En el mundo hay dos tipos de personas: las que mantienen la calma los días antes de un examen y las que sufren microinfartos cuando se imaginan frente al papel en blanco. Generalmente, la mayor parte de la población pertenece a este último grupo, ya que la presión por los exámenes suele ser un miedo universal.
Pero la presión no es algo que todos vivimos igual, sino que está sujeta a muchas diferencias individuales. Para demostrarlo piensa en tus compañeros de clase en primero de bachillerato. Seguro que había un alumno que siempre decía que iba a suspender, pero luego sacaba notaza. Luego estaba el que daba una fiesta si le ponían un cinco pelado. Y en el lado opuesto, el que tenía un ataque de pánico si su nota bajaba del sobresaliente.
La sensación de miedo y ansiedad anticipatoria al pensar en los exámenes se va gestando durante años. A veces los padres o profesores presionan demasiado a los menores, generando unas expectativas difícilmente alcanzables. En otros casos son los propios alumnos los que se comparan entre ellos y desarrollan unas necesidades de éxito contraproducentes.
Para comprender en profundidad esta situación, la revista médica Multimed publicó en 2016 un estudio en el que analizaba las causas del estrés académico en estudiantes universitarios.
Encontraron que a menudo la presión, la autoexigencia y la ansiedad académica se deben a:
Como vemos, influye mucho el ambiente educativo. Lo ideal son clases en las que se respete el ritmo de todos, con compañerismo y confianza suficiente para compartir cualquier dudas, y con tareas acordes al tiempo de los alumnos.
Esto es especialmente importante de cara a la época de los finales. En otras palabras, lo ideal es que el profesor de biología y el de literatura no te pongan un examen el mismo día como si tuvieses el mismo tiempo libre que cuando estabas en parvulitos. De lo contrario, la presión puede provocar secuelas psicológicas que afectan al rendimiento y a la salud mental.
Según el estudio de la revista Multimed, son habituales los problemas de estómago, como sensación de acidez, indigestión o dolor de estómago. ¿A quién no se le ha revuelto la tripa justo antes de un examen?
También son habituales el dolor de cabeza, de cuello y de espalda. Esto se relaciona con el exceso de tensión muscular, provocando cefaleas y contracciones sobre todo cuando hay una mala postura.
Y por si esto fuera poco, los alumnos sujetos a mucha presión pueden padecer insomnio, problemas de erección.
En el plano psicológico nos encontramos dos problemas cada vez más habituales.
Por un lado, la ansiedad, que suele manifestarse con nerviosismo, sensación de que no has estudiado lo suficiente e irritabilidad con tus amigos o tus padres.
Por otro lado, la depresión, normalmente asociada a una baja autoestima. Son alumnos que constantemente se infravaloran y se sienten culpables por todo. Esta tristeza puede expresarse en forma de enfado.
Muchos estudiantes piensan que la presión les ayudará a rendir mejor, pero en realidad sucede todo lo contrario. Según el estudio de Multimed, la autoexigencia y el estrés académico pueden producir:
Como vemos, el estrés y la presión por ser los mejores o sacar buena nota en un examen no nos aseguran un mejor rendimiento. Todo lo contrario, ya que son el camino perfecto para que cometamos más errores y saquemos peor nota.