Carlos ha tomado muchos antibióticos en su vida. Quizá demasiados. Tantos, que ahora ya no le funcionan, cuando coge una infección bacteriana. ¿Es de esto de lo que hablamos cuando hablamos de resistencia a los antibióticos? No, no es eso. O no sólo. “Es un problema global que parte de problemas individuales”, explica Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca. La resistencia a los antibióticos es un buen ejemplo de cómo “las pequeñas cosas que hacemos pueden tener un impacto global”, asegura. ¿Y qué son esas pequeñas cosas?
Hablamos del “uso indebido o indiscriminado de los antibióticos”, que fomenta que, muchas veces, no sean efectivos contra determinadas bacterias. O contra ninguna. Algo que cada vez ocurre más, en todas partes del mundo. “Estamos ante uno de los problemas de salud más importantes que afronta la humanidad. Nuestro bienestar y toda la medicina moderna dependen de que los antibióticos funcionen”, advierte Bruno González Zorn, catedrático de Microbilogía de la Universidad Complutense de Madrid y asesor de la OMS en Resistencia a los Antibióticos y One Health.
De hecho, a este problema se le llama ya la “pandemia silenciosa”. Es la siguiente a la que vamos a tener que enfrentarnos. A la que nos estamos enfrentando ya. “Todas las cirugías y todos los trasplantes, por ejemplo, están en peligro, porque los antibióticos que tenemos disponibles cada vez funcionan menos. Cada vez hay más personas que mueren porque ningún antibiótico es capaz de matar a las bacterias que producen la infección”, advierte González Zorn. Hablamos de 1,27 millones de muertes al año, atribuibles a este problema de forma directa. Y creciendo.
Rivas pone algunos ejemplos de ese mal uso de los antibióticos. Seguro que les suenan cercanos. “Cuando tienes una infección y te dan antibiótico para siete días, pero al tercero, como ya te encuentras bien, lo dejas”. La situación es muy frecuente. ¿Qué ocurre entonces?
“Ese antibiótico, lo que hace es atacar a la bacteria constantemente, cada poco tiempo”, es decir, mantenerla a raya. “Evita que aparezcan células que puedan acomodarse a esa situación y que aparezcan resistencias”. Pero si dejo de tomarlo, la bacteria “se va acostumbrando, va encontrando la forma de evitarlo, de resistir, y empezamos a tener un problema”.
Otro ejemplo. “Tengo un virus, un resfriado… y decido, por mi cuenta, tomarme un antibiótico. No, no, no. Los antibióticos no sirven para los virus”, insiste Rivas. “De nuevo, lo que hago es fomentar la aparición de resistencias”.
Pero nuestro mal uso de los antibióticos no es la única causa de la aparición de bacterias resistentes. Hay más. “El uso indebido de los antibióticos está acelerando el problema” de la resistencia bacteriana. Pero ¿cómo y por qué se hacen resistentes las bacterias?
“Las bacterias multirresistentes a los antibióticos lo que están haciendo es luchar por sobrevivir. Esto es una guerra armamentística”, explica Rivas. Una guerra en la que “unos tienen armas y otros escudos. Nosotros utilizamos moléculas químicas para atacar a las bacterias: los antibióticos. Y ellas utilizan escudos para defenderse”.
¿Cómo se defienden? “Evolucionan, cambian, se adaptan… Por ejemplo, producen moléculas que son capaces de cortar la estructura del antibiótico y hacen que no funcione”. Las bacterias “van sacando nuevos escudos contra nuestras armas”. Pero es que, además, conocen perfectamente nuestras armas. Porque las utilizaron mucho antes que nosotros. “Los antibióticos existían mucho antes de que nosotros los descubriéramos”, advierte Rivas.
Los microorganismos producen sustancias antimicrobianas, entre ellas antibiótico. “Las utilizaban para combatir entre ellos, para poder dominar el territorio, o eliminar al adversario, o luchar por el espacio o por los nutrientes…”, explica Rivas. “Cuando los descubrimos nosotros (a principios del siglo XX), ellos ya los usaban”. El primer antibiótico que se descubrió, la penicilina, lo produce un hongo. Después llegó la estreptomicina, que la produce una bacteria. “Ese grupo de bacterias, de hecho, las estreptomices, son las grandes productoras de antibióticos”.
Rivas pone otro ejemplo que puede resultar cotidiano: el ácido clavulánico, por ejemplo, utilizado en el augmentine. Este antibiótico, de uso frecuente, combina amoxicilina y ácido clavulánico. “La amoxicilina es un derivado de la penicilina, y el ácido clavulánico lo producen las estreptomices”.
Como esas bacterias ya producen de manera natural estos antibióticos, también, de manera natural, generan resistencias hacia esas sustancias. Es decir, “aunque nosotros no utilizásemos los antibióticos, eso ocurriría”. Pero no tanto. Ni sería un problema. Porque ahora, advierte, “este proceso se está acelerando” por el uso que nosotros hacemos de ellos. Mejor dicho, por el mal uso. Vuelvan al augmentine, por ejemplo, y piensen cuántas veces pueden haberlo utilizado. Y si lo han utilizado bien.
“Nuestro uso las somete a una presión selectiva, sólo van a sobrevivir las bacterias que mejor resistan a esa sustancia”, explica Rivas. Es pura selección natural. Y lo que está ocurriendo, tras un siglo utilizando antibióticos, abusando de ellos, es que hay muchas bacterias que se han hecho resistentes. Preocupan especialmente seis, pero cada vez son más, como advierte este estudio recién publicado en The Lancet.
“Es un problema que va a más. Se va a ir ampliando la extensión de esas bacterias. Las que mejor resistan son las que van a prevalecer y proliferar cada vez más, y además, van a seguir aumentando otras que vayan adquiriendo resistencias”, advierte Rivas.
González Zorn, que lleva décadas trabajando en este tema, va más allá. Asegura que el problema afecta a todas las bacterias, incluso a algunas tan comunes como la gonorrea o la tuberculosis. “Todas se están haciendo resistentes a los antibióticos con las que se las trata. Es un problema que afecta a todas las bacterias”.
Apunta, además, que “no sólo hay bacterias multirresistentes (que resisten a muchos antibióticos), sino que cada vez tenemos más bacterias panresistentes, es decir, bacterias que resisten a todos los antibióticos disponibles en la práctica clínica. Y esas las tenemos en casi todos nuestros hospitales”, advierte el experto. Hace años, explica, sólo las encontrábamos en algún hospital de India o China, pero ya han llegado a Europa y “están invadiendo los hospitales”.
González Zorn comenta una situación que también puede sonarles. Cuando una persona entra en un hospital con una neumonía y poco después, fallece. Muchas veces -lo habrán oído- se comenta que se le complicó la infección y murió. En muchos casos, lo que hay detrás es esta resistencia a los antibióticos: una bacteria contra la que no había armas disponibles. “Y eso cada vez está ocurriendo más en los hospitales españoles”, advierte el científico de la UCM.
“Si tienes una infección con este tipo de bacterias va a ser mucho más difícil curarte. Te pueden dar un antibiótico, pero no va a surtir efecto. Y si no hay tratamiento posible, eso puede llevar a la muerte en muchos casos. Es algo que ya está pasando”, explica Raúl Rivas.
“Por eso lo llamamos pandemia silenciosa, porque son muchos muertos al año de los que se habla muy poco”, advierte González Zorn. Se calcula que 4.000 personas mueren en España cada año por este motivo. “Son cuatro veces más muertes que los accidentes de tráfico, pero no oímos hablar de todas esas personas que mueren en los hospitales porque los antibióticos no les han funcionado”, lamenta González Zorn.
Las causas de este problema, por tanto, son varias. Desde la resistencia natural generada por las propias bacterias, a la que generamos nosotros por nuestro abuso y mal uso de los antibióticos. Pero hay algo más: el abuso y mal uso que se está haciendo de los antibióticos en los animales.
“En España y en Europa, en general, esto está muy controlado”, apunta Rivas, pero “hablamos de un problema global” y lo que ocurre en otras partes del mundo acaba afectándonos a todos. Es el concepto “One Health”, que tanto se ha repetido a lo largo de la pandemia.
Rivas recuerda que “en África, la UE y EE.UU. se estima que entre el 50 y el 80% de todos los antibióticos son aplicados a los animales, principalmente para promover su crecimiento y prevenir infecciones bacterianas”. Y que “aproximadamente el 75 % de los antibióticos no son absorbidos por los animales y son excretados por el organismo a través de las heces y la orina, pudiendo contaminar y dañar directamente el medio ambiente”.
Advierte de que esto, “combinado con el contacto directo entre las comunidades bacterianas naturales y las bacterias resistentes, están impulsando la evolución bacteriana y la aparición de cepas más resistentes”.
De ahí que sea importante atacar el problema por varios flancos. No sólo desde la sanidad humana, también desde la sanidad animal. Y con ello, volvemos a la perspectiva One Health. “Debemos educar bien a todos los prescriptores (de antibióticos): a médicos y a veterinarios”, advierte González Zorn. Y sobre todo, trabajar juntos.
“Porque de nada sirve que controlemos los antibióticos en hospitales si se siguen utilizando, a toneladas, sin control en los animales. Y al revés”. González Zorn sabe bien de lo que habla. Hace 20 años, creó la Unidad de Resistencia a los Antibióticos de la UCM, que actualmente dirige. “El buque insignia del concepto One Health en el mundo ha sido la resistencia a los antibióticos”.
Tanto él como Rivas advierten de que el problema se acelera y que las previsiones al respecto pueden quedarse cortas. Se estima que para 2050, las infecciones bacterianas serán la principal causa de muerte a nivel mundial, pudiendo alcanzarse los 10 millones de muertos al año. “Pero es una previsión que se hizo en 2014”, advierte González Zorn. “Pensamos que va a ser antes, incluso en 2040”.
Rivas recuerda que, a principios del siglo XX, la mayor mortalidad se debía a las enfermedades infecciosas, pero eso cambió radicalmente con la llegada de los antibióticos, entre otras cosas. “Hoy en día, las infecciosas ya no están en el pódium, pero si esto sigue así podemos volver a la casilla de salida”.