De la herrería al cuero y de la cestería al torneado de madera, el Reino Unido tiene una larga tradición artesanal. Sin embargo, algunas de estas artesanías han desaparecido en los últimos años, como la de los fabricantes de bolas de criquet o de palos de lacrosse, y otras muchas están en peligro de extinción. Esto significa que no hay suficientes artesanos y es poco probable que su conocimiento sea transferido a otra generación.
La asociación de artesanos británicos (HCA), que vela por la supervivencia de los artesanos del país, elabora, desde 2017, una lista roja con los gremios que están a punto de desaparecer. A los que están amenazados les envían una medalla para advertirles que son los últimos paladines de aquel arte. En estos momentos hay 76 gremios en peligro de extinción y otros 56 en estado crítico. Todos los que reciben la medalla pueden solicitar una ayuda económica y acceso a un maestro para que les transmita todo su conocimiento.
La situación era delicada y el Brexit ha complicado más aún las cosas. ¿Hasta qué punto el Brexit les ha afectado? No lo sabemos. Nos dirigimos a los Cockpit Studios, el principal centro de artesanos de Londres, donde tienen el taller cerca de un centenar de ellos, en Deptford, en el sur de Londres. Es donde se les ayuda a desarrollar su oficio, un lugar de protección y de excelencia.
Desde fuera parece un viejo edificio de oficinas. Nada invita a pensar que en su interior están los últimos garantes artesanos británicos, como una especie de arca de Noé de la artesanía. Por dentro consiste en largos y estrechos pasillos con puertas que dan a los distintos talleres. Junto a las puertas hay unas pequeñas ventanas desde las que se puede observar a los artesanos trabajando en su interior.
Una de las primeras puertas es la de Lucy McGrath, que se dedica al jaspeado o marmolado de papel, un arte desarrollado en Turquía, en el imperio otomano, en el siglo XV. McGrath recibió la medalla de la asociación de artesanos hace unos años. Su oficio estaba a punto de extinguirse. “Era una de las últimas cinco jaspeadoras que quedaban en todo el país”, cuenta. El taller es pequeño con una amplia ventana a ras de calle que da a un parque.
McGrath diseña las tapas de cuadernos y álbumes con estampados de colores. Está de pie enfrente de una cubeta con agua negra que salpica con pigmentos de colores y los remueve con un pincel describiendo espirales y formas sobre el agua. Luego deposita cuidadosamente una hoja blanca sobre el agua y la retira con el diseño impregnado en su superficie. La lleva a una pila en una esquina, le pasa un espray por encima y la cuelga de un tendedero con otros estampados secándose.
McGrath es joven y optimista. Tiene apenas 34 años y sonríe todo el rato. No parece que esté a punto de desaparecer. Cuenta que se inició hace diez años y quedó tan enamorada del marmolado en papel que se marchó a Turquía para perfeccionar la técnica. Gracias a las redes sociales han conseguido dar visibilidad a su arte y atraído nuevos artesanos. Han pasado de cinco a diez en poco tiempo. Pero siguen en peligro.
El Brexit fue un duro golpe. “Afectó a toda la artesanía y complicó que los clientes europeos pudieran comprar nuestros productos por los impuestos y las tasas aduaneras”, dice. Al final decidió dejar de vender a Europa, que era su mercado principal. Con su energía y su ilusión es difícil pensar que pueda extinguirse su técnica después de ella. “Nunca voy a cerrar”, asegura.
Tras el Brexit se enfocó en el mercado británico y tras la pandemia vendió paquetes para que la gente se dedicara como en sus casas. Ha ampliado su negocio más allá de los cuadernos y álbumes. Le han encargado estampar de ropa con el marmolado e incluso pintar el cuerpo de una bailarina para una performance artística.
El taller de enfrente desprende un olor fuerte, seco, almizclado. Es donde están los artesanos del cuero. Joost Pasman cose los bolsillos de un delantal de cuero en una máquina de coser esquinada. Por la ventana abierta penetra el intermitente y molesto ruido de una taladradora que engulle el sonido del pedaleo de la máquina de coser. Pasman es holandés y tiene 31 años. Explica que estudió diseño de producto en Ámsterdam.
Tras la carrera entró de aprendiz en una firma de diseño francesa. Un día le encargaron el diseño de una silla de cuero y en aquel momento supo que se quería dedicar a ello el resto de su vida. En 2017 se trasladó a Londres y creó su propia empresa.
“Dos de mis principales clientes estaban en Holanda y, tras el Brexit, tuve que enfocarme en el mercado británico”, dice. Y confiesa que, “por un lado el Brexit ha dañado el mercado, pero también hay mucha gente que quiere comprar localmente productos hechos a mano”.
“Cuando se produjo el referéndum, mi negocio no era muy grande porque estaba empezando -explica Harry Owen, que comparte taller con Pasman, mientras cose una pieza de cuero que parece que haya de servir para hacer un bolso-. Europa no era mi principal mercado. Empecé a crecer desde entonces, pero ya no pude crecer más. Ahora mi negocio es hiperlocal. De alguna manera la esencia de la artesanía es ser hiperlocal pero a la vez quieres tener ese potencial para crecer (que era Europa)”.
En los Cockpit Studios hay un fuerte sentimiento de comunidad. La sensación de que nadie está solo y que la lucha es conjunta. Buena parte de los artesanos aquí son menores de treinta y cinco años. La positividad y las ganas parece que son superiores a los obstáculos.
En el primer piso está el taller de Kethi Copeland, que es una artesana grabadora de 36 años. Se dedica a hacer ilustraciones tridimensionales de edificios y siluetas de Londres que ella misma dibuja. Su taller está presidido por una inmensa máquina de serigrafíar. Para sus ilustraciones, utiliza la serigrafía. Construye la imagen a través de múltiples capas de impresión. Cada capa requiere una plantilla diferente y es impresa por separado.
Las serigrafías se originaron en China hace mil años. La técnica fue introducida en Europa a fines del siglo XVIII, pero tardó en ser utilizada ampliamente por las dificultades de conseguir mallas de seda. En el siglo XX, Warhol y Francis Gill popularizaron las serigrafías con el arte pop. Copeland estudió ilustración y diseño gráfico y explica que fue en la universidad que empezó a sentirse atraída por los diseños con distintas capas.
En 2009 fundó su negocio y en 2010 empezó en Cockpit. Como al resto de compañeros, el Brexit la obligó a parar las comandas internacionales y no sabía que ofrecer en su web a los clientes europeos. “Siempre estoy preocupada, pero a la vez siempre estoy probando cosas nuevas”, dice.
Sarah Lees es una artista del esmalte, mayor que los otros artesanos con los que hemos hablado en Cockpit. Tiene 54 años y habla español porque su madre vive desde hace 40 años en Menorca. Vive a caballo de Londres y Menorca. En su caso, el Brexit la ha perjudicado más en lo personal que en lo profesional. Lees empezó en 1998 diseñando joyas con aluminio, pero luego se pasó al esmalte porque le daba más posibilidades.
Antes del Brexit, recuerda el gran cambio que supuso la llegada de internet. Hasta entonces todo el contacto con los clientes se producía en las ferias. Recuerda también la crisis de 2008. Aquel fue un cataclismo inesperado. “El Brexit ha sido más paulatino”, dice. Desde la votación hasta que se llevó a cabo pasaron cinco años. Afectó las exportaciones y también encareció la compra de material para los artesanos.
“Me gustaría que hubiera más transparencia- dice- que cuando vaya a correos y pregunte si tendrán que pagar algo los clientes cuando reciban el producto, no me digan que no lo saben”. Explica que otro enemigo de la artesanía es la producción masiva. “Los artesanos producimos piezas únicas, hechas a mano, podemos jugar con los materiales, algo que no pueden hacer las fábricas porque tienen que programar las máquinas. La gente sabe que compran originalidad”, dice.