Sólo un 4% de los agresores sexuales recibe tratamiento para no volver a cometer los mismos delitos una vez que salen de la cárcel aunque todos quedan en libertad obligatoriamente cuando terminan de cumplir sus penas. No hay ningún control sobre ellos, ni siquiera cuando empiezan a obtener permisos penitenciarios, como sucedió con David Fernández Lucio 'el caníbal del Turia', en Valencia.
En enero de 2006 abordó por la espalda a una mujer en el viejo cauce del río y le golpeó con una botella de cristal. Le sometió a vejaciones, mordiéndole el pecho y los genitales y le obligó a practicarle distintas felaciones. Fue condenado a 18 años de prisión. Tras una década en el penal de Picassent, la segunda vez que salió de permiso -en enero de 2018- empleó exactamente el mismo modus operandi para violar e intentar matar a otra víctima con un cúter.
Tampoco hay ninguna medida para vigilarlos cuando son clasificados en tercer grado o alcanzan la libertad condicional, como se demostró con Francisco Javier Almeida, el presunto asesino de Álex en la localidad riojana de Lardero. Había pasado más de 30 años entre rejas por violar a una niña de 13 años y matar a una joven en el conocido como 'crimen de la inmobiliaria' cuando acabó con la vida del pequeño. Los vecinos le llamaban 'el hombre del banco' porque pasaba las horas sentado entre un parque y un colegio donde residía, a pesar de que el Ministerio del Interior lo prohíbe expresamente.
La vigilancia electrónica con pulsera telemática únicamente se utiliza con delincuentes que tienen en vigor una orden de alejamiento u otras medidas judiciales como la prohibición de abandonar un territorio o la necesidad de estar localizados permanentemente con un sistema GPS.
Bernardo Montoya, el asesino de Laura Luelmo en el Campillo (Huelva), fue condenado a prisión permanente revisable en diciembre de 2021 por matar a la profesora zamorana tres años antes. Había pasado más de media vida en la cárcel por matar a una anciana en diciembre de 1995, un intento de violación y un robo con violencia. Quedó en libertad en el año 2013 tras cumplir íntegramente sus penas.
Ninguno de ellos había dado problemas en los centros penitenciarios. Incluso habían llegado a ser internos de confianza, con trabajos remunerados. En el caso de 'el caníbal', la Junta de Tratamiento consideró que, tras pasar por un curso de reinserción era apto. Respecto a Almeida, hizo terapias de rehabilitación e incluso llegó a mantener un vis a vis con una mujer durante su tiempo en el penal de El Dueso (Cantabria). Le faltaban tres años para que se extinguiera su última pena cuando le concedieron la libertad condicional. Él mismo pidió que no le dejasen suelto porque era peligroso. Tampoco había abonado la indemnización a las familias de sus víctimas en concepto de responsabilidad civil. Bernardo Montoya había superado cursos de formación en violencia de género, sin obtener beneficios penitenciarios a cambio y sufría una grave adicción a las drogas, por lo que la Audiencia Provincial aplicó en el delito de asesinato una atenuante analógica.
"Estos delincuentes pueden pasar muchos años en centros penitenciarios y hacer talleres o cursos. Otra cosa es el aprovechamiento con el que los realizan, el 20% reinciden", explican a NIUS funcionarios de prisiones. Los programas los llevan a cabo psicólogos y terapeutas aunque la falta de personal y de recursos limita el número de candidatos. "Pueden o no tener buenos resultados pero si no lo siguen las tasas de reincidencia aumentan exponencialmente", afirman estos trabajadores.
Otro aspecto a tener en cuenta es que cuando terminan la condena no cuentan con grupos de apoyo a los que acudir en caso de tentaciones de recaída, como sucede con los drogodependientes. Los pederastas además pueden acceder libremente a las redes sociales o a internet donde encontrar material pedófilo e intercambiar archivos sin ningún impedimento.
Donaldson afirma que el comportamiento del delincuente sexual viene determinado por la combinación de distintos factores: la atracción hacia ese tipo de conducta por el placer que se deriva, la percepción de que no hay otro medio para conseguirlo, la falta de conciencia sobre su propia peligrosidad y de autocontrol personal.
"Cometen ese tipo de delitos porque momentáneamente les hace sentir bien. Conseguir placer de esa manera puede ser, en parte, una vía de escape de otras circunstancias dolorosas o no placenteras como el miedo o la vergüenza. En ese momento el placer derivado de esa conducta anula todas las demás consideraciones", subrayan los expertos.
"Al cometer el primer delito deben cruzar una gran barrera ética, social y legal. Para la mayoría de la gente estas barreras son tan claras y poderosas que nunca piensan seriamente en atravesarlas. Quizá esto explicaría por qué la sociedad reacciona con horror, shock e incomprensión cuando se considera la cuestión de la victimización sexual", recoge el texto.
Félix Vidal Anido, el 'violador del estilete' está considerado uno de los mayores depredadores sexuales de la historia de España. Violó a 54 mujeres, intimidándolas con un punzón. Nacido en Lugo, su historial comenzó cuando tenía solo 14 años. En 1987, durante un permiso penitenciario atacó a una médico, le asestó una docena de cuchilladas y estuvo a punto de matarla. Fue condenado a 70 años de cárcel pero solo pasó 32. En 2013 abandonó la prisión de Villabona (Asturias) al beneficiarse de la anulación de la doctrina Parot.
El 22 de diciembre de 2017 reincidió: agredió a una chica de 25 años con una discapacidad psíquica de un 65% en una pensión de Oviedo mientras su novia dormía drogada en otra cama. Fue condenado a 13 años y ahora permanece en el centro penitenciario de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), conocida como la 'cárcel de los violetas' por ser la que acumula un mayor número de agresores sexuales.
Está incluido en los Ficheros de Internos de Especial Seguimiento (FIES), con un control diario por parte de los funcionarios, al ser un preso mediático o con un elevado riesgo de ser agredido por otros reos. Su letrada estudia ahora si podría acogerse a la reforma penal de ley del 'solo sí es sí', para obtener una rebaja de dos años de su condena.
Uno de los factores más importantes del programa de control de la agresión sexual es que el autor asuma su responsabilidad delictiva. El curso está enfocado a delincuentes sexuales no ocasionales, es decir, que muestran una tendencia a repetir el asalto o bien son ya reincidentes. Sirve para pedófilos y para agresores de mujeres adultas.
"En cada interno se evalúa qué herramientas psicológicas tiene tanto de protección como de riesgo. Se analiza su conducta desde las emociones y los pensamientos que tiene asociados. Cada uno tiene una vivencia y experiencias propias, ha sido educado y socializado en un contexto, desarrollando vínculos afectivos y sociales, esquemas mentales o patrones diferentes. Por eso se les atiende de forma personalizada", señalan los profesionales.
Pedro Luis Gallego Fernández, el 'violador del ascensor' llegó a ser uno de los delincuentes más buscados de España. Vallisoletano, comenzó a actuar con 19 años y entró en prisión por primera vez en junio de 1979. Fue condenado a 273 años por el asesinato de Marta Obregón Rodríguez, estudiante de periodismo en Burgos y el de Leticia María Lebrato, de 17 años. A ambas las cosió a puñaladas con gran ensañamiento después de violarlas. A estos crímenes se suman otras 18 violaciones, tres tentativas, atentado contra las fuerzas y cuerpos de seguridad, tenencia ilícita de armas y robo con intimidación.
A lo largo de estos 43 años ha tenido un largo periplo por los centros penitenciarios. Él mismo se considera un psicópata, siempre ha reconocido sus delitos y ha pedido perdón. "Es una obsesión que no puedo controlar" confesó en la sala durante el último juicio celebrado en Madrid en 2019, por violar a dos chicas e intentarlo con otras dos cerca del hospital de La Paz.
Fue otro de los beneficiados por la derogación de la doctrina Parot. Salió nueve años antes de lo previsto de prisión. Consiguió superar los primeros cuatro en la calle sin incidentes e incluso tenía pareja cuando fue detenido por última vez en su domicilio en Segovia, hasta donde llevaba a sus víctimas en su coche tras secuestrarlas a punta de pistola para agredirlas durante horas.
En su turno de palabra culpó a la Secretaría General de no haberle concedido cursos ni programas hasta el final de la condena: "No me han aplicado programas específicos, solo apoyo psicológico. Cuando salí en libertad no pude resolver mi problema", manifestó. Fue condenado a otros 96 de prisión. Ahora está en un celda de cristal porque ha intentado suicidarse en varias ocasiones.
En el caso de Bernardo Montoya, reconoció que no es capaz de controlarse y que sintió un impulso irrefrenable al asaltar a la maestra de 26 años. "Métame en la cárcel y no me deje salir más" le dijo al juez antes de ingresar en la prisión de Sevilla II. En su caso no es un "violador exclusivo", sino un delincuente habitual, inmerso en un mundo antisocial. Por eso nunca ha realizado el curso de control de la agresión sexual. Una vez en la cárcel cambió su versión y decidió culpar a su expareja, Josefa, una mujer a la que conoció en el centro penitenciario del Puerto III (Cádiz) y con la que había mantenido una relación sentimental.
Al igual que ocurre en otros programas desarrollados por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias es fundamental comenzar la intervención fomentando la motivación para pasar por un proceso de cambio personal y establecer una alianza terapéutica que facilite el éxito.
"Es frecuente que los reclusos estén poco motivados para participar en los programas de tratamiento, siendo éste un factor que influye en la disminución de sus resultados", subrayan los expertos. El objetivo es ayudarles a conseguir, de una forma legítima y adaptada, aquellas cosas que son verdaderamente importantes, para que se sientan satisfechos consigo mismos y con su proyecto vital.
Se busca la satisfacción de ciertos bienes primarios en diferentes áreas, como la familia, el trabajo, el ocio, las relaciones sociales o la salud, que constituyen los ingredientes esenciales del bienestar personal. Estos programas se basan en el "Modelo de las Buenas Vidas" o "Good Lives Model" de Tony Ward.
Estos violadores no sienten empatía hacia sus víctimas ni son conscientes de las consecuencias para estas personas. La mayoría no pueden controlar sus instintos porque sufren un trastorno de personalidad. 'El caníbal de Valencia' confesó que había ido a un cibercafé para ver una película porno extrema, lo que le suscitó el deseo de volver a actuar. Compró unas tijeras y un cúter y seleccionó a una mujer al azar. Según los informes forenses presentaba “un trastorno sádico, que no se considera patológico”. Sabía lo que estaba haciendo y lo deseaba.
En su último juicio confesó que "sentía la necesidad de comer carne humana”. Abordó a la joven de noche con “ánimo de hacer daño o de causar dolor”. Sin mediar palabra, con gran agresividad golpeó a la chica, que comenzó a gritar. Con ánimo libidinoso le ordenó: "cierra la boca y túmbate en el suelo”. Intentó degollarla antes de violarla.
Los médicos forenses determinaron que las “frustraciones, los fracasos y las humillaciones” que ha vivido “le hacen responder con furia, mostrando explosiones emocionales de una naturaleza inesperada”. Se mueve buscando “venganza” sobre una persona vulnerable, con comportamientos brutales. Disfruta con “la intimidación, coacción y humillación de los demás".
El presunto asesino de Álex en Lardero es prácticamente sordo y gangoso. Su padre se suicidó cuando él era pequeño mientras él estaba en casa. Según cuentan los que le conocían solía matar a pájaros cuando era niño. Le hacían bulling en el colegio. Quizás de ahí su satisfacción al causar dolor.
Los violadores suelen ser 'lobos solitarios' mientras que los pederastas comparten pensamientos distorsionados que favorecen la búsqueda y el intercambio de material de explotación sexual infantil, pudiendo llegar a actuar y producir sus propios contenidos para obtener prestigio y reconocimiento entre los demás.
Son conscientes de que producen un gran rechazo. En las cárceles prefieren pasar desapercibidos y guardar el anonimato. Muchos intentan obtener beneficios penitenciarios realizando cursos aunque nunca están completamente rehabilitados.
"En ocasiones encontramos que al ser más conscientes de su problema y de su incapacidad para controlarse nos piden ayuda desde la angustia y presentan un discurso más sincero. Toda reinserción es posible si la persona quiere lograrlo, trabaja con empeño y está alerta de aquello que puede hacerle volver a caer. Una vez que acaba el tratamiento la responsabilidad es de ellos. Es necesario apuntar la necesidad de que en libertad tengan acceso a recursos de ayuda donde poder acudir si sienten debilidad", concluyen los expertos.
Estos servicios son habituales en otros países como por ejemplo en Canadá, pionero en estos tratamientos. En España se están desarrollando en Cataluña. Algunos internos empiezan el programa pero no lo acaban porque no se cumplen sus expectativas o por situaciones ajenas como traslados, lo que supone tirar por la borda todo el trabajo.