A Anna A.A. no le gusta definirse como víctima, sino como superviviente de la violencia machista. Hoy, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ha decidido contar su historia. Una historia de terror que ya “casi” ha superado, aunque el miedo seguirá, asegura, mientras el agresor continúe vivo.
Es este miedo el que evita que Anna dé demasiados datos sobre su identidad y son sus ganas de ayudar a otras mujeres las que le llevan a revivir el infierno sufrido durante más de siete años para constatar que “de esto se sale”, aunque cuesta y hay cosas que se siguen haciendo mal. “Se trabaja en concienciación y se trabaja para reparar el daño a las víctimas, pero no se trabaja para reparar al agresor”, denuncia.
¿Qué pasa en la cabeza de los chicos, qué pasa en la cabeza de los hombres?, se pregunta Anna, porque no todos son iguales, "no todos los hombres son maltratadores, por supuesto que no", explica. También hay mujeres que agreden, pero las estadísticas están ahí, “los números hablan”, afirma. Datos que dicen que en lo que va de año ya han sido asesinadas 38 mujeres. 1.171 desde 2003. Anna pudo ser una de ellas. Afortunadamente, ha sobrevidido para contarlo y formarse en el Col.legi Oficial de Treball Social de Catalunya, para ayudar a otras supervivientes como ella.
Pregunta: ¿Cuántas veces se ha preguntado por qué a mí?
Respuesta: Infinitas. Hasta que un día comprendes que ¿por qué a mí no? A cualquiera le puede pasar en un momento de su vida. Cuando entendí ese "por qué no me iba a poder pasar a mí también", que yo no era diferente a las demás y que el problema lo tiene el agresor, no yo, fue cuando pude pedir ayuda.
P. ¿Cómo es ese paso de ayudar a tener que recibir ayuda, de profesional a usuaria?
R. Difícil porque, lamentablemente, ser profesional y saber la teoría no te inmuniza. Como trabajadora social que soy, aunque no trabajaba específicamente con mujeres víctimas de violencia machista, sí que veía casos. Como profesional, te sitúas de una manera, pero en el momento en el que te ves como usuaria empiezas a ver todos los defectos y las carencias del sistema, es como un baño de realidad.
P. ¿Y cuál es esa realidad?
R. La realidad es que se puede salir de ahí, yo soy prueba de ello, aunque el camino es duro, muy duro. Se puede y se debe recibir ayuda, sola es todavía más difícil, aunque solo se puede salir si la mujer quiere. Hasta que ella no dé los pasos necesarios es imposible. Por eso es importante encontrar tu fuerza interior.
P. ¿Cuándo se pone fin al infierno?
R. Cuesta, porque el proceso que viene después es también muy, muy duro. Todavía hoy tú vas a donde un juez sin un parte de lesiones y te dice: ¿Y?
A mí mi agresor me intentó borrar la vida. Empezó, como en tantos otros casos, con situaciones muy sutiles: con celos disfrazados de amor, con control del móvil, de mensajes, borrado de correos, destrucción de diarios… Luego llegó la violencia verbal y física, las bofetadas, los empujones…, nada que dejara marcas ni parte de lesiones; hasta que un día vi peligrar mi vida con un episodio del que prefiero no dar detalles, ni tan siquiera he sido capaz de contárselo a mi propia familia porque es muy duro asumir que alguien te quiera matar.
P. ¿Fue ese su día “d”?
R. Sí, esa noche la policía se presentó en casa, alertada por los vecinos, aunque no fui capaz de denunciar. Cuando los agentes llegaron a la vivienda me dijeron que si quería me llevaban a un centro de acogida, pero el niño estaba dormido, así que no supe reaccionar.
Poco a poco empecé a asumir que me podía matar, así que comencé a dar pasos para marcharme, pero sin que se diera cuenta. Tenía muchísimo miedo, no quería que le pasara nada a nuestro hijo. Desde esa noche “d” pasaron casi dos años, con meses de terapia con una psicóloga. Fue un auténtico infierno de noche tras noche durmiendo con mi enemigo. Hasta que un día, por fin, pude coger la maleta e irme con la excusa de que me marchaba de vacaciones con mis padres. Es muy duro. De cara a la galería, teníamos una vida perfecta: 35 años, un hijo precioso, una casa y dinero, pero de puertas para dentro era un infierno que te destroza día a día, hasta que dices basta. Cogí a mi hijo y me fui con mi futuro, y es duro dejar atrás todas tus cosas, pero nunca volví.
P. Pero dice que ahí no acabó su pesadilla.
R. Bueno, ya no era el miedo diario a vivir con él, pero entonces empezó a amenazarme con que se llevaba al niño e inció el maltrato económico. No pasaba la pensión y dejó de pagar los créditos que me había hecho avalar. Durante años no pude tener tarjetas, y tenía miedo de que me embargaran parte de la nómina, aunque había una sentencia judicial que me eximía del pago.
El juez decretó una orden de alejamiento de mí, pero no de mi hijo, así que cada vez que se la saltaba, tenía que denunciar y pagar de nuevo al abogado y al procurador. A pesar de que me sé muy bien la teoría, nadie está preparado para todo esto. Se pide a las víctimas que denuncien, pero no se les dice que hay que pagar esa denuncia, que el procurador y el abogado de oficio es solo para personas que no tienen recursos.
Por el camino te encuentras a mucha gente que te ayuda, pero también a mucha que te juzga, por no hablar de los jueces, hombres y mujeres que, en algunos casos, no tienen formación en violencia de género y siguen teniendo una visión muy patriarcal de la justicia, tratando a las mujeres víctimas de la violencia machista con escasa o nula sensibilidad. Mi vasta experiencia y el periplo por las distintas salas de la ciudad de la justicia es otro de los episodios que preferiría olvidar: desde los juicios rápidos con una sala llena de mujeres asistidas por abogados de oficio, a las declaraciones delante de mi agresor, solo separados por una mampara. Por eso, además de toda la ayuda de servicios sociales, de los Mossos, de la familia y amigos, yo he tenido que hacer un importante trabajo de crecimiento personal para poder llegar hasta donde estoy hoy.
P. ¿Y dónde se encuentra hoy?
R. Hoy tengo una pareja, un hombre maravilloso, he vuelto a ser madre y voy dando pasos. El miedo no desaparece, seguirá ahí mientras mi agresor exista. No es fácil vivir con un dispositivo GPS que por un lado te protege, pero por otro hace que no te olvides de la amenaza. Ya han pasado 12 años y empiezo a ser capaz de contar lo ocurrido. Durante este tiempo no he dejado de realizar actividades de crecimiento personal. Estuve en terapia durante más de seis años en Tamaia, de las primeras entidades que se abrieron en Cataluña para luchar contra la violencia machista. Después pasé a ser mentora y, cuando el centro cerró por falta de subvenciones, las mujeres creamos un grupo de ayuda mutua. Me he formado para poder apoyar a otras mujeres que sufren o han sufrido violencia machista. Se puede salir y se sale, por eso ahora ya no me gusta que me llamen víctima.
P. El 15% de los jóvenes españoles y el 8% de las chicas creen que la violencia de género no existe y es un "invento ideológico".
R. Cuando escucho informaciones de este tipo, cuando oigo que alguien niega la existencia de la violencia machista, siento un profundo dolor, sobre todo si quien lo niega es una mujer. Los datos están ahí, los números no engañan. Superar la violencia machista es un trabajo de todos y hay que hacerlo en dos sentidos, porque se trabaja mucho para identificar el maltrato y acompañar a la mujer, pero se sigue sin atajar el problema, que es el agresor. El problema lo tienen los hombres que agreden, pero no se trabaja con ellos. Dudo mucho que mi ex pareja haya asistido a ningún tipo de terapia.
P. ¿Usted ve alternativa más allá de meterles en prisión?
R. Es que no creo que el problema se solucione con su ingreso en la cárcel porque, cuando salen, o van a por su ex o repiten el maltrato con otra mujer. Hay que hacer que el agresor abandone esa conducta y dudo de que en prisión vaya aprender nada bueno. Igual que hay casas de acogida para mujeres, se deberían poner en marcha centros de rehabilitación para maltratadores, de forma que no sea la mujer la que se vaya de casa con su hijo a un centro de acogida. Debería ser el maltratador el que ingrese en un centro de rehabilitación donde reciba ayuda psicológica, desintoxicación, formación y programas de sensibilización; y, hasta que no demuestre que está capacitado, no saliese de allí. Que sea él quien pierda su trabajo, su casa y se quede en la ruina al tener que pagar un abogado. ¿Por qué tiene que ser la mujer la que se esconda en un centro de acogida? Eso no es vida, mientras él sigue actuando con normalidad, yendo al trabajo, saliendo con sus amigos y con otras mujeres a las que puede seguir maltratando.
P. ¿Su maltratador fue alguna vez a la cárcel?
R. No, yo no quería porque sabía que saldría de ahí mucho peor. Pero no es justo que sean las mujeres que han sido maltratadas las que tienen que renunciar a su vida porque hay un señor suelto que es como un perro salvaje sin bozal. Que cojan al señor y lo lleven a un centro. ¿Por qué somos las mujeres las que tenemos que ser fuertes y hacernos respetar? ¿Por qué? ¿Porque los hombres tienen un arma entre las piernas con las que nos pueden hacer mucho daño? ¿Qué es lo que les pasa a algunos hombres por la cabeza? Preguntas que muchas de ellas, lo sé, pueden resultar políticamente incorrectas, pero es que todavía hoy siguen sin respuesta.