Los ojos claros de Jesús acompañan a la perfección a su tono de voz medio, ni muy alto ni muy bajo, y sereno. Una puede imaginarse la paz que transmite esa voz cuando le dice a alguien que ha decidido morir: "Ahora te voy a poner esta medicina, te vas a dormir y ya no te vas a despertar". Lo ha hecho dos veces en su vida, las dos fueron muy duras, pero ambas le dejaron después la misma sensación que transmite su voz: paz. Porque es difícil, dice, asumir que no vas a curar, y luego aceptar que cuidar a alguien también es sinónimo de acompañarle en el final. Jesús es uno de los médicos que ha practicado eutanasias en España desde que, hace un año, entró en vigor la ley.
Muchos compañeros suyos le han confesado que no se ven capaces de practicar una eutanasia. Él cruza los dedos para que no tenga que intervenir en muchas más aparte de las dos que ya ha practicado. Si se lo piden, y está de acuerdo, ayudará a los pacientes. Pero preferiría no tener que hacerlo "no por dudas morales, que no tengo ninguna, sino porque en el proceso estableces vínculos fuertes con el paciente y su familia, y luego los pierdes. A nadie nos gusta perder a seres queridos", explica.
Pregunta. ¿Por que accedió a la primera eutanasia?
Respuesta. Yo soy geriatra, y por lo tanto estoy acostumbrado a cuidar a los mayores en el final de sus días. Porque muchas veces no podemos hacer más que acompañarles y aliviarles los dolores o el sufrimiento que tengan. Y muchas veces en mi carrera me he enfrentado a situaciones muy duras en las que no puedes hacer nada más por tu paciente, está sufriendo y te pide que acabes con ese dolor. Las personas pueden llegar a tener muy claro que ha llegado su final. Y tú te sientes impotente cuando no puedes ayudarles más.
Así que cuando llega la primera solicitud yo ya había lidiado con la muerte, con muchos tipos de muerte. Pero aún así fue duro. Acompañé a la paciente durante muchos meses, y todos tendemos a mirar para otro lado cuando nos hablan de muerte. Ella me pidió expresamente que no la abandonara, como sentía que habían hecho otros. Cuando le hablaba a su equipo de cuidados paliativos -que hizo un trabajo maravilloso- de que quería el final, le mandaban a la psicóloga. Tendemos mucho a no querer ver lo que tenemos delante: que alguien se quiera morir. Así que cuando ella lo verbalizaba, todo el mundo intentaba animarla, buscar otro tratamiento... pero es que ella no quería nada de eso, ella quería que todo se terminara ya. Me dijo: "¿Tú también vas a abandonarme?" Y yo le dije que no, y estuve a su lado hasta el último momento.
P. Como médico, formado para curar y salvar vidas, ¿cómo se afronta todo lo contrario?
R. Afortunadamente el concepto de la medicina ha avanzado mucho. Ya no solo nos centramos en curar sino en cuidar. Y eso implica hacerlo hasta el final. Muchos dicen que la eutanasia no es un acto médico, y yo defiendo que sí lo es. Porque no todo consiste en salvar vidas. De hecho, salvar vidas, a veces, es lo que menos hacemos. Y esto no nos gusta aceptarlo. Podemos llegar a sentirlo incluso como un ataque a nuestro narcisismo: yo te voy a curar, yo te voy a aliviar. Y tenemos que aceptar que eso a veces no es posible. O que, aunque podamos, el paciente no percibe ningún alivio. Aquí es donde entra la eutanasia. Antes de esta ley no se podía decir la verdad, tapábamos el deseo de morir, apenas se verbalizaba conscientemente.
Ahora hay una conversación muy honesta en la que el paciente te pide lo que desea, que es morir, tú hablas con él muchas veces, le preguntas, te contesta... Y es la persona la que controla su vida y su muerte. Lo que cuesta es aceptar la autonomía total del paciente. Aún existe ese rol tradicional de que cuando alguien se convierte en paciente deja de ser adulto y el resto lo trata como a un niño. Con la eutanasia no ocurre eso. El protagonista absoluto, el que toma todas las decisiones, es el paciente. Y aceptar eso cuesta. La eutanasia es un acto médico muy honesto.
Y aún así, sufrimos. Con mi primera paciente no dormí bien la noche de antes, estaba nervioso, triste... Pero no por dudas morales, sino por emociones. Al final, para llegar a un proceso así, el equipo sanitario hace muchas entrevistas con el paciente, llegas a establecer lazos con ellos, sus familias. Y el momento en el que le dices: "Ahora te voy a poner una medicación para dormir y ya no te vas a despertar"... Eso es duro. Yo nunca lo había hecho, ni en sedaciones terminales, que suelen hacerse cuando el nivel de conciencia del paciente es menor. Y además es una sedación que, llegado el caso, podría revertirse. Esto no. Y se lo estás diciendo a un paciente que sigue vivo, escuchándote. Fue difícil, para mí también implicaba perder a una persona a la que quería.
P. Y aún así, luego practicó otra.
R. Sí, a un varón. Yo tenía su testamento vital desde varios años antes, esta persona también lo tenía clarísimo. En este caso fue muy diferente, porque se realizó en el hospital para que el hombre pudiera donar los órganos, como era su deseo. De hecho la emoción, que también era inmensa, fue diferente, porque cuando ya pasó todo y se produjo la explantación de órganos hubo, me atrevería a decir, incluso momentos de alegría, de decir: "Ahora mismo mi hijo está salvando la vida de cinco personas".
Además, en esta eutanasia me quedó más claro todavía cómo de dueños de todo le permitimos ser a los pacientes. Este hombre pospuso hasta en tres ocasiones su final, porque había cosas que quería hacer, amigos a los que ver. Y el equipo nos adaptábamos a él. Nos decía: "Oye, que no, que no va a ser mañana". Y lo parábamos todo. De hecho, fue tan dueño que cuando ya estábamos a punto de dormirle pidió quince minutos más para terminar de asentar los sentimientos de su familia.
El domingo que me llamó para decirme que iba a ser al siguiente martes me dio un vuelco el corazón. Era, de nuevo, enfrentarme a la pérdida. Después de esto la muerte está más presente en mi vida, pero como algo natural. Como se suele decir, como parte de la vida. Te ayuda a aceptarlo, e incluso a sentirte bien con tu trabajo. Es lo que debes hacer, lo haces por duro que sea, y los pacientes y las familias te ayudan con su gratitud.
P. ¿Se siente comprendido por sus compañeros?
R. Yo he hablado de los dos procesos en los que he acompañado a los pacientes con total libertad, y percibo que mis compañeros están, en general, a favor de la ley. Sobre todo porque es muy garantista, conlleva un tiempo, unas evaluaciones, reflexiones de muchos profesionales, que acreditan que la persona realmente desea la eutanasia y es una decisión libre y profunda. Pero es cierto que muchos me confiesan que no se ven capaces, o que me dicen que ojalá no les toque.
P. Y usted, ¿desea, íntimamente, lo mismo?
R. Hombre, sí. La verdad es que espero que no me toque hacer muchas. Pero sobre todo lo que espero es tener la fuerza suficiente para no abandonar a nadie que la necesite. Porque, al final, esto van a ser actos extraordinarios, poco frecuentes. Mi experiencia es que la gran mayoría de las personas quieren vivir. La eutanasia va a quedar para esos pocos que realmente la necesitan.
Medina sigue en contacto con las familias a las que ha acompañado en la eutanasia de un ser querido. Conoce a los nietos, hijos, padres, mujer, marido. Cuenta que la mayor parte de los familiares pasaron por varias fases respecto a la decisión de los pacientes: dolor, aceptación e incluso comprensión. Para él son ya parte de su vida, como él lo fue de su muerte. Ambos extremos de la existencia se unen en este médico que, a pesar de lo que desea, reconoce que cree que no sería capaz de negarle la eutanasia a alguien que realmente la necesite. Por mucho que cada una sea una muesca de dolor por la pérdida.