Si preguntásemos a los docentes de secundaria por sus principales preocupaciones a la hora de dar clase, probablemente muchos coincidirían en una cosa: la falta de interés y de implicación del alumnado.
España es el país de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) con la mayor tasa de repetición: 8,7 % frente al 1,9 % de media del resto de países. Si observamos la tasa de abandono escolar temprano, los datos no mejoran. En 2020 el porcentaje de personas entre 18 y 24 años que no seguía ningún tipo de formación fue del 16 %, seis puntos más que el resto de la Unión Europea.
Estos datos nos llevan a la siguiente pregunta: ¿cómo convencer a un estudiante para que se implique y se ponga las pilas?
Por regla general, en todo docente existe el deseo de que sus estudiantes tengan éxito. Tanto en el plano profesional como en el personal. Para ello, en su día a día tratan de que tomen las mejores decisiones posibles aconsejándoles sobre cómo comportarse.
Por ejemplo, pueden emplear mensajes del tipo: “Si te esfuerzas, te darás cuenta de que esto es superinteresante” o pueden emplear mensajes como “si no te esfuerzas, vas a suspender esta asignatura”.
Si leemos con detenimiento ambos mensajes podemos ver que el primero resalta los beneficios. Por el contrario, el segundo resalta las consecuencias negativas de no implicarse.
Las razones que nos animan a esforzarnos o no varían, además, según su grado de autonomía, o lo externas o internas que sean: puede depender de nosotros mismos (sentirnos más involucrados en la materia) o venir de fuera (evitar suspensos).
Los resultados obtenidos en nuestra investigación sugieren que los motivos que utilizan los docentes pueden ser más eficaces cuando resaltan los beneficios. Es decir, un estudiante puede tener una motivación de mayor calidad si se centra en lo que puede obtener a cambio de su conducta que si se centra en evitar algo malo. A su vez, esta mejora en la motivación mejoraría su rendimiento académico.
Hemos investigado cómo se distinguen los docentes según el tipo de mensaje que transmiten a sus estudiantes en el ámbito de la motivación. Aparecen tres tipos:
¿Qué consecuencias tiene para un estudiante tener un tipo de docente u otro? Los resultados señalan grandes diferencias. Así, tener un docente que se centre en los beneficios y que use razones internas conlleva:
¿Qué hay del resto de docentes? Pues tener un docente que trata de implicar al estudiante empleando razones externas y enfocándose en las consecuencias negativas es mejor que tener un docente que no usa ningún tipo de mensaje.
¿Por qué? Porque, de esta manera, los docentes, al menos, transmiten a sus estudiantes la idea de que realmente se preocupan y quieren lo mejor para ellos, aún no empleando los medios más adecuados para conseguirlo.
Por el contrario, aquellos docentes que sólo se dedican a la enseñanza de su materia sin pretender implicar a los estudiantes en ella conseguirán fomentar el desinterés, la desmotivación y la desvinculación de su alumnado.
Seguramente el lector de este artículo habrá visto alguna vez esas imágenes en las que, dependiendo de la perspectiva, se pueden observar un jarrón o dos caras. Este fenómeno describe que las personas no interpretamos las cosas como una suma de sus partes. Por el contrario, con esa suma elaboramos una imagen del todo que tiene un significado mucho más extenso.
Bien, pues los mensajes de los docentes también funcionan así. De esta forma, hemos encontrado que el uso de los mensajes en su conjunto es mucho más determinante que un mensaje por sí solo. Así, un mensaje que a priori podría resultar negativo podría no serlo cuando se combina con otros, y viceversa.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos un estudiante que cuenta con un docente cuyos mensajes casi siempre resaltan los beneficios. Este principio explicaría cómo, en ese tipo de docentes, un mensaje más amenazante del tipo “si no estudias, vas a meterte en problemas”, utilizado con poca frecuencia, puede tener un impacto positivo. Los estudiantes, al no estar acostumbrados a este tipo de mensajes, pueden interpretarlos como una llamada de atención, entendiendo que el docente realmente quiere lo mejor para ellos y, por tanto, “poniéndoles las pilas”.
Como dijo el sociólogo suizo Philippe Perrenoud, lanzar un mensaje en un aula llena de estudiantes es como tirar una botella al mar: no hay garantía de que llegue a algún destino.
Por tanto, no se trata solo de usar estos mensajes en el aula, se trata de hacer que los estudiantes quieran escucharlos. Es decir, deberíamos convertirnos en relevantes para ellos. De esta forma, aumentaríamos las posibilidades de ser escuchados y, algo más complicado, de que nos hagan caso.
Hacen falta otras estrategias que acompañen a los mensajes (como por ejemplo, la empatía, el humor o el entusiasmo).
Pero, sin duda alguna, la utilización adecuada de los mensajes resulta ser un gran aliado del docente ante el desinterés y falta de implicación del alumnado.