Cuando John Keane escuchó aquel mensaje en el contestador en su estudio en Old Street, en Londres, enseguida reconoció la voz. "¿Te gustaría ser una víctima de guerra química?", decía. Era Angela Weight, comisaria del Imperial War Museum, la encargada de elegir a los artistas oficiales británicos para cubrir conflictos en los que participa el país. Le estaban proponiendo ser artista oficial en la primera guerra de Irak. Keane ya había hablado con ella y sabía que estaba preseleccionado. No se lo pensó dos veces, levantó el teléfono, marcó el número, esperó a que sonara de nuevo su voz y aceptó.
Era agosto de 1990 e Irak acababa de invadir Kuwait. Keane, entonces, tenía 36 años. Ser artista oficial de guerra era uno de sus sueños desde la guerra de las Malvinas en 1982. "Me impresionó saber que mi país estaba en guerra y que enviaba soldados a un país extranjero y saber que habían asignado a una artista oficial, una tal Linda Kitson". En 1982 Keane acababa de terminar la carrera de Bellas Artes en Londres y le fascinó el hecho de que artistas fueran enviados al frente para producir obras de arte. "Era estar en el corazón de algo, hasta entonces no sabía que enviaban artistas a la guerra y quise ser uno de ellos", confiesa.
La guerra estuvo muy presente en su familia en forma de silencio, como un fantasma. El primer marido de su madre había muerto en el desembarco de Normandía. Dos hermanos de su padre, entre ellos su hermano gemelo, habían fallecido también en la Segunda Guerra Mundial y su padre, que luchó en el frente de Singapur, fue prisionero de guerra de los japoneses durante tres años y medio. Nunca habló de la guerra ni de su cautiverio. Lo mantuvo en una caja fuerte cerrada en su interior hasta que una vez, cuando John tenía veinte años, le prestó un libro para que lo leyera y luego lo comentaron. La novela estaba basada en la construcción en Birmania del ferrocarril de la muerte sobre el río Kwai en el que trabajaron miles de prisioneros de guerra. "Fue la única vez que vi a mi padre llorar y lo que le provocó las lágrimas no fue la brutalidad que describía el libro sino un inexplicable acto de bondad de un guardia japonés con un prisionero".
Keane había ido a Nicaragua para pintar la revolución sandinista en 1987 y el conflicto de Irlanda del Norte entre católicos y protestantes en 1988 y 1989 antes de recibir la llamada de la comisaria. Ese trabajo previo influyó en su elección. Pese a todo, aún tardó cuatro meses en poder marchar al frente porque el Ministerio de Defensa se mostró reacio a aceptarlo por dar su apoyo a la campaña por el desarme nuclear. Al final aceptaron que se uniera a sus tropas.
En el caso de Derek Eland fue el ejército quien le propuso como artista oficial en Afganistán en 2011. Eland era hijo de la hija de un granjero y de un policía en continuo cambio de destino. Había sido soldado durante cinco años, alcanzando el rango de capitán. Se alistó por tradición familiar. Su abuelo había luchado en la Segunda Guerra Mundial y su bisabuelo en la Primera. Tras terminar la carrera de Políticas, fue aceptado en el selecto regimiento de paracaidistas. Enseguida tuvo a un batallón de treinta hombres a sus órdenes. Muchos de ellos habían participado en conflictos, pero él se ganó su confianza gracias a la pintura.
Para entrar en el regimiento de los paracaidistas había que tener unas aptitudes y agresividad especiales porque debían estar preparados para sobrevivir una vez caían en suelo enemigo. Se pasó los cinco años cavando trincheras. Era lo primero que tenían que hacer nada más aterrizar. Las cavaban entre dos en apenas dos horas. "Eran como tumbas", dice. Derek era un soldado-artista y llevaba siempre consigo un cuaderno para pintar y una pequeña paleta de pinturas junto a sus armas y su equipo de supervivencia y se pasaba las horas muertas, que eran muchas, dibujando el raro paisaje que le rodeaba, perfilando los cascos que sobresalían de las trincheras de sus compañeros y todo lo que alcanzaba a ver desde su agujero.
Tras dejar el ejército, desempeñó distintos trabajos como director cultural en Oriente Medio y asesor de los servicios de inteligencia. Nunca se desvinculó del todo del mundo militar. Hasta que un día un brigadier de su antiguo regimiento le propuso incorporarlo como artista. Quería mostrar otra imagen de los soldados. Le interesaban las Diary Rooms de Eland, que eran una forma de arte social que implicaba que los soldados escribieran sus emociones en unas postales. Había utilizado esta técnica en otros proyectos. El ejército lo propuso a la comisión del Imperial War Museum, que lo aceptó.
Pero antes de marchar a Afganistán, Eland quiso conocer el parecer de su regimiento y organizó una reunión y les expuso su proyecto. Dos sargentos se opusieron por considerar que abrir la puerta de sus emociones les debilitaría y podría provocar motines o rebeliones contra sus superiores. Cuando se lo contó al brigadier, éste le dijo que no se preocupara, que funcionaría, que sobre el terreno todo sería distinto. En enero de 2011 partió hacia la provincia afgana de Helmand, donde estaban desplegadas las tropas británicas.
John Keane estuvo cinco semanas en el Golfo Pérsico desde principios de febrero de 1991. Estuvo en Arabia Saudita, Teherán y Bahréin y luego pasó dos semanas con el ejército británico en la frontera con Irak en un desierto en medio de la nada. "Pensaba qué estoy haciendo aquí. Era un artista en medio de toda esa gente uniformada, la única persona vestida de civil. Había también periodistas, pero todos tenían un trabajo que hacer, una misión que cumplir. Y ¿cuál era mi trabajo?", dice.
"Tomaba notas, grababa con una videocámara, hablaba con los soldados, trataba de absorber lo máximo que pudiera. No hacía dibujos ni bocetos", explica. En ese momento no sabía cómo iban a ser sus cuadros. Utilizó el mismo método que en Nicaragua e Irlanda del Norte. Al regresar al estudio trabajaría con toda la documentación. La primera guerra del Golfo se caracterizó por la constante amenaza de un ataque con gas. Vestía un traje biológico con una máscara y le habían instruido en caso de ataque. Saltaron varias falsas alarmas. Esta psicosis se plasmó en sus lienzos en los cuales aparecían personas con máscara y kufiyya y flotaban en el aire el terror y la destrucción.
Un día un alto cargo militar le dio a elegir entre participar en una operación terrestre secreta para entrar en Kuwait o subir a un helicóptero y quedarse en un barco mientras duraba la incursión. El acuerdo con el museo era que pasaría tiempo con las fuerzas aéreas, terrestres y navales. Le faltaban las navales, así que eligió ir al barco. Más tarde se arrepentiría porque aquella operación terrestre terminaría con la liberación de Kuwait City y la retirada de Saddam Hussein de Kuwait el 27 de febrero de 1991.
Keane adquirió una inesperada popularidad por el óleo Mickey Mouse en el frente en el que dibujó al personaje de Disney sentado en una taza de váter rodeado de desolación y de heces. Tras la liberación de Kuwait City, Keane había sido trasladado a la ciudad en helicóptero y pudo apreciar los estragos de la batalla final. "Los soldados iraquíes esperaban la invasión por mar, no por tierra —cuenta—. Había un puerto deportivo con máquinas recreativas y una de ellas era de Mickey Mouse y también una habitación que había sido usada como lavabo con excrementos humanos por todas partes. Me pareció que tenía un simbolismo poderoso. Y cerca había un carro de la compra cargado de granadas. Todos aquellos objetos estaban allí pidiéndome que los pintara". Keane juntó todas aquellas imágenes y creó el famoso lienzo.
El diario The Sun le acusó de alterar la verdad. "Tal vez no era la verdad, pero era su verdad artística y ésta era muy honesta", le defiende Weight. El cuadro se lo quedó el Imperial War Museum para exponerlo en su colección permanente y está considerada como una de las pinturas de guerra contemporáneas más importantes. "Una parte de la función del artista es alejarse y subvertir preguntas, es la honradez", afirma Keane.
Si durante su etapa en el ejército Derek Eland fue un soldado-artista, ahora en Afganistán se había convertido en un artista-soldado. El primer día que pasó en la base militar se dio cuenta de que los soldados pasaban días patrullando y les preguntó si podía ir con ellos. Éstos aceptaron porque pensaron que sería el primero al que dispararía el enemigo. Empezó a patrullar con ellos hasta los puestos de control y las bases de las patrullas para recolectar las historias de los soldados. Se dedicaban a detectar minas y desactivaras. Algunos caían en embocadas. Él tuvo suerte. Estuvo con los paracas y el Regimiento Real de los Irlandeses. Los acompañó como si fuera uno más, pero sin ir armado. Tomó los mismos riegos, sintió el mismo miedo.
Varias noches fueron atacados por los talibanes. "Como soldado nunca participé en ningún combate y ahora, como artista, lo hacía", dice. Eland se ganó la confianza de los soldados y, a cambio, éstos escribieron sus historias en las postales después de largos días de patrulla, sentados en el desierto, reventados.
Uno la escribió en cuatro o cinco postales, otro la cara arrancada de una caja de cartón. La oposición fue desapareciendo hasta que un día vio al sargento que se había opuesto a su llegada escribiendo su historia de forma anónima, creyendo que nadie le veía. Aquel fue un momento de transformación. "Era un sargento a la vieja usanza, muy machista, y yo creo que necesitaba darse permiso a si mismo y fue determinante ver lo que escribían los otros soldados", explica.
Al principio, las Diary Rooms no eran más que un contenedor vacío en el fango, un lienzo en blanco que poco a poco se fue llenando de experiencias personales, primero anónimas y luego firmadas, a mano, en papeles manchados de barro y sudor, escritas desde muy adentro. "Algunos soldados me preguntaban: ¿es esto arte?, y si es arte, ¿lo estamos haciendo por ti? —explica—. El arte se entiende por lo general como un producto acabado, y la idea del arte social se refiere más al proceso creativo. Y cuando ese trabajo acaba en la pared de una galería es también un producto acabado y una pieza visual". Eland no aplicaba ningún filtro, no interfería en la creación.
Pero, ¿qué habría pasado si este material hubiera caído en manos de los talibanes? ¿Qué hubieran sabido de su enemigo? "En las postales no había una sola palabra de odio ni de rencor sobre el enemigo -dice-. Hablaban de si mismos, de lo difícil que era estar lejos de casa. No querían hablar con sus seres queridos porque luego tenían que reconectarse y preferían estar aislados. Si veían películas, eran solo de guerra. Si el enemigo hubiera leído las postales se habría visto en el espejo". Explica que una vez, al hablar con su novia, se puso a llorar y no quería volver a las patrullas. "Había algo único en Afganistán sobre la intensidad y el aislamiento y me costó volver. Y yo ni tan siquiera era soldado —dice—. Las postales les daban a los soldados la posibilidad de escapar sin tener que marcharse emocionalmente"
Claire Brenard, comisaria del Imperial War Museum, cuenta que Francisco de Goya fue el pionero, el primer artista en no mostrar la guerra como un acto glorioso y noble sino como lo que es, una experiencia atroz. El realismo y la violencia trazados en sus grabados sentaron precedentes. "Fue uno de los primeros en ser crítico. Denunciaba las atrocidades que sucedían al otro lado. Antes que él había arte de guerra, pero estaba encargado por la gente que estaba en el poder y se basaba en mostrar la gloria de las batallas", esgrime Brenard.
En la Primera Guerra Mundial diversos gobiernos enviaron a artistas al frente para retratar lo que veían. En Reino Unido, muchos de los artistas contratados ya habían estado en el frente como soldados o personal médico. El Ministerio de Información los contrató como intérpretes de la experiencia de la guerra moderna. Sus pinturas eran publicadas en revistas como British Artists at the Front. Francia y Alemania también enviaron artistas el frente como herramienta de propaganda. Brenard explica que "la gente quería saber lo que pasaba en el frente y sus coloridas pinturas, muchas de ellas realizadas por jóvenes artistas de avant-garde, parecían describir mejor lo que sucedía y cómo eran las trincheras que las fotografías en blanco y negro del momento”"
El primer artista oficial británico fue Muirhead Bone en 1916. Pero tal vez el más trascendente fue Paul Nash quien, a los 20 años, cuando estalló la Gran Guerra, se alistó en el regimiento de los artistas, el Artists Rifles, tradicionalmente compuesto por pintores, escritores, arquitectos, cualquiera que tuviera un oficio creativo. Pero solo realizaban tareas de ayuda y Nash quería ir al frente, así que más tarde se enroló en un batallón de primera línea. Llevaba consigo papel y pinceles.
Pasó la mayor parte del tiempo en las trincheras, en agujeros bajo tierra, enterrado, y todo ese mundo siniestro y absurdo quedó reflejado en sus dibujos de esa etapa. Un día se cayó y se rompió las costillas y lo enviaron de vuelta a Inglaterra. Durante su convalecencia, su regimiento participó en la batalla de Passchendaele, en el frente de Bélgica, la batalla más sangrienta de la guerra en la que murieron o resultaron heridos más de 200.000 soldados británicos. Prácticamente todo su regimiento fue aniquilado.
El remordimiento le devoró por dentro y, tan pronto se recuperó, decidió volver a la primera línea de fuego. Esta vez regresó como artista oficial de guerra, enviado por el gobierno. "Paul Nash había sido siempre un pintor de paisajes y volvió a su temática mostrando los irreconocibles paisajes transformados por la batalla -explica Brenard-. Representaba a los soldados empequeñecidos por la devastación infernal que los rodeaba. Sin embargo, existe una ambigüedad en su trabajo de Nash que explica por qué era usado como propaganda por el gobierno. El cuadro Estamos construyendo un mundo nuevo, por ejemplo, muestra puramente el paisaje devastado por la guerra, pero también la esperanza de que la naturaleza se regenere cuando el hombre se haya ido". Pese al horror que impregnaba sus lienzos, éstos contenían una maravillosa belleza. "Hoy en día está más claro aún que aquellos cuadros criticaban la guerra que mostraban", dice Brenard.
Entre 1939 y 1945, el gobierno británico acumuló el trabajo de más de cuatrocientos artistas. Buena parte, representaban la actividad en el Reino Unido como el trabajo en fábricas y la defensa civil. Tras la Segunda Guerra Mundial, el Ministerio de Información fue clausurado y el trabajo de la Comisión Asesora de Artistas de Guerra (WAAC) concluyó. Su función fue asumida por el Imperial War Museum, aunque con fondos del Ministerio de Cultura.
En 1972, el museo estableció la Comisión de Registros Artísticos, en la misma línea que el WAAC, conscientes de que el Reino Unido todavía tenía tropas luchando en distintas partes del mundo. El primer artista encargado fue Ken Howard, enviado a registrar las actividades del ejército británico en Irlanda del Norte en 1973. En 2001 cambió el nombre por el de Comisión de Encargos de Arte. La última fue Rosalind Nashashibi, enviada Gaza en 2015 para hacer una película sobre su experiencia. Reino Unido y Australia son los dos únicos países que siguen enviando artistas a guerras. La colección del Museo Imperial de Guerra es de cerca de 20.000 óleos, dibujos, impresiones, fotografías, vídeos, instalaciones y esculturas.
En el proceso de selección de artistas de guerra, la ex comisaria Angela Weight explica que siempre hacían una preselección de cinco o seis y que no todos aceptaban. Weight, que fue comisaria entre 1984 y 2005, cuenta que, para elegir bien, "debes conocer su trabajo y presentir qué pueden producir y asegurarte que son resistentes emocionalmente y capaces de cuidar de si mismos". No reciben instrucciones y les dan "completa libertad de creación", dice. Y se espera que su trabajo sea consecuencia de su investigación y una respuesta personal a lo que han visto y experimentado.
Cuenta Weight que, en 2002, en plena guerra de Afganistán, quisieron cambiar el enfoque y que los artistas no fueran auspiciados por el Ejército sino que fueran por libre. Los tiempos habían cambiado y buscaban a alguien que desarrollara un lenguaje en arquitectura y en las relaciones sociales. Los elegidos fueron Benedict Langlands y Nikki Bell que formaban un inédito y aclamado dúo artístico y firmaban sus obras como Langlands & Bell.
Eran conocedores de la larga tradición de artistas oficiales británicos como Paul Nash o Christopher Nevinson, pero ellos se dedicaban a desarrollar esculturas, grandes estructuras y a trabajar con el espacio y la arquitectura y cómo ésta afectaba a las relaciones sociales desde lo personal a lo político. "A finales de los 90 nos habíamos enfocado en los sistemas aéreos porque vimos que era una nueva arquitectura del cielo. La aviación se convirtió en importantísima porque facilitó la globalización. Y los ataques a las torres gemelas de 2001 fueron un golpe muy duro al sistema aéreo y dejaron claro que estábamos viviendo en un mundo cambiado y mucho más interconectado", explica Langlands. Langlands & Bell se convirtieron en los primeros artistas de guerra conceptuales.
Llegaron por tierra a Kabul porque el espacio aéreo estaba cerrado, sin ningún plan, y se hospedaron en el hotel Mustafa, que había sido un antiguo mercado de oro antes de la invasión soviética de 1978 y que era donde estaban los periodistas y fotógrafos de guerra. El sentimiento de camaradería fue extraordinario. El primer día conocieron a un hombre afgano que les preguntó: "¿Queréis ver una ejecución?". La propuesta les dejó perplejos. La ejecución era al día siguiente en la Corte Suprema y necesitaban testigos. Dijeron que sí. Pero al llegar al día siguiente se dieron cuenta de que no era una ejecución, sino el primer juicio capital que se celebraba en el país después de la caída de los talibanes.
Juzgaban a un hombre que se llamaba Abdullah Shah y al que apodaban el perro-humano o el perro de Zardad porque su amo era el señor de la guerra Faryadi Sarwar Zardad, que controlaba el pueblo de Sarobi, al este de Kabul, junto a sus dos hermanos. Se dedicaban a extorsionar conductores en la carretera de Peshawar a Kabul amenazándolos con llevarlos frente a él. Shah era un asesino sin escrúpulos. Decían había asesinado a sus tres esposas y a cinco de sus propios hijos cortándoles la nariz y las orejas. Fue condenado a muerte. Bell y Langlands grabaron varias horas del juicio a escondidas con una cámara de vídeo. Shah no llegó a ser ahorcado porque lo mataron a palos tan pronto pisó la cárcel.
Un amigo fotoperiodista alemán que había estado investigando escuelas ilegales de niñas bajo los talibanes les habló de la granja cerca de Daruntah donde Osama Bin Laden había establecido su campo de entrenamiento yihadista a finales de los años 90. Casualmente Daruntah era el lugar de origen de su guía y de su conductor y los llevaron allí. La casa estaba ocupada por una milicia local que se llamaba Hiz-bi-Islami (Partido de Dios). El jefe de la milicia era de su mismo clan. Hablaron con él y les permitió visitar la casa. Bell y Langlands sacaron cientos de fotos y tomaron medidas de sus estructuras y espacios porque sintieron que aquella podía ser la base de su trabajo.
Desde la casa había una visión maravillosa de un lago. "Me llamó la atención la pobreza que había y la simpleza con la que vivían en su interior. Los afganos eran extremadamente humildes y duros", cuenta Langlands. Los locales veneraban a Bin Laden. Decían que estaba escondido en las montañas no muy lejos, no sabían adónde, pero sabían que estaba vivo.
Al regresar a Londres empezaron a trabajar en su proyecto. Lo llamaron La casa de Osama Bin Laden y constaba de tres partes. La primera era un vídeo en el que llevaban a cabo un juego poético con las siglas de las más de ciento veinte organizaciones benéficas internacionales que había en Kabul y que respondían a intereses de gobiernos y de empresas extranjeras. Era una crítica feroz al control corporativo occidental sobre Afganistán. La segunda era una reconstrucción digital de la casa de Bin Laden que el público podía recorrer virtualmente moviendo un joystick. Fue creada con tecnología militar y representaba la existencia virtual y la omnipresencia mediática de Bin Laden en aquella época.
La tercera parte del proyecto eran veinte minutos del vídeo del juicio al perro-humano. Fueron nominados al prestigioso premio Turner. Sin embargo, antes de la inauguración de la exposición en la Tate, en Londres, el vídeo fue vetado porque Zardad, el señor de la guerra de Sarobi, fue llevado a juicio en Londres por los crímenes cometidos en Afganistán. Había huido de los talibanes y Tony Blair le había dado asilo político. Regentaba una pizzería en el sur de Londres y recibía subsidios. Tuvieron que retirar el vídeo hasta que terminara el juicio. Luego el proyecto recorrió diecisiete museos de todo el mundo y obtuvo un premio Bafta.
Para Langlands, "una guerra es un abuso que lleva a más abuso que lleva a más abuso y las guerras siempre pasan porque hay intereses para controlar recursos naturales y luego tratan de justificarlo con expectaciones nacionalistas o religiosas, y al final siempre sufre gente inocente". Y recuerda al perro-humano y dice: "Me puse enfermo cuando me enteré de su muerte porque si bien era un monstruo, su asesinato fue más abuso".