"Lo que está ocurriendo alrededor de estas sustancias psicodélicas hace honor a su nombre. Es alucinógeno", reconoce a NIUS con ironía José Carlos Bouso. Este científico español fue vetado en 2002 por investigar en nuestro país el uso medicinal del MDMA (conocido como éxtasis) para tratar el trastorno de estrés postraumático. "Entonces el hecho simplemente de plantear un estudio con esta sustancia, como fue mi caso, o con la psilocibina (el ingrediente activo de las setas alucinógenas) podía arruinar tu carrera. A mí estuvo a punto de pasarme y sé de otros colegas a los que también les ocurrió algo parecido", explica.
Veinte años más tarde este psicólogo y doctor en Farmacología asiste perplejo al cambio radical frente a estas drogas. "Han pasado de estar altamente estigmatizadas a copar titulares que ensalzan su valor terapéutico y hasta son protagonistas de series y documentales de Netflix".
Si a Bouso le hubieran dejado en aquel momento seguir con su ensayo, España podría haber sido pionera en el uso clínico del éxtasis en psiquiatría. "Fuimos los primeros en el mundo en conseguir los permisos para la investigación. Cuando suspendieron nuestro ensayo se inició en otros países: Israel, Canadá y EE.UU. Se han perdido 20 años de avance", lamenta.
El primer país en aprobar lo que el investigador español ya propuso hace dos décadas ha sido Australia, que a partir del próximo 1 de julio permitirá el uso del MDMA y de la psilocibina para tratar el estrés postraumático (TEPT) y la depresión resistente, respectivamente.
También se prevé que EE.UU. de su visto bueno al uso terapéutico del éxtasis antes de que acabe el año. Las drogas psicodélicas han entrado en una nueva era.
Pregunta. ¿Le sorprende esta nueva forma de ver las drogas psicodélicas?
Respuesta. Realmente no. Se sabía que antes o después sucedería. Ya antes de su prohibición, en los años 50, había estudios que apuntaban su altísimo potencial terapéutico. Simplemente era cuestión de tiempo. Lo que sí es casi alucinógeno, como te decía, es que se haya pasado de tenerlas en la lista negra a que ni siquiera se espere a que se hayan terminado los ensayos clínicos para permitir su uso. Es el caso de Australia, pero es que el gobierno holandés acaba de crear un comité de científicos para evaluar la aplicación de MDMA en estrés postraumático antes también de que allí terminen los ensayos clínicos. Y en EE.UU., un grupo de congresistas, tanto de republicanos como de demócratas, el otro día pidió a la DEA (Administración de Control de Drogas, por sus siglas en inglés) que se permitiera ya el tratamiento con psilocibina y MDMA sin esperar a la autorización de la Administración de Medicamentos estadounidense (FDA).
P. ¿Por qué de repente este furor, este cambio de actitud?
R. Coinciden muchos factores. Por un lado que la psicofarmacología clásica para los tratamientos de los trastornos mentales está atravesando una crisis, por sus efectos secundarios y porque hace 50 años que no se descubre nada nuevo. En ese caldo de cultivo han empezado a emerger las investigaciones con estas viejas sustancias pero con metodologías modernas con resultados muy positivos y se han convertido en la promesa de la psiquiatría.
También ha habido un cambio en la percepción social. Hay un interés creciente del público porque grandes investigadores o grandes personalidades han defendido el uso terapéutico de estas drogas a lo largo de los últimos años y eso ha hecho replantearse el asunto a mucha gente. Los medios de comunicación también han cambiado el mensaje. Hace veinte años solo se resaltaba su supuesta toxicidad, una toxicidad que vaticinaba lesiones de adultos con demencias tempranas -por supuesto no hemos visto nada de eso- y ahora se centran en sus beneficios y en su potencial para tratar diferentes enfermedades mentales.
P. Me imagino también que hay un interés farmacológico por comercializarla
R. Sí, claro, pero eso ha venido después. Nadie apostaba antes por invertir en psicodélicos. En los convenios internacionales eran las drogas más restrictivas. No se les reconocía ningún uso médico de industria ni de lejos. De hecho, los primeros ensayos clínicos se hicieron sobre todo con dinero de becas gubernamentales o financiaciones públicas, de convocatorias, de proyectos de investigación, con fondos filantrópicos.
Ahora es cuando la industria ha entrado a saco y se está generando una burbuja. De repente se ha convertido en un negocio muy suculento de miles de millones de dólares.
P. Sin embargo cuando usted inició aquel primer ensayo su uso era muy controvertido ¿En qué consistía aquel estudio y por qué se lo pararon?
P. Era un ensayo clínico con MDMA para evaluar la eficacia de este alucinógeno en el tratamiento de mujeres que tenían estrés postraumático después de haber sufrido una agresión sexual. Desgraciadamente duró poco, cuando llevábamos seis pacientes la noticia apareció en un importante diario y se desencadenó una reacción de pánico en cadena que terminó con el ensayo.
Era una época en la que aparecían muchas noticias sobre el consumo de éxtasis entre los jóvenes en las discotecas y sus efectos fatales. Así que alguien se asustó y se canceló de inmediato, en contra de la opinión de los comités de ética y de la Agencia Española del Medicamento, que eran quienes lo habían autorizado. Es lo que pasa a veces cuando la política se interfiere en la ciencia. Perdieron sobre todo los pacientes que se podrían haber beneficiado.
P. Ahora sin embargo se presenta como la esperanza para tratar las enfermedades mentales. ¿Cómo actúan estas sustancias en los pacientes?
R. Que nadie piense que se va a tomar una pastillita de estas drogas psicodélicas y se va a curar. No es así. No son fármacos que funcionen de manera sintomática, sino que se trata de psicoterapia asistida con MDMA o psilocibina. Estas sustancias permiten poner en marcha una serie de procesos psicológicos que, durante el curso de la terapia, permiten trabajar con ellos para avanzar en el tratamiento.
Por un lado, la MDMA logra colocar a la persona en una situación en la que puede volver a recuperar los recuerdos relacionados con el estrés postraumático, ya que la lleva a una situación de ausencia de miedo. Las personas con estrés postraumático están en una situación de miedo permanente, lo que hace que estén continuamente alerta, evitando sitios o personas que les evoquen el suceso traumático. Eso hace que vayan perdiendo confianza en sí mismas y en los demás y se vayan aislando, algo que puede terminar afectando a sus capacidades cognitivas. Cuando se elimina el miedo manteniendo el estado de conciencia lúcido los pacientes son capaces de enfrentar ese suceso traumático, sienten que recuperan el control de sus emociones porque ese control pasa de estar fuera de uno a dentro de la persona.
P. ¿Y en el caso la psilocibina?
R. Es diferente. En este caso se induce una experiencia digamos mística o espiritual, en la que la persona entiende que la existencia es algo más que lo que le está pasando a ella misma, de manera que tiene una visión más compleja de la realidad. La persona siente que la realidad va más allá de su simple individualidad y eso le permite alejarse de sus problemas para trabajar sobre ellos.
En ambos casos, "el viaje" es importante, pero también lo que pasa antes y después de iniciarlo. Las sesiones previas son esenciales para preparar a la persona y que tenga una experiencia los más agradable y positiva posible. El después es también fundamental porque se produce la transferencia de lo aprendido a la vida cotidiana. Es un proceso de varios meses y siempre con el acompañamiento y la guía de un terapeuta.
P. ¿Son terapias seguras?
R. A ver, estos fármacos no producen adicción ni dependencia y son altamente seguros en el plano fisiológico. Esta es su principal ventaja frente a cualquier otro medicamento que hay en el mercado. La seguridad psicológica es otra cosa. Entonces ahí es donde se tendrán que hacer los controles para evitar problemas derivados del uso. Hay que insistir en que estos tratamientos se acompañan de terapia psicológica, son terapias asistidas con psicodélicos, no que los psiquedélicos son terapéuticos por sí mismos sino que se dan siempre con acompañamiento terapéutico. Pero entenderás que si van a ser comercializados, es porque su seguridad y riesgos son aceptables.
P. En Australia se han aprobado para tratar la depresión y el estrés postraumático, pero ¿podrían valer para otras patologías mentales?
R. Son las exigencias de la regulación farmacéutica las que han obligado que se utilicen para estas indicaciones concretas. Pero en realidad son sustancias que sirven para trabajar con cualquier tipo de problema psicológico, de salud mental, exceptuando la esquizofrenia y la psicosis. Para este tipo de dolencias están contraindicadas. A parte de esto, yo estoy seguro de que más adelante se usará para tratar otro tipo de patologías. Como para tratar problemas de ansiedad social en el espectro autista, la anorexia e, incluso, para reducir la depresión en los enfermos terminales.
P. ¿Cuándo crees que estas terapias con alucinógenos llegarán a España?
R. Normalmente los medicamentos que se autorizan en la FDA acaban autorizándose en Europa, así que si EE.UU. da el visto bueno al uso terapéutico del éxtasis pronto, como todo indica que va a ocurrir, calculo que en dos años puede estar disponible en España. Y creo que con la psilocibina pasará lo mismo. En este caso los estudios están haciéndose en Europa y el camino igual es el contrario, pero es muy probable que los tengamos a la vez.
P. Actualmente es director científico de la Fundación Iceers, dedicada al estudio de este tipo de sustancias... ¿en qué está trabajando ahora?
R. Tenemos varios investigaciones en marcha, pero uno de las más novedosos, quizá tanto como la del MDMA que intenté hace veinte años y que nos pararon, es un ensayo clínico con ibogaína. La ibogaína es un activo que está presente en una planta africana que se utiliza en medicina tradicional de algunos pueblos africanos y que en los años 60 se descubrió accidentalmente que podía tener propiedad antiadictivas.
En este caso la estamos utilizando en el tratamiento de la dependencia de los opiáceos, que son un problema de salud pública en numerosos países. Se sabe que la ibogaína elimina el síndrome de abstinencia y estamos usándola concretamente para desengancharse de la metadona. Queremos demostrar que utilizada en contexto médico, permite a las personas deshabituarse de este y otros opiáceos.