El aislamiento y la incertidumbre por nuestro futuro son los protagonistas del Día Mundial de la Salud Mental más importante de la última década, y es que 2020 ha sido un año crítico. La pandemia del coronavirus ha cambiado nuestra forma de entender las cosas, empezando a valorar no solo la salud física, sino también la psicológica.
La ansiedad mantenida durante un largo periodo de tiempo no es sana, y en España llevamos desde el 15 de marzo con los nervios a flor de piel. Desde aquel decisivo martes en el que comenzó el estado de alarma hasta hoy, 10 de octubre, hemos aprendido a lidiar con el miedo, la soledad, el duelo y la tristeza.
Cuando por fin pudimos volver a salir, llenamos las calles y las terrazas –en algunos casos de forma imprudente, todo hay que decirlo–, pero algo había cambiado. La preocupación se notaba en el aire, pero también en las cifras: el porcentaje de personas con trastornos mentales aumentó de un 8% a entre 15 y 20% a comienzos de verano. Así lo explicaba Carlos Losada, portavoz de ANPIR (Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes).
Según la ONU, la ansiedad y la depresión se han convertido en un problema más a la enfermedad por coronavirus. Pero ojo, no es algo que se pueda explicar aludiendo a la biología. Para entender por qué surgen estas secuelas psicológicas debemos prestar atención al contexto.
Te empiezas a encontrar mal, llamas a tu centro médico, te hacen una prueba (en el mejor de los casos) y finalmente das positivo. ¿Qué sucede entonces?
Inevitablemente empiezas a pensar en todas las noticias que has leído sobre muertes o secuelas aparentemente crónicas. Te preocupas y te aíslas, porque lo primordial es proteger a tus seres queridos. Estás cansado, agobiado y con la energía por los suelos. Lo más normal del mundo es venirte abajo psicológicamente.
Aunque solo es un ejemplo aislado, es lo que le ha sucedido a un tercio de los pacientes con coronavirus, llegando a desarrollar ansiedad generalizada, trastorno depresivo o ambas condiciones.
Una vez más, la generación 'millennial' ha sido una de las grandes damnificada por la pandemia' . La precariedad aumenta y los jóvenes se sienten en tierra de nadie.
“Mi novio y yo llevamos trabajando desde que se decretó el estado de alarma”, comparte Esther, de 26 años. “Por mucho que le quiera, pasar tanto tiempo juntos me ha hecho perder parte de mi autonomía. También peleamos más porque estamos todo el día juntos. Eso pasa factura y aunque esté acompañada 24 horas, me siento más sola que nunca”.
En el caso de Lola, de 24 años, la pandemia llegó con un email de despido. “Trabajaba para una página web y al principio de la pandemia cayeron las visitas. A las tres semanas de estado de alarma, me despidieron”, recuerda Lola. “Estaba sin trabajo, pero con la factura del alquiler, la tasa de autónomos y la declaración trimestral. Tuve que pedir dinero a mis padres porque me quedé en números rojos”.
En julio Lola encontró trabajo y ha sido ahora, en octubre, cuando por fin ha podido invertir sus ahorros en un psicólogo. “Llevo necesitando terapia desde marzo, pero no he podido permitírmelo hasta ahora. Me han diagnosticado Trastorno de Ansiedad Generalizada”.
Raúl, de 19 años, ha vivido el coronavirus en plena etapa universitaria. “Siento que el curso pasado he perdido el tiempo. Las clases online han sido una vergüenza y me noto muy perdido en cosas que ya debería saber”, confiesa. “Pensaba que con todo el verano de por medio, las universidades se habrían puesto las pilas. Pues no, y muchos estudiantes tenemos una mezcla de rabia, de impotencia y de preocupación. Nos sentimos perdidos y vemos el futuro supernegro”.
“La gente se piensa que como ya no estamos confinados, el coronavirus no existe, pero la gente sigue muriendo”, comparte Carolina, de 25 años. En su caso, la pérdida de un familiar ha marcado un antes y un después. “Cuando alguien cercano muere y luego ves a la gente sin mascarilla o incluso manifestándose negando el coronavirus, te encabronas. Es muy frustrante y te dan ganas de discutir, pero sabes que no servirá para nada”.
Hugo tiene 24 años y depresión diagnosticada desde agosto. “Antes pensaba que trabajar en casa era lo más cómodo del mundo. Ahora estoy hecho polvo. Estoy en un piso enano con ventanas más enanas todavía, y ya no aguanto más”, comenta con rotundidad. “Hay días que trabajo desde la cama porque no tengo fuerzas, y lo peor es que no me concentro porque ya es demasiado tiempo aguantando esta mierda”.
No sabemos cuanto tiempo queda hasta que surja una vacuna y la pandemia se frene. Lo que sí sabemos es que psicológicamente no podemos más, y por eso es importante adoptar medidas para proteger nuestra salud mental.