Los virus son omnipresentes. Como las bacterias, habitan nuestro cuerpo en cantidades que ni podemos imaginar, y eso no es necesariamente malo. Las células forman un engranaje que no funcionaría sin estos agentes, pero si algo hemos aprendido de la pandemia que ha traído el nuevo coronavirus es que algunos tienen la capacidad de perjudicarnos. ¿Por qué no todos los virus son nocivos para la salud?
Aunque se han ganado una mala fama este año, hay virus en nuestro organismo que destruyen bacterias malas, al igual que hay bacterias 'buenas' que también lo hacen y que, de hecho, consumimos a propósito: los probióticos. Pero, ¿qué convierte en bueno o malo a un virus? Empecemos por los malos.
Los microorganismos han evolucionado con nosotros desde el principio de los tiempos. Es lo que llamamos nuestro microbioma, y está habitado por unos 39 billones de baterías. Pero los virus, que no están considerados organismos vivos, son todavía más numerosos. Concretamente, tenemos más de 380 billones de virus: ellos integran nuestro viroma.
La función de una parte de esta colección de virus es infectar las bacterias que viven en su interior, conocidas como bacteriófagos. Al infectar las bacterias, se apoderan de su ‘maquinaria’ para producir más fagos en vez de más bacterias. Después las liberan y las destruyen, y esperan para infectar una nueva bacteria. Es como una guerra interna de nuestro cuerpo.
Pero esa destrucción de bacterias a veces juega en nuestro favor. En los tractos digestivo, respiratorio y reproductivo hay un revestimiento de la membrana mucosa. “Debido a que estas capas de moco proporcionan hábitats favorables para las bacterias, sirven como punto de entrada para muchos patógenos”, informa una investigación reciente. Para evitar que esos patógenos nos afecten, en esa mucosa están los otros virus, los buenos.
Estos virus son parte de nuestro sistema inmunológico y nos protegen de las bacterias invasoras. Lo hacen, como explicábamos anteriormente, infectándolas y destruyéndolas.
Es por ello que se utilizan los fagos como fármacos antibacterianos: “El objetivo [de estos fármacos] es alcanzar y luego mantener en la vecindad de las bacterias ‘diana’ las densidades mínimas de fagos que sean necesarias para lograr los niveles deseados de erradicación bacteriana”, enuncia una investigación anterior. Se utilizan para enfrentar enfermedades como las úlceras cutáneas, infecciones purulentas o patologías provocadas por la bacteria Staphylococcus aureus, muy peligrosa porque puede provocar neumonía.
En la actualidad se estudian las aplicaciones de fagos aún por explorar. “Recientemente, se han elaborado fagos genéticamente modificados que incluyen el sistema de edición génica CRISPRCase9 para que detecten los genes bacterianos de resistencia y los inactiven”, dice un estudio. Esto se hace con extremada cautela por un motivo, apunta esta investigación: la capacidad de los fagos para transferir ADN de una bacteria a otra puede derivar en la formación de nuevas bacterias patógenas o bacterias más resistentes.
En conclusión, lo que determina que un virus sea bueno o malo es la bacteria que destruye. Lo que busca la ciencia desde que fueron descubiertos en 1917 es utilizarlos para controlar las poblaciones bacterianas naturales, es decir, manipular nuestro microbioma para que mantenga a raya a los patógenos, protegiéndonos de enfermedades.