El verano sin viajar no es verano. Necesitamos desconectar, bañarnos en el mar y reír mientras bebemos un mojito en un chiringuito con precios abusivos. Por si fuese poco el hartazgo que nos producen las cuatro paredes de nuestra casa, en Instagram no paramos de ver fotos de pies en la playa. Parece que todos han olvidado que el coronavirus no se coge vacaciones.
Los expertos en sanidad no paran de repetirlo: el COVID-19 sigue a nuestro alrededor. En terrazas, reuniones familiares y medios de transporte. Si bien la situación todavía no alcanza la gravedad necesaria para considerarla una segunda oleada, la falta de medidas de seguridad está elevando día tras día el número de rebrotes.
La sociedad se ha insensibilizado frente al coronavirus, sobre todo quienes no lo han pasado y siguen considerándolo "una nueva gripe que tampoco es para tanto". Pensar esto en febrero era normal, estábamos desinformados, pero hoy en día se ha demostrado que las consecuencias del coronavirus son más graves de lo que pensamos. Al menos, las que conocemos. Porque hay otras que tardaremos tiempo en averiguar.
Algunos pacientes jóvenes están experimentando secuelas cardíacas, pulmonares, neurológicas e incluso problemas psicológicos. Taquicardias, respiración superficial, incontinencia urinaria, depresión y ansiedad son solo unos pocos ejemplos, y lo más angustioso es no saber si se trata de problemas pasajeros o si acompañarán durante años a quienes los padecen.
Pese a todos los riesgos y complicaciones, hay quienes ni usan mascarilla ni respetan las medidas de seguridad. Por si esto fuera poco, es muy habitual que todos nuestros amigos suban fotos de sus vacaciones a Instagram. Así que es normal que a ti te entren ganas de salir de tu ciudad y olvidarte durante unos días que todo ha pasado, hacer como que todo sigue igual. Es comprensible, pero nada responsable.
Todo comienza con una frase sencilla en tu grupo de amigos: "¿Y si organizamos algo?". Poco a poco, la gente se va sumando al plan. "Podemos ir a una casa rural", dice uno. "He buscado y hay un concierto en la terraza de un bar", responde otro. "Y después podemos ir a alguna discoteca abierta". Tú lees los mensajes ojiplático. Te agobia decir que no quieres ir de vacaciones cuando hay rebrotes en prácticamente toda España, pero, en tu cabeza, es la única opción dadas las circunstancias. Simplemente te callas hasta que te preguntan abiertamente si te apuntas. ¿Decir la verdad y quedar como un rancio o arriesgarte a un contagio?, he ahí la cuestión.
Esta situación parece ficticia, pero es lo que están viviendo muchas personas. Aitor, un joven vallisoletano de 21 años, es una de ellas. "Mis amigos han organizado unas vacaciones en un camping. Al principio me parecía una idea buenísima, pero me metí a buscar información y al parecer está petado. Los restaurantes que hay cerca más de lo mismo. Vamos, que lo que a priori iban a ser unos días tranquilos se ha convertido en un agobio constante por respirar el mismo aire que cientos de desconocidos", confiesa.
"Cuando he dicho que es una locura ir de vacaciones me han dicho que soy aburrido, que siempre le pongo pegas a los planes y que no podemos vivir amargados pensando en el coronavirus. Tengo que decirles ya que yo me desentiendo del plan, pero me entra la culpa y también me da miedo sentirme excluido. Es egoísta, pero saber que van a estar pasándoselo bien mientras yo me muero del asco en casa me molesta", añade.
Por mucho que nos duela perdernos un evento de amigos, lo más sensato ahora mismo es respetar las medidas de seguridad y quedarnos en nuestra ciudad. Por un lado, evitamos contraer la enfermedad al compartir espacios con desconocidos. Por otro lado, evitamos propagarla por otras ciudades en el hipotético caso de padecerla y ser asintomáticos. No es ser aburrido, es ser responsable.
El problema es que llegar a esta conclusión es fácil, pero decir abiertamente a tus amigos que pasas del plan es complejo. ¿Cómo vencer a la presión social, el miedo a la exclusión y la culpabilidad?