La eficacia de la vacuna moderna es de un 94,1% según la propia Moderna, datos que les han animado a presentar hoy mismo a la FDA estadounidense la autorización para el uso de emergencia de esta vacuna, al igual que hizo Pfizer hace unos días con la suya. También van a solicitar a la Agencia Europea del Medicamento una autorización condicional para la comercialización (CMA) de la mRNA-1273 en Europa, que hace justo una semana anunció la adquisición de 160 millones de dosis de la vacuna. No solo eso, Moderna dice que "la eficacia de la vacuna contra el covid-19 severo es del 100%".
En la guerra de las vacunas contra el covid no solo hay en juego rivalidades comerciales y científicas. También la política. Al menos, en EEUU, donde el presidente Donald Trump entendió que tener la vacuna le aseguraría la reelección. Lo cierto es que tanto Pfizer como Moderna anunciaron el éxito de sus antídotos solo días después de los comicios que dieron la victoria Joe Biden.
Pocas competencias corporativas se han desarrollado con tanto en juego y con un trasfondo tan complejo. No eran solo rivalidades comerciales y desafíos científicos, sino un plan ambicioso para poner al gobierno federal en medio del esfuerzo. Trump siempre pensó que una vacuna aseguraría su reelección.
A última hora y contradiciendo al presidente Trump, el presidente ejecutivo dePfizer, Albert Bourla, retrasó el cronograma de su vacuna a finales de octubre, temiendo que los resultados de los ensayos clínicos no fueran lo suficientemente convincentes para que los reguladores federales concedieran una aprobación de emergencia a su vacuna. La noticia del éxito de Pfizer con un 95% de efectividad, se anunció justo después del triunfo de Joe Biden. Bourla se mantuvo al margen de las presiones de Trump.
Moderna, una empresa mucho más pequeña y que aún no había puesto ningún productor en el mercado, aceptó 2,5 millones de dólares del Gobierno de EEUU y trabajó de la mano con los Institutos Nacionales de Salud (NIH) . A pesar de todo, Stéphane Bancel, director ejecutivo de Moderna, ha logrado mantenerse al margen de presiones gubernamentales y la vacuna ha llegado cuando ha llegado.
Ambas empresas han logrado crear una vacuna en meses cuando el proceso suele tardar años. Según cita el New York Times eso se debe a tres factores: Un nuevo método para desarrollar vacunas que ya estaba esperando ser probado, las vacunas ARNm; las altísimas tasas de infección permitieron acelerar el ritmo de los ensayos clínicos, la parte del proceso que consume más tiempo; y que el Gobierno estaba dispuesto a gastar lo que fuera y a permitir la producción en masa incluso antes de que se obtuvieran los permisos.
Las vacunas tradicionales te introducen el virus inactivo o debilitado, las desarrolladas por Moderna y Pfizer no. Los investigadores insertan rápidamente un nuevo código genético de un para crear una nueva vacuna. Es decir, emplean una forma sintética de una molécula genética llamada ARN mensajero, o ARNm, para hacer que las células humanas produzcan una proteína viral inofensiva o pico, que luego estimula el sistema inmunológico para producir anticuerpos y células inmunes que pueden reconocer el pico rápidamente y contraataque cuando sea necesario.
Moderna se creó en 2011 con la mirada puesta en las vacunas ARNm. Cuando llegó el coronavirus, la empresa se marcó el objetivo de estar en tres meses en los ensayos con humanos, punto de una investigación al que no había llegado nunca.
Cuando China publicó la secuencia genética del virus, el centro de investigación de vacunas de EEUU se centró en el gen de la proteína del pico del virus y envió los datos a Moderna. Los científicos de Moderna habían identificado de forma independiente el mismo gen. Según Bancel, Moderna introdujo los datos en sus computadoras y creó el diseño de una vacuna de ARNm y asegura que todo el proceso tomó dos días.
No solo Moderna logró una vacuna de ARNm en tiempo histórico. Los doctores Ugur Sahin y Özlem Türeci estaban en el mismo camino. Su empresa, BioNTech, había trabajado con Pfizer en una nueva vacuna de la gripe de ARNm y propusieron aunar esfuerzos en el nuevo virus. Así llegó también en tiempo récord la vacuna de Pfizer y BioNTech.
Cuando la economía se paró en EEUU, los funcionarios de la administración propusieron un esfuerzo coordinado para desarrollar pruebas, tratamientos y vacunas. Así llegó ‘Operation Warp Speed’ de la mano del doctor Peter Marks, el principal regulador de vacunas de la Administración de Alimentos y Medicamentos. Se trataba de una colaboración entre el Pentágono y el Departamento de Salud, diseñada para apoyar a las empresas farmacéuticas y de biotecnología con toda la experiencia del gobierno, desde ensayos clínicos hasta logística. El objetivo de una vacuna era octubre. Finalmente los resultados de los ensayos con humanos llegaron en noviembre, después de las elecciones presidenciales.
Allí se decidió que Moderna y Pfizer buscarían las vacunas de ARNm, las más rápidas de desarrollar. El Gobierno estaba dispuesto a pagar gran parte de la factura de la investigación. Bourla declinó la oferta porque no necesitaba el dinero. Moderna sí aceptó el dinero del Gobierno. “Chicos, no tenemos un balance como Pfizer”, dijo Bancel.
Conforme se acercaban las elecciones en EEUU, la presión sobre las farmacéuticas y la FDA (Agencia reguladora de medicamentos y drogas de EEUU) crecía. Así, Bourla se puso en contacto con otras compañías, que también buscaban la vacuna y en septiembre, ocho grandes compañías firmaron un manifiesto en el que aseguraron el respeto a la ciencia y que seguirían las pautas de la FDA. Moderna también firmó.
Finalmente hasta después de las elecciones no fue cuando Moderna y Pfizer anunciaron el éxito sin precedentes de sus vacunas.