Las víctimas de malos tratos viven un auténtico calvario mientras están retenidas bajo el yugo de su maltratador, como es el caso de una mujer que padeció encerrada durante cuatro días en el que fue víctima sumisa de su pareja hasta que fue liberada por la Policía Nacional. Pero a pesar de que ya han sido liberadas de su encierro y poco a poco sus heridas se van reconstruyendo, hay algunas que tardan mucho más en cicatrizar, las emocionales. Las secuelas psicológicas pueden permanecer toda una vida en las víctimas si no son debidamente tratadas o el tratamiento no consigue los resultados esperados.
En los últimos años, la erradicación de la violencia contra la mujer es uno de los grandes retos de la humanidad. Aunque ha aumentado la concienciación y el compromiso por acabar con esta violencia, muchas veces existe un daño "invisible" que no se aprecia a simple vista pero que está latente al igual que la violencia de género, el daño psicológico.
Este se queda igualmente clavados en el subconsciente. Los daños psicológicos quedan permanentemente en la psique de la víctima, condicionando en un futuro su día a día. La cronificación de la lesión impedirá que puedan rehacer su vida o relacionarse con otras personas por miedo a volver a sufrir su calvario, dificultando su adaptación a la vida cotidiana. Estas dificultades no solo afectan a las víctimas de malos tratos, sino también aparecen en aquellas personas que han sufrido situaciones amenazantes como un secuestro, víctimas de terremoto, etc.
Estos sufren grandes grados de estrés post-traumático, lo que les lleva a transformar su personalidad. Esta patología se define con síntomas como actitud permanente de desconfianza u hostilidad hacia el mundo, aislamiento social, sentimientos de vacío o desesperanza, sentimiento permanente de estar al límite, como si se estuviera constantemente amenazado o vivencia de extrañeza de sí mismo.
No es fácil. Además, en muchas ocasiones, no existen mecanismos adecuados para que quienes padecen maltrato psicológico puedan dar el paso y denunciar su realidad. En ocasiones, no se atreven. Tienen miedo y temen las posibles consecuencias de su agresor. En especial, no ser creídos.
El maltrato psicológico es devastador y cercena vidas enteras por una razón principal: viene de manos de personas cercanas, personas en las que confiamos y a las que, a menudo, hasta queremos. Lo que implica que se sientan sentimientos lejos de la realidad.
Muchas de las víctimas sienten vergüenza y culpa de lo ocurrido. Intentan convencerse a sí mismas que su agresor lo hace porque les quiere y piensa en su bien. Pero no son conscientes de que han sido manipuladas psicológicamente. Además, también suelen aparecer síntomas de pérdida de memoria o de irrealidad. Cuando estamos sometidos a un alto nivel de ansiedad, estrés y sufrimiento constante, es común que las estructuras cerebrales relacionadas con la memoria, como el hipocampo, pierdan conectividad. No puede pensar adecuadamente, llegando a tener sentimientos de irrealidad hacia su situación. Es un mecanismo de defensa por el cual la mente establece una distancia de la realidad para despersonalizarla
Así mismo, las víctimas suelen padecer inestabilidad emocional y fuertes altibajos, que se vincula con la rabia, la desesperación y el miedo. Es común experimentar un complejo caleidoscopio de sensaciones y emociones donde la persona es consciente de que no tiene el control de su vida. Al final, acaban aceptando que no hay salida a la vorágine de maltrato. A menudo, llegan a autocreerse que ninguna palabra, ninguna acción o cambio, nada de lo que pongan en marcha logrará que ese maltrato se detenga.
Además, muchos piensan que la única llave para escapar es el suicidio. Al principio solo son súbitas ideas, deseos momentáneos. Sin embargo, puede llegar el fatídico momento en que sea vea como la única solución al problema.