en marcha la Tertulia Justicia y Utopía, que nos reúne en el Café Gijón, el primer jueves de cada mes. Allí se invita a muy diversas personas. Solo en una ocasión me vi obligado a invitar a irse a quien había compartido mesa y mantel, pues tras haber estado en la cárcel nos dijo, que de volver a la misma situación volvería a hacerlo, ¡había matado!
Pero es que presidiendo un Congreso Internacional de la Asociación Iberoamericana de Psicología Jurídica, celebrada en la Universidad de la Laguna, expulsé del mismo al representante de México, criminólogo, que dijo en su conferencia que “los hombres matan a sus mujeres por amor”, y que no deben ir a la cárcel, pues él apreciaba que sufren mucho. Le exigí una rectificación pública ante los 500 asistentes, y solo acertó a decir, que él no estaba contra las mujeres, pues adoraba a su madre. Me encargué, junto al magnífico Fiscal General del Estado Español, de que fuera cesado del cargo importante que ostentaba en México.
He participado como experto en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, para la formación de los distintos agentes; perfeccionamiento en la protección a víctimas; mejora de la respuesta institucional.
Me detendré en la sensibilización y prevención. Hay quien afirma y aun vocea que la Ley de Violencia de Género no es justa, porque no iguala a hombres y mujeres. Hagamos pedagogía legislativa, la ley apoya, defiende, se postula hacia y con la víctima. Y así debe ser.
Desde 2003, hasta abril de 2023 se han asesinado a 1196 mujeres en España y la V.G. ha dejado 391 menores huérfanos.
Eduquemos. No confundir amar, con querer, y aún menos con su antónimo poseer.
Expliquemos. El amor no puede exigirse como bidireccional. No se puede obligar a amar.
El 33% de nuestros jóvenes estiman que los celos son una prueba equívoca de amor, no concluyen que de amor propio.
Las nuevas tecnologías, nos descubren una supervisión continuada, que en muchas ocasiones es confundida por la víctima como gesto de amor, como preocupación.
Me encuentro con jóvenes varones que dicen “si yo quiero a alguien, ese alguien me tiene que querer”. Y a chicas que les gusta y eligen al malote “porque algún día cambiará”. Siendo que la violencia de género es, sin tratamiento crónica, así lo demuestran los hombres violentos en sus distintos emparejamientos.
Eduquemos para la ruptura, partiendo de que cualquier separación es un fracaso, quiebra una expectativa, rompe un proyecto. Aún más, si el que te deja es el otro – no es lo mismo dejar, que ser dejado -.
Transmitamos capacidad de adaptación, de flexibilidad, de retomar, de reestructurar cognitiva y emocionalmente. Compartamos la importancia del humor para relativizar, para reírse de uno mismo.
Mostremos que se puede y debe anticipar que en la vida habrá momentos no solo dolorosos, sino de incomprensión, de deslealtad, que es mejor romper y hacerlo desde el civismo y el respeto, que intentar doblegar una opción.
Hay mucho por hacer en el ámbito social, el entorno, y lo apreciamos en las estadísticas y realidades de los distintos países, pero siempre hay un grupo de varones refractarios, como lo demuestra la denominada paradoja nórdica, que teniendo gobiernos paritarios, parlamentos que también lo son, permisos parentales de 480 días para repartir entre los progenitores… encabezan el porcentaje de agresiones físicas y sexuales a mujeres dentro de la pareja.
Hay que enseñar a descargar la rabia de forma no violenta. Hemos de erradicar el narcisismo.
Seamos conscientes de que aunque los hijos que ven tratar mal a sus madres, en ocasiones las defienden, en el futuro y por aprendizaje vicario, tienen muchas más posibilidades de reincidir en tan terrible conducta.
Señalemos también que quien practica la violencia ascendente, o filio-parental, contra la madre, es más probable que se instale en la violencia de género con su pareja.
Y si bien no es violencia de género, tengamos presente que hay varones que sufren violencia de su pareja, al punto de suicidarse.
Cambiamos leyes, normas, ¿y la mentalidad? Otra pregunta, ¿se educa a las niñas, en el tú, y a los niños en el yo? Y otra ¿qué hay de la pornografía violenta que consumen los niños? Escuchemos algunas canciones de rap, de reguetón.
Volvamos a señalar el consumo de alcohol y otras drogas, no como incentivador, pero sí como desinhibidores peligrosos.
Observamos un preocupante empobrecimiento del lenguaje, que debiera servir de colchón afectivo. También apreciamos que familiares y amigos, suelen minimizar las conductas abusivas. Comprobamos que la sensibilidad, el cuidado, sigue siendo “cosa de mujeres”, véase enfermería, psicología, atención a dependientes, educación de 0 a 6 años.
Cuestionémonos. Las madres y parejas de abusadores sexuales, de maltratadores, ¿qué dicen? ¿qué transmiten?
Hay quien mata a su pareja, siendo muy mayores y sin señales de demencia senil, nos cabe deducir que con los años ¿no se fortalecen los sistemas de autorregulación?
Precisamos la movilización de los varones, sean niños o adultos, en contra de la violencia contra las niñas y mujeres.
Hay que vacunar desde la interiorización de lo que significa respeto.
No desviemos la atención con la pregunta sesgada: ¿había denunciado antes?, o la pregunta tendenciosa: ¿han fallado las Fuerzas de Seguridad?
Con respecto al maltratador, hay que tratarlo para evitar reincidencias (que no dependen de la mujer). Si bien, a veces el primer tratamiento ¡no se dude! Es la sanción. Nos cabe trabajar con los Servicios de Gestión de Penas, desintoxicación de drogas, aprendizaje del idioma, etc.
La psicología cuenta con escalas; impulsividad; adaptación; autoestima. Podemos medir la ira como rasgo-estado. Disponemos de inventarios de pensamientos distorsionados sobre la mujer y sobre la violencia. También aplicamos la escala de expectativas de cambio.
Los maltratadores que ejercen violencia de género saben lo que hacen, y hacen lo que quieren hacer, incluso algo tan antinatura y purulento como matar al propio hijo o hijos, para dejar muerta en vida, a quien dice amó, y a quien ahora culpa de una acción tan cobarde como esclarecedora.