"Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino". (Don Quijote de La Mancha, Miguel de Cervantes.1605).
Hace tiempo que los molinos de viento dejaron de ser solo un enemigo imaginario de la obra más célebre de la literatura española. La proliferación de los campos eólicos ha convertido a estos gigantes en un enemigo de lo más real para las numerosas personas que a diario sufren sus consecuencias. Vecinos de la España rural como Manuel Germade, coordinador de la Plataforma de Afectados das Sasdónigas, que no se cansan de repetir “eólica, así non”. "Eólica sí, pero no así", un grito de lucha con eco en toda España después de que lo pronunciara el director de As Bestas, Rodrigo Sorogoyen, en la gala de los Goya.
En Mondoñedo (Lugo) saben bien lo que significa. Capital del antiguo Reino de Galicia, hacía años que sus vecinos convivían con pequeños aerogeneradores para aprovechar los aires del Cantábrico. Instalaciones que no daban problemas. Los inconvenientes surgieron hace cinco años, cuando aparecieron en el pueblo unos señores diciendo que querían alquilar las tierras para montar más molinos de viento. No informaron de las implicaciones y, “con todo tipo de amenazas”, expropiaron a la gente “pagándoles una ridiculez”, explica Manuel Germade a NIUS.
Hoy los 3.500 vecinos de Mondoñedo viven rodeados de estos gigantes del viento y no solo es el impacto visual o el ruido de los aerogeneradores lo que perturba su calma. Es también el “efecto discoteca” de las aspas con la luz. Es el impacto medioambiental y es el impacto patrimonial porque, lamenta Germade, han construido dos parques eólicos no cerca, sino "directamente encima del Camino de Santiago". "Han secado lagunas, desviado acuíferos, construido autopistas en medio del monte y destruido miles de metros cuadrados de turba, un ecosistema protegido por la Unión Europea que “no se puede ir a una tienda y comprar”, recuerda.
La lista de agravios es larga, tanto que varios vecinos decidieron organizarse y acudir a los tribunales. El Supremo les ha dado la razón, aunque, por el momento, las aspas de los aerogeneradores siguen girando, lo que eleva las apuestas de los locales. Muchos desconfían de que Norvento Enerxía, la empresa responsable, vaya a acatar la sentencia.
Manuel Germade, licenciado en derecho, espera que en Semana Santa el parque esté ya parado y después retiren todo de forma que puedan volver a vivir en un Mondoñedo libre de gigantes de viento. "El lugar es precioso, nosostros residimos en una casa de dos plantas típica de la Galicia rural, donde nació mi mujer, y que hoy hace las veces de domicilio y de hotel rural, pero los huéspedes cuando llegan se sorprenden y preguntan: ¿pero qué es esa barbaridad que os han puesto ahí?”.
“Esto es un atentado medioambiental, patrimonial y social bestial", responde Manuel. "Prometieron que iban a crear más de 100 puestos de trabajo y no han creado ni uno. No ha supuesto ni un solo beneficio social para Mondoñedo”. El único impacto social que ha tenido es negativo, ya que han enfrentado a unos vecinos con otros, sentencia el coordinador de la Plataforma de Afectados das Sasdónigas, . "Prometían el oro y el moro, pero no pagaban a todos igual, por lo que los vecinos se enfadaban entre ellos. Ha sido un desastre total y absoluto en todos los aspectos", insiste.
Por ello esperan que la suya, una de las primeras sentencias ratificadas por el Tribunal Supremo, sirva de ejemplo en otros muchos lugares de España que están pasando por lo mismo, para saber qué es lo que no hay que hacer y cómo no se deben hacer las cosas. Porque la empresa, asegura Manuel Germade:
Si así no se deben hacer las cosas, ¿cómo hay que hacerlas? "Lo que estamos pidiendo es que se respete la ley y que a las empresas eléctricas se les trate como a todo el mundo y paguen sus impuestos. No todo se puede comprar con dinero.Yo soy riquísimo con lo que tengo, lo que necesito es que se respete mi modo de vida y las leyes que nos protegen”, contesta Manuel Germade.
¿Se podrían poner los molinos de viento en otro sitio sin tanto impacto medioambiental? “Por supuesto -responde- en el Parlamento de Galicia o en la sede de la Xunta”. "¿Por qué siempre se tienen que poner en el ámbito rural, qué pasa que en las ciudades no hay sitios más altos que esto? La Comunidad de Madrid no tiene ni un solo parque eólico, pero montañas, sí y casi todas las empresas eléctricas tienen su sede en Madrid. Además, la luz la estamos pagando igual nosotros que los madrileños, es un agravio comparativo inmenso", subraya Germade.
La propuesta del coordinador de la Plataforma de Afectados das Sasdónigas es que sean técnicos especialistas los que determinen dónde se colocan estos parques eólicos y cómo se almacena la energía. Un modelo planteado por científicos independientes que conozcan el problema y que permitan también a la sociedad hablar.
"Ahora van a meter molinos de 222 metros de altura, más altos que la Catedral de Santiago, ¿cómo llevas esa instalación? Hay que cambiar las vertientes, las curvas, las carreteras… Expropiar, expropiar y expropiar. Lo pueden llamar como quieran, pero así planteada no es una energía verde, sino un expolio del mundo rural y un pelotazo de las compañías eléctricas", considera Manuel Germade. “Pero ni les tenemos miedo ni nos van a poder comprar, porque toda persona con un poco de lógica entiende lo que están haciendo”, concluye.
Una "pelea" que no solo se libra en la Galicia rural, sino en otros muchos lugares de España como en Cádiz, Aragón, Burgos, Ávila, Cantabria, Navarra... La lista es larga y cada vez lo va a ser más, teniendo en cuenta la urgencia de la Unión Europea para que tanto España como los países miembros doblen su producción de energía renovable.
De hecho, también existen defensores acérrimos de la energía eólica, como Carlos Martí, portavoz de Vientos de Futuro, una plataforma cívica con cuarenta entidades adheridas que reclama la aceleración de los proyectos eólicos en España, "si se quiere cumplir con el Plan Nacional de Energía y Clima". Un plan que fija el año 2030 como fecha límite para duplicar la potencia eólica instalada.
Según Vientos de Futuro, la energía eólica supone una "gran oportunidad" para el territorio donde se instalan ya que "conlleva un efecto tractor para el progreso socioeconómico". Por ello, la plataforma propone nuevas iniciativas para impulsar el atractivo de este recurso energético, como la convivencia de los parques eólicos con la agricultura, la ganadería o el turismo.
Vientos de Futuro apuesta así por la integración de los parques eólicos de la misma forma que en su día se hizo con los aeropuertos o las autovías, porque el cambio climático avanza, recuerdan, y la única manera de evitarlo es con energías renovables, considera la asociación defensora de la energía eólica. Una fuente energética que, aseguran, cuenta con más de 32.000 empleos generados en la cadena de valor.
Visiones encontradas que sí coinciden en lo básico: la necesidad de respetar los entornos naturales en los que se ubican estos megacampos eólicos. "Para deshacernos de los combustibles fósiles, hay que repensar la propiedad, el sustento y la estética", escribe el antropólogo David McDermott Hughes en su libro ¿Quién es el dueño del viento? Un manual escrito tras su trabajo de investigación en el campo eólico de la Zarzuela, en Tarifa (Cádiz).
Según Hughes, para que la energía eólica y solar puedan reemplazar a los combustibles fósiles, el proceso debe ser justo. En un principio, indica el experto, las protestas pueden parecer la respuesta de un movimiento conocido como NYMBY , not in my back yard (no en mi patio trasero) o SPAN, acrónimo de "sí, pero aquí no", personas que se movilizan solo cuando un problema les afecta directamente. Pero en este caso, asegura Hughes, el movimiento contempla críticas y reivindicaciones "muy legítimas" que pueden y deben abordarse.
La "energía limpia y la justicia social" deben encajar y hasta ahora no lo han hecho, considera el antropólogo. La forma de persuadir a las comunidades para que participen en el negocio del viento es darles a todos una parte de la acción, una parte del beneficio. De lo contrario, augura, la protesta popular contra estos parques eólicos prolongará la crisis climática.