El brutal asesinato de dos menores, de 9 y 11 años, supuestamente a manos de su madre en Quintanar del Rey, Cuenca, hace que vuelvan a nuestra cabeza una serie de preguntas. ¿Qué puede llevar a unos padres a acabar con la vida de su propio hijo? ¿Por qué llegan a cometer unos progenitores un acto tan terrible y atroz? ¿Qué les motiva? ¿En qué momento se suelen producir y desencadenar estos asesinatos? ¿Cuál es el perfil de un filicida? A estos interrogantes intentan los expertos responder y la mayoría coincide en una cosa a la hora de abordar su análisis: “No existe un crimen de comprensión más compleja que aquel en el cual los padres asesinan a su propio hijo”.
Así lo subraya el doctor Phillip Resnick, psiquiatra forense de Estados Unidos, reconocido como uno de los expertos más destacados en lo que se refiere a la aproximación científica a la temática del asesinato de menores y autor del estudio más completo sobre el mapa del filicidio en el mundo. En él, a través del análisis de 155 casos de infanticidio, –de los cuales 131 eran filicidios–, entre otras cosas concluyó que es más alto el porcentaje de mujeres que matan a sus hijos que el de hombres (con 88 casos frente a 43); una conclusión y unos datos que, no obstante, en ningún caso deben ser malinterpretados ni usados de forma perniciosa, burda, injusta y cruel como en ocasiones han pretendido ciertos políticos, capaces de frivolizar con un asunto que requiere no solo precisión y rigor, sino también especial sensibilidad.
La alarma social ante los últimos casos de bebés asesinados es evidente, pero lo cierto es que, aunque estemos ante una de las principales causas de muerte de menores en los países desarrollados, los infanticidios, filicidios y neonaticidios han disminuido en comparación a otras épocas. Progresos como los métodos anticonceptivos y los cambios sociales lo han hecho posible.
Lo que sí ha aumentado en los últimos tiempos - y los medios tal vez también tengamos parte de 'culpa'- es el impacto que genera en una sociedad cada vez más concienciada la imagen de una madre atentando contra la vida de su propio hijo, dejándolo en un río, en un contenedor, abandonado a su suerte. Algo considerado contranatura porque el instinto de protección de una madre con su hijo no entiende de culturas.
Y la realidad a la hora de analizar los casos de crímenes cometidos contra los propios hijos, tal y como destacaba Beatriz de Vicente en una ponencia realizada en el I Congreso de Criminología y Mujer del año 2019, es que el 70% de los casos de filicidio y casi el 95% de neonaticidios son cometidos por ellas.
Sea como sea, mujer, hombre o ambos a la vez, los progenitores que acaban con la vida de sus hijos son filicidas; responsables de un crimen injustificable y atroz.
En 2006 un estudio pionero realizado por Rosa Sáez Codina, psicóloga clínica y forense, sobre 31 sentencias judiciales de casos de filicidio, con 42 víctimas, mostró unas conclusiones alarmantes: el mayor riesgo de sufrir filicidio se concentra en los menores de tres años y el 19% se produce como venganza del agresor contra el cónyuge; es decir, a menudo se utiliza a los niños, –a los más débiles e inocentes–, como un mero instrumento para infligir un enorme dolor y un daño irreparable a la pareja o expareja. Recordemos el caso reciente de las niñas de Tenerife, Anna y Olivia.
Según este estudio, los niños menores de tres años, –los que más sufren filicidio–, representan un 38,1%, seguido por los de tres a seis años, que constituyen el 19%.
Así mismo, la mayoría de estas atrocidades tienen lugar durante la noche, siendo las peores horas las que se sitúan en el intervalo entre las 21:00 horas y las 2:00 horas de la madrugada, aunque también la franja entre las 14:00 y las 21:00 horas está asociada a estos sucesos.
Generalmente, según el estudio de Rosa Sáez, el agresor actúa solo, siendo en el 47,6% de los casos la madre (“la persona que habitualmente pasa más tiempo con los hijos”); en el 19% el padre; y ambos en el 16,7%. Además, en el 11,9% de las ocasiones, el padre también mata a la madre.
Respecto a las edades, el perfil del agresor se sitúa habitualmente en la franja de edad que va de los 30 a los 40 años, si bien en el caso de las mujeres también destaca el intervalo existente entre los 18 y los 30 años.
Normalmente, ninguno de los progenitores tiene antecedentes penales, y solo el 31,8% de los padres y el 18,5% de las madres inculpadas presentan atenuantes, principalmente por toxicomanía o por confesar su atrocidad antes de que sea descubierta.
Además, según el estudio de Rosa Sáez, cabe destacar que el 55,6% de los responsables del filicidio presentan alguna psicopatología. En el caso del padre, sobre todo, trastorno paranoide de personalidad, además de darse en algunos casos alcoholismo, trastorno mixto de la personalidad y trastorno ansioso depresivo.
En lo que respecta a las madres, el trastorno mental que aparece con más frecuencia es la esquizofrenia paranoide.
Las agresiones más frecuentes que suelen sufrir las víctimas, –que en ocasiones son sometidas además a distintos tipos de maltrato simultáneos–, son el envenenamiento y las quemaduras corporales, presentes en el 14,3% de los casos; el abandono, con un 11,9%, y los traumatismos corporales acompañados de traumatismo craneoencefálico, zarandeo y estrangulamiento, presentes en el 9,5% de las víctimas, de acuerdo al estudio.
De ellas, la mitad mueren y el 47,6% sufre lesiones graves. Son muy pocos los que salen ilesos, y cuando lo hacen suelen tener secuelas tanto físicas como psicológicas que pueden persistir a lo largo del tiempo. De hecho, algunas secuelas neurológicas no aparecen al instante, sino pasados unos años.
A este respecto, señala el estudio realizado por Rosa Sáez en el marco del master en Psicología Jurídica y Peritaje Psicológico Forense de la Universidad Autónoma de Barcelona, que fue supervisado por Josep Ramón Juárez, doctor en Psicología clínica y forense, el síndrome que aparece con más frecuencia en las víctimas maltratadas es el del niño zarandeado, así como el síndrome de Münchhausen por poder; una forma de maltrato infantil en la que los padres inventan síntomas falsos o provocan síntomas reales en el niño para hacer parecer que está enfermo. De este modo, exponen al niño a continuas exploraciones médicas, suministrándole medicamentos y automedicándoles en muchas ocasiones, forzando ingresos hospitalarios por esos síntomas ficticios o generados adrede.
En España, el terrible caso de los dos menores asesinados en Godella por su madre, María Gombau, causó una enorme conmoción. Seguidora del esoterismo, la joven de 28 años sufrió un brote psicótico y acabó con la vida de los pequeños, de cinco meses y tres años y medio de edad: “Los maté porque fue una orden de Dios”, manifestó.
En los filicidios, la enfermedad mental del progenitor constituye el más importante factor de riesgo y está especialmente presente en aquellos casos donde la víctima es mayor del año de edad. Fundamentalmente porque, como refieren los principales estudios, es el primer año tras el nacimiento del niño cuando la mujer es más vulnerable al desarrollo de problemas psicológicos: desde la depresión a múltiples síntomas psicóticos.
En el caso de las madres que cometen filicidio, además, es común que tiendan a percibir agresividad y un anormal desarrollo en sus hijos: llegan a verlos como repelentes e incluso malévolos, con un desarrollo evolutivo anormal.
En otros casos de filicidio, además de los problemas mentales del progenitor se pueden esconder otros factores que lo desencadenan, como los asociados por ejemplo creencias religiosas extremistas, tradiciones o incluso ritos. Por ejemplo, en países africanos como Ghana hasta un 15% de las muertes de menores de tres meses se explica por la presencia del espíritu Chichuru, cometiéndose el filicidio para así evitar la ‘posesión’ del niño. En algunas tribus una malformación en el nacimiento es considerado un mal presagio o una señal de deshonra para una familia, razón por la cual acaban con la vida del recién nacido. Del mismo modo, en algunas comunidades el filicidio llega a responder incluso a una mera cuestión de género.
Los filicidas acaban con la vida de su hijos de múltiples formas, aunque, en general, las técnicas empleadas para matar a niños son menos violentas que en el resto de asesinatos, según los expertos.
El grado de violencia aumenta cuanto más edad tiene el menor, así como cuando existe presencia de enfermedad mental o cuando las víctimas son múltiples.
Así mismo, suele haber cierta distinción cuando el filicidio lo comete un hombre o una mujer. En el primer caso, existe una mayor probabilidad de encontrar el uso de armas, mientras que las madres suelen emplear de forma más habitual la asfixia o el ahogamiento para acabar con la vida de los hijos.
Según explica Beatriz de Vicente de Castro, abogada penalista Criminóloga y Master en investigación y análisis Criminal, pese a que la mujer es la principal víctima de la violencia intrafamiliar a través del maltrato sufrido a manos de sus parejas, cuando se trata de la muerte de los hijos, los filicidios son protagonizados en un 70% de casos por mujeres, cifra que sube al 95% en los casos de neonaticidios. Afirmación que se apoya en la casuística comparada.
Beatriz de Vicente explica que las tipologías de filicidas se construyen analizando las características y variables de casos ya resueltos. Es lo que se conoce como Perfilación inductiva. Según esta criminóloga, en atención a la casuística que viene recopilando desde hace años en torno al filicidio, podemos distinguir los siguiente tipos:
En estos supuestos el filicidio está motivado por el deseo de venganza. Es lo que se conoce como el‘síndrome de Medea’. Según el mito, ésta se enamoró de Jasón y para retenerlo tuvo hijo con él. La paternidad no consiguió retenerlo y se fue con los argonautas. Medea furiosa se vengó acabando con lo que más quería: sus hijos. Estos habían sido la herramienta para retener al ser amado, y al perderlo, ya no eran útiles. Su muerte era una forma de vengar el abandono del padre.
El caso de Francisca González Navarro, conocida como la parricida de Santomera, responde a ese perfil. Estranguló con un cable del cargador del móvil a sus hijos Francisco Ruiz González, de 6 años, y su hermano Adrián Leroy, de 4. Lo hizo en Santomera, Murcia, en enero de 2002, y fue condenada a 40 años de prisión por ello. Lloró en el entierro de sus hijos y presentaba arañazos en la cara provocados por el intento de los pequeños por salvarse.
Aunque resulte difícil de creer, también existen los filicidios altruistas, término acuñado por Philip Resnick. En este caso, generalmente se trata de una persona con fuertes creencias religiosas y apocalípticas. Su descabellada idea es evitar que sus hijos vivir en un mundo terrible. Por eso, prefieren que mueran, e incluso hay filicidas que creen que así se convertirán en ángeles. En estos casos, el componente de trastorno mental suele ser habitual, así como las depresiones posparto. En muchas ocasiones se produce el suicidio de la persona que comete el crimen.
Ejemplo de ello es Andrea Yates, una ex residente de Houston, Texas, que confesó haber ahogado a sus cinco hijos en la bañera el 20 de junio de 2001. Había estado sufriendo por algún tiempo depresión postparto muy severa, tenía diagnosticado un cuadro psicótico
El filicidio psicótico, por su parte, tiene como causa fundamental la enfermedad mental. Un caso paradigmático es el citado crimen de Godella. María Gombau mató a sus hijos de 3 años y cinco meses a palos y los enterró.
Fuera de España aún se recuerda el caso de Lamora Williams, una joven de Atlanta que el 12 de julio de 2017 metió a sus dos hijos, de uno y dos años, en el horno, lo grabó en video y lo envió a su marido. Sufría una fuerte depresión postparto
La depresión posparto es un factor de riesgo, cuando no una de las razones que permite explicar una conducta tan aberrante como el asesinato del propio hijo . La reducción drástica de oxitocina tras el parto puede provocar que el niño se vea como algo terrible, que molesta, o incluso como un ser demoniaco.
El filicidio Münchhausen por poder se centra en el afán del progenitor de llamar la atención del entorno y verse, por dantesco que parezca, como un héroe. La idea en este caso es provocar síntomas –ficticios o reales– en el menor y generar y crear situaciones de dependencia, lo que hace que les provoquen enfermedades.
Francisca Ballesteros Maravilla, apodada como ‘La envenenadora de Melilla’, es un perfil que podría encajar en este perfil. Ingresó en prisión en 2004 y fue condenada en 2005 por el envenenamiento y muerte de su esposo, su bebé de seis meses y su hija de 15 años, así como el intento de asesinato de su hijo de 15. Los envenenó poco a poco. Quería vivir una nueva vida y su familia le molestaba. mientras acababa con ellos obtuvo el apoyo de su entorno, todos se compadecían de su mala suerte al ver morir a todos los que la rodeaban, como si el infortunio se hubiera cebado con ella. La realidad resultaría mucho más pavorosa. Francisca era una asesina en serie.
El filicida torturador es aquel que somete continuamente a malos tratos al menor. En estos casos, las víctimas mueren producto de la violencia ejercida sobre ellas. En el caso de los recién nacidos es habitual que presenten el denominado síndrome del bebé zarandeado.
Es aquel que provoca la muerte del hijo de forma accidental, por un grave descuido en sus obligaciones de guarda y custodia
En estos supuestos la motivación del crimen nace de la necesidad de deshacerse del hijo que se percibe como un obstáculo. Es el caso de Mónica Juanatey, quien ahogó a su hijo de 9 años en la bañera y después lo abandonó en un monte dentro de una maleta en la isla de Menorca.
Madre soltera, dejó a su hijo con sus padres en Mahón. Cuando éstos le dijeron que, ya mayores, era mejor que ella se hiciera cargo del niño… le mató. No fue lo peor. Le hizo fotos como si estuvieran en la playa, en Navidad… para ocultar el asesinato. El nombre del pequeño en una goma de borrar al encontrar el cadáver fue clave. El pequeño le molestaba para hacer su vida, y acabó con él. Fue detenida en noviembre de 2010 y condenada en octubre de 2012 a 20 años de cárcel.
El filicidio por vergüenza es también relativamente común, pero especialmente en casos de neonaticidio. Es aquel en el cual los progenitores acaban con la vida del recién nacido para ocultar un embarazo no deseado a los familiares, al cónyuge o pareja.
Por otro lado, los filicidios también son perpetrados en pareja. Ejemplo de ello es el dramático y mediático caso de Rosario Porto , condenados a 18 años de prisión por la muerte de su hija, Asunta, en septiembre de 2013.
Otro tipo de filicidio es el denominado como ‘filicidio permanente’. Este tipo se identifica cuando el que lo comete lo hace forma lenta y prolongada a lo largo del tiempo.
Un caso dramático es el de Klara Mauerova, ‘La madre caníbal de Kuřim’, que, asistida por su hermana y una amiga, maltrató, y comió piel de sus hijos estando estos con vida para ser eternamente joven. Padecía esquizofrenia y manifestó que había sido concebida con una misión asignada por Dios.
Los casos de filicidios grupales también existen. Como el de Michelle Martens, que vendía a su hija de 10 años en Internet para todo aquel que quisiera tener sexo con ella. Tres personas fueron detenidas como autoras de su asesinato. La violaron y la descuartizaron en agosto de 2006, en Albuquerque, Nuevo México, EEUU. Era el día de su décimo cumpleaños
Terrible y monstruoso fue también el caso de Marybeth Tinning, neonaticida serial, reconocida como asesina en serie. La estadounidense fue arrestada y condenada en 1987. Mató a sus ocho hijos porque no quería que pasaran la terrible infancia que pasó ella, entre abusos psicológicos y maltrato. Sufría además el síndrome de Münchhausen por poder. Se sentía bien cuando todo el mundo centraba su atención en ella y le dedicaban muestras de cariño por el fallecimiento de sus niños.
El caso más extremo de filicidio, y el mejor definido en términos científicos, es el neonaticidio, es decir, cuando los padres asesinan a un recién nacido; la forma más extrema de la violencia doméstica.
Según los expertos, es un tipo de filicidio fundamentalmente asociado a las mujeres, siendo muy escasos aquellos en los que está implicado el hombre. Concretamente, el perfil habitual es el de una joven, –con frecuencia menor de 20 años–, que se ha quedado embarazada por primera vez, de estado civil soltera, bajo nivel socioeconómico y educativo, que a menudo vive con sus padres y no presenta historial psiquiátrico. Suelen, de hecho, presentar un bajo grado de psicopatología y normalmente llevan el embarazo de forma clandestina. Al tener el niño, acaban con él a los pocos minutos de nacer.
En la mayor parte de los casos, los neonaticidios se llevan a cabo porque el recién nacido no es deseado, pero hay muchos factores identificados en este tipo de sucesos: la vergüenza por comunicar un embarazo no deseado a la familia; la paternidad extramarital; la ilegitimidad del hijo, que constituye una de las causas principales en mujeres solteras; el hecho de ver al recién nacido como un obstáculo para las aspiraciones personales; los problemas económicos; que el embarazo se haya producido por una agresión sexual…