¿Y si nuestros trabajos no fueran únicamente medios para ganarnos la vida, para ganar dinero? ¿y si pudiéramos ver nuestro trabajo como algo mucho más grande, como un proyecto moral de mejora de la sociedad?
Las caras que ponen los alumnos de Fernando Vidal -sociólogo y director de la Cátedra Amoris Laetitia de la Universidad Pontificia de Comillas- cuando les hace esas preguntas, son de auténtica estupefacción.
Suena ingenuo, absurdo y poco realista, pero Vidal insiste en que en estos tiempo que corren es esencial y necesario hacernos estas preguntas; recuperar el verdadero sentido del trabajo. ¿Por qué hoy día suenan ingenuas expresiones como “dar a la sociedad”, “devolver a la sociedad” y palabras como contribuir, vocación, propósito, o proyecto moral?
Hace apenas unas décadas, las personas vivían sus trabajos como auténticos proyectos de vida, explica Fernando Vidal : “Había una fuerte ética del trabajo fueras obrero y estuvieras trabajando en una fundición o fueras médico. Realmente el trabajo te conectaba con la sociedad y conectaba tu vocación -que era una palabra bastante importante- con el propósito de tu vida y prácticamente nuestros padres estaban en organizaciones en las que trabajaban toda su vida, de modo que había una identificación enorme (…) el trabajo tenía absoluto valor y merecía una vida, por supuesto. Eran lugares casi de santidad, lugares de bien, de realización. Sin embargo, hoy en día, trabajas en Carrefour y ¿qué transmites a tus hijos? Esta macdonalización de los trabajos ha llevado a un problema muy grave...pero tremendamente grave, que no solo es la desafección con las empresas, es la desafección con la propia sociedad”.
De modo que el paradigma vigente en la actualidad es el de la instrumentalización completa del trabajo; es decir una visión funcional y utilitaria del trabajo, lo que implica el derrumbe de la ética del trabajo. La valoración que hacemos nosotros mismos de nuestros propios trabajos no es en función de nuestro desempeño o del valor contributivo que nuestra profesión tiene en la sociedad, sino en función del rendimiento económico que producimos: tanto ganas, tanto vales.
Y esta visión tan utilitaria del trabajo ha ido produciendo en las últimas décadas en los trabajadores otro fenómeno que es el llamado desengagement, es decir, la progresiva desafección de los trabajadores respecto a sus empresas. De hecho, hoy en día prácticamente todas las empresas dicen que su principal problema es la falta de compromiso de sus trabajadores. Y el de los trabajadores que se sienten desmotivados, que sienten que se dejan la vida en el trabajo...¿para qué?
El concepto de workism, explica el sociólogo Fernando Vidal, se inicia a principios de siglo con los milenial, que son quienes “realmente traen otra cultura del trabajo, en donde para ellos la realización de un proyecto personal a través de la transformación del mundo, lo que sería el trabajo, comienza a tener una centralidad enorme, frente a una visión más funcional y utilitaria del trabajo. Realmente cobra mucha importancia el trabajo como fuente de valor y fuente de sentido en la vida y eso es lo que les lleva a poner el trabajo incluso por encima de las instituciones en las que están. Y eso hace que se produzca esto del salto de trabajo, el job jumping, el que si no te satisface una institución, cambias para encontrar aquella donde sí puedes desarrollar tu trabajo con pleno sentido”.
Esta nueva manera de entender el trabajo como lugar donde encontrar el sentido de la vida, explicaría también -según Vidal-, toda esta tendencia a crear start ups pequeños proyectos que están muy conectados con el sentido de la vida para ellos, porque son una vía para encauzar un propósito de vida.
“A mí me parece que esto sí que es una victoria de los milenial, en el sentido de que han logrado que su preocupación por el valor del trabajo y su foco en el trabajo como fuente de valor para el propósito de su vida, se generalice más”.
El concepto de workism, según Fernando Vidal, sería una especie de luz al final del túnel después de estas décadas de oscuridad en las que -como norma general- se ha perdido ese sentido del trabajo como vía de crecimiento personal y de trascendencia y más que una fuente de felicidad, ha sido una losa sobre nuestra espalda.
Fue en medio de este contexto (el concepto de workism empezaba a hacerse un pequeño hueco) cuando llegó la pandemia. Y la pandemia, explica Vidal, “lo que está generando es una alteración en las formas de pensar de la gente. En la primera encuesta de este año del CIS, en enero, se manifestaba que un 50 por ciento de los españoles estaba cambiando su forma de pensar debido a la pandemia. Y un 62 por ciento de los españoles estaba cambiando su forma de valorar lo esencial, de modo que eso también incluye el trabajo. Efectivamente hay una vuelta a lo esencial, hay una revisión de lo esencial y de lo superficial. Y esta es una experiencia que está ocurriendo en todo el mundo. No sabemos cómo esto se va a manifestar a largo plazo o qué tendencias va a cambiar, pero lo que sí parece claro es que está habiendo un ejercicio de reflexión profundo por parte de la población”.
Y nuestra relación con el trabajo entra dentro de estos fenómenos. La pandemia nos obligó a parar y eso trajo consigo una reflexión, una toma de conciencia. "Uno se empieza a cuestionar ¿para qué trabajamos tanto? ¿para qué estamos pidiendo la conciliación trabajo-familia? Y ahí hay una búsqueda de nuevo de una ética del trabajo”.
La pandemia, explica el sociólogo “Nos dejó a todos en silencio. Igual que estaban las calles en silencio, hizo que nosotros nos quedáramos en silencio (…) También ha sido muy importante la contemplación de los trabajos esenciales y el enorme aprecio, ya no solamente de los médicos, o de las fuerzas de seguridad, sino del cajero, de la persona que estaba por la calle visitando a las personas sin hogar y atendiéndolas, del camionero que iba solo por las carreteras, del dueño del restaurante de carretera que ponía la fruta y la comida y la bebida para que el transportista pudiera descansar, del reponedor…”
Es decir, la pademia nos hizo tomar conciencia de la importancia de todas las profesiones, también de las que generalmente no son valoradas y se consideran de baja reputación. Porque la pandemia hizo que se manifestaran claramente como profesiones esenciales. La pandemia ha traído un re-aprecio de la importancia del trabajo y de la conexión directa entre la profesión y el servicio, independientemente del dinero que uno gane.
La frase tan milenial, “la gente cobra por trabajar, pero no solo trabaja por dinero” empieza a tener sentido. Y no hablamos de profesiones sofisticadas, no. Cualquier trabajo, por aparentemente insignificante que sea, es esencial, y es susceptible de ser visto como una vía de contribución al bienestar de toda la sociedad.
Porque trabajar no es solo ganar dinero: es impactar en el mundo, es participar en la evolución y transformación del mundo. Y no es este un terreno exclusivo para unos pocos privilegiados. Todas las profesiones y trabajos, desde un barrendero hasta un neurocientífico, contribuyen a ello. Todas las profesiones tienen su cuota de impacto en la sociedad. El secreto es saber verla y tenerla muy presente en el día a día.
Workism, termina Fernando Vidal, es una palabra inglesa, un anglicismo que al final nos habla de algo tan sencillo y esencial como el amor por el trabajo. Workism es, en el fondo, “amar a la sociedad por el trabajo”. Porque cuando uno tiene claro que su trabajo tiene un impacto en la sociedad, por pequeño que sea, es mucho más fácil amarlo y comprometerse con él.