El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una afección crónica que afecta a millones de niños y cuya incidencia va en aumento en muchos países del entorno occidental, incluida España. Muchas veces continúa en la edad adulta, provocando dificultad para mantener la atención, hiperactividad y comportamiento compulsivo. Para evitarlo, cuanto antes se realice el diagnóstico y se comience a tratar, mucho mejor.
Con todo, como padres, tocará hacer frente a grandes retos: “El desorden; los constantes olvidos; las mentiras; la impulsividad; las emociones a flor de piel, pasando de una felicidad tremenda a un enfado horrible...” son algunos de sus efectos, tal y como explica Ana Lobo, madre de un niño con TDAH y miembro de la Fundación Educación Activa, colectivo de profesionales especializados en este tipo de trastornos. ¿Cómo es el día a día de esta enfermedad y qué pueden hacer los padres para sobrellevarlo?
A menudo los niños con TDAH pueden sufrir una disminución de la autoestima y un bajo rendimiento escolar. Por eso es tan importante llevar un seguimiento con un profesional de la salud mental que pueda enseñar pautas y técnicas para superar este trastorno o mantenerlo bajo control en la medida de lo posible, a través de intervenciones conductuales. También es frecuente el uso de medicación, que puede ayudar mucho a lidiar con los síntomas.
En este sentido, el diagnóstico temprano es clave y puede marcar la diferencia en el desarrollo posterior del trastorno. Por eso hay que conocer los síntomas y, ante la duda, pedir una opinión profesional. Así, entre los síntomas de un TDAH encontramos la falta de atención y el comportamiento hiperactivo-impulsivo. Conviene tener en cuenta que los síntomas del TDAH comienzan antes de los 12 años de edad y, en algunos niños, se notan a partir de los 3 años de edad, tal y como recuerda Mayo Clinic.
En el caso del hijo de Ana, el diagnóstico vino pronto y desde el propio centro educativo, algo muy frecuente, al tratarse de un trastorno muy estudiado y extendido: "En el departamento de orientación nos llamaron para decirnos que nuestro hijo, de 6 años, tenía una disfunción cerebral leve. Fue una época de angustia, miedo e incertidumbre. Después de esto, fuimos a un neurólogo, que nos remitió a un gabinete de psicología para que le hicieran un diagnostico. Al mismo tiempo, íbamos intentando enterarnos de en qué consistía el TDAH".
Con todo, la rapidez en el diagnóstico facilita las cosas, a reducir incertidumbre y acotarse el problema desde el primer momento: "Nuestra experiencia no fue mala, dentro de lo que cabe, porque fueron relativamente rápidas las consultas del neurólogo y del psicólogo, con lo que durante el verano ya teníamos hecho el diagnóstico".
La falta de alertas es frecuente, ya que los niños, por su propia naturaleza, suelen ser más inquietos que los adultos. Por eso es habitual que, como en el caso de Ana, nada haga sospechar que existe un trastorno detrás. Para ellos, "no había nada que nos despertara alerta, porque era movido, pero eso no nos llamaba la atención, quizás por la edad y porque es varón. Hacía mucho deporte y estaba bastante al aire libre, por lo que en casa no se notaba demasiado a esa edad. Pero en el colegio era desordenado, hablaba sin pensar y en cualquier momento, se olvidaba las cosas, se movía mucho..."
Conocer los tres subtipos de TDAH y sus síntomas puede ayudar a los padres a analizar el caso de sus hijos:
Ser padres de un hijo con TDAH supone ciertos retos, sobre todo en lo referente a "intentar establecer unos hábitos en cuanto a higiene, orden, tiempos de estudio, etc.” También toca intentar entender cómo funcionan las emociones del niño y, en este sentido, Ana explica que es básico que el niño perciba que se valora "el esfuerzo que hacen para mejorar”. “Para nosotros, creo que ha sido lo que ha logrado que el vínculo entre nosotros no se rompiera".
El día a día viene marcado por distintas formas de comportamiento conflictivas en función de las edades pero, en general, hablamos de "desorden, constantes olvidos, mentiras, impulsividad, emociones a flor de piel...”. También de "intolerancia a la frustración y falta de autocrítica”, explica Ana.
En cuanto a los momentos más complicados, Ana lo tiene claro: "Sin duda, la etapa de la adolescencia es la más dura, donde se juntan las hormonas disparadas con su déficit de habilidades, lo cual es una mezcla explosiva". "Fue una época muy dura, con constantes desafíos, malos resultados escolares, mal ambiente en casa, etc."
Un dato importante es que los casos de TDAH en niños se han multiplicado en los últimos años en España, especialmente en niños de 8 a 12 años. Más de 250.000 menores toman psicoestimulantes para combatir el TDAH, y se estima que entre el 3 y el 7 por ciento de los niños en España sufre un TDAH, lo cual equivale a uno o dos niños por aula.
Es posible que el aumento de casos se deba no a una mayor incidencia real, sino a una mejora en el diagnóstico, un mejor acceso a la salud o incluso un sobrediagnóstico, que estaría llevando a catalogar como casos de TDAH supuestos en los que realmente este no es el problema.
En este sentido, Ana es de la opinión de que el aumento "puede ser debido a que se diagnostica más”. “Creo que lo que antes se consideraba que el niño era un desastre, que no valía para estudiar... podía estar encubriendo un posible TDAH".
"También creo que puede estar perjudicando el tipo de sociedad en la que vivimos, en la que todo vale y se potencia poco el esfuerzo, además de la cantidad de estímulos que les llegan en cada momento, que hace que sean aun más dispersos y que no tengan un momento para pensar en qué hacen bien o mal".
En cuanto al uso de medicación, Ana nos cuenta que en muchos casos “es necesaria”. "No creo que ningún padre medique a sus hijos por comodidad y, antes de hacerlo, lo piensan mucho porque da un poco de miedo, pero creo que hay que valorar cómo afecta al niño, a sus capacidades y a sus relaciones... En muchas ocasiones, el poder darle un pastilla supone que tenga una mejor adaptación a todos los niveles".
En su caso concreto, al principio les daba "mucho miedo”. “Sin embargo, el neurólogo nos dijo, que si fuera su hijo, sin duda lo medicaría, y que la diferencia es que con la pastilla estaría en las mismas condiciones que los otros niños, y que esto favorecería que no se quedara atrasado en el colegio”. "Ha sido algo bueno no solo a nivel intelectual, sino también a nivel personal, por su autoestima".
De todas modos, Ana insiste en que la medicación "no es milagrosa”. “Es como si te pusieran gafas porque no ves bien. Es decir, te da la posibilidad de que, si quieres, puedas estar como tus compañeros. Después hay que trabajar mucho con ellos".
En este sentido, la terapia es básica: "Creo que ayuda a que pueda aprender todas aquellas estrategias necesarias para poder tener una vida lo más adaptativa posible. Una vez aprendidas todas las herramientas, se puede ir abandonando la medicación en algunos casos, aunque en otros se necesite seguir manteniéndola".