Un centenar de víctimas de los pinchazos en España

En las puertas de las discotecas de Lloret de Mar se han intensificado los registros. Identifican a los jóvenes, piden DNI, y rebuscan en sus mochilas y bolsillos. Cuando hay una joven pide ayuda a un portero porque cree que ha sufrido un pinchazo intentan no causar alarma y silenciosamente clausuran salidas para poder registrar y encontrar a los agresores. Aquí empezó la moda de los pinchazos.

Los Mossos recibieron una oleada de denuncias, todas muy juntas. Las redes comenzaron a hervir. Las chicas extendieron el miedo en sus redes. Con toda la razón. Una nueva modalidad delictiva había entrado en nuestro país. No había sumisión química, aunque algunos temieron que ocultos en esos pinchazos hubiera intentos de violencia sexual. Pero la inseguridad y el miedo calaba. La indefensión de las víctimas se extendía por las Comunidades Autónomas.

Al principio no les hacían análisis, ahora el protocolo en toda España es buscar con rapidez qué sustancia se está inoculando. No los saben. Y no parece que las agujas empleadas sean aptas para inyectar drogas como el éxtasis. Un joven de Lloret se encontró tres jeringas precargadas de insulina. Se las llevó a la policía. Para entonces todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado habían hablado con sus homólogos franceses o ingleses.

El fenómeno viene de Francia. Allí 400 casos en 7 localidades nunca averiguaron para qué, ni si les inyectaban bombas de insulina antihistamínicos o adrenalina. Eran hipótesis. No lograron saberlo. Tal y como creció, se diluyó. Había comenzado la moda al levantar el confinamiento y el cierre de los bares. En Bélgica también ocurrió. Y en Reino Unido. Aunque allí, donde quizá había comenzado de verdad, el entorno en el que se produjeron los pinchazos era más reducido; fiestas privadas y violencia sexual. Sumisión química. En El Reino unido el caso llegó al Parlamento.

En España 23 casos de los Mossos, 15 de la Ertzaintza, 47 Policía Nacional y 20 en Guardia Civil. Festivales, uno detrás de otro y los pinchazos viajando por todas las Comunidades. Intentan separar el polvo de la paja. Los casos en los que no se ha pinchado nada de los que ni siquiera se han pinchado y la imaginación ha podido jugar una mala pasada. Pero para eso necesitan que se denuncie. Casi 100 casos y no llega a una decena son varones. En tres casos han encontrado tóxicos, aunque deben investigar si fueron pinchados o ingeridos antes del pinchazo, como la niña de Gijón positivo a MDMA. Pudieron dárselo bebido. Energy Control monitoriza todos los casos y con seguridad puede decir que no hay modus operandi de sumisión química.

Aunque parezca mentira es muy difícil inyectar por vía intravenosa o muscular. Son líquidos viscosos. Se darían cuenta del dolor las chicas. Y es un mito que no dejan rastro. En las primeras horas se encuentran. Los pinchazos fugaces son otra cosa. Pueden ser subcutáneos. En Cambados un grupo de jóvenes decía que hacía pellizcos para provocar el caos en las chicas. En el Arenal Sound de Burriana una picadura de avispa y cinco pinchazos. En Cataluña uno con palillos. Podemos minusvalorar las agresiones, pero el objetivo de terror sexual empieza a conseguirse. Quizá no todos los agresores lo busquen y hay mucha broma, inconsciencia y menos machismo, aunque parezca puro machismo. Pero lo que hay que advertir es que la agresión con aguja es un delito de lesiones que pude verse agravado, dependiendo del tratamiento médico.

Delito de cárcel

Puede conllevar delito de cárcel y puede llevar si lo ve el juez un agravante de género. Si se inocula droga es delito contra la salud pública y además las chicas y chicos ponchados tienen riesgo de contagiarse; infecciones como el VIH o la hepatitis. No es una broma. Es un crimen. De momento no hay organización, no hay reto viral, pero son casi todas mujeres. Hay media docena de chicos atacados. A uno le robaron después de pincharlo. El único caso de sumisión química. 

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