En algunos casos parece que los niños chinos no van a clase sino a un hospital. Los controles no pueden ser más rígidos. Las desinfecciones de las aulas se producen hasta seis veces al día y en los pupitres se ha dicho adiós a eso del compañero de al lado. Y nada de ir sin mascarilla. Es obligatorio. Son las secuelas del coronavirus, que no permite errores.
Los pequeños ya llevan quirúrgica. Los controles son exhaustivos. La distancia social debe ser respetada, y un termómetro infrarrojo como el que vimos en España en el IFEMA controla la temperatura. Las mamparas en los comedores y se están convirtiendo en algo común y todo se hace por turnos. En otras escuelas los pequeños llevan los niños llevan sombreros de cartón con alas en los laterales que miden 1,5 metros para garantizar que la distancia se cumple.
Dentro de las aulas, se han colocado mamparas individuales para separar unos pupitres de otros y hay niños que llevan adicionalmente viseras de plástico. Nadie quiere un rebrote del virus. Guardias de seguridad y maestros comprueban que todo se cumpla a rajatabla. Lo que no hacen los niños es tener actividades deportivas.
Los dormitorios de los estudiantes internos también ha sufrido variaciones notables. No tanto en el espacio físico como en el temporal porque el distanciamiento social es algo sagrado. "Nos tenemos que levantar a horas diferentes, de forma escalonada", cuenta Deng Xilin, alumna del último curso de Secundaria en la provincia sureña de Guizhou, a la cadena oficial CCTV. Así, los estudiantes no coinciden a la hora de lavarse los dientes o ducharse.