Soraya, 21 años: "La gente no entiende por qué sufro depresión si lo tengo todo"
La depresión afecta a más de 2 millones de personas en España, según la Organización Mundial de la Salud
Según el Instituto Nacional del Bienestar de Estados Unidos, la felicidad no es una entidad única, sino que existen ocho dimensiones del bienestar
Cuando hablamos de salud mental, a todos se nos viene a la cabeza la depresión. No es para menos, ya que es el trastorno mental más frecuente afectando a más de 2 millones de personas en España según la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, sigue siendo un problema tan estigmatizado y desconocido como habitual, tal y como demuestran los mitos que le rodean.
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Una de esas falsas creencias es la que asocia la depresión a “tenerlo todo”. Dinero, pareja o trabajo parecen ser el antídoto ideal de este trastorno. Sin embargo, la realidad es muy diferente de cualquier prejuicio. En el caso de Soraya, una joven de 21 años diagnosticada de episodio depresivo mayor, el trastorno apareció en un momento en el que su vida era perfecta. Se acababa de mudar con su novio, habían mejorado sus condiciones laborales y su día a día era el sueño de muchos.
"Te sientes culpable y desgraciada por no valorar tu vida"
De repente, empezó a sentirse abrumada. “Pasé de tener una beca de prácticas a un contrato real. Todos me daban la enhorabuena y mis amigos en paro o con trabajos precarios me decían que tenía mucha suerte. Lo que no sabían es que salía de casa pensando que iba a cagarla en cualquier momento y que al llegar a casa lloraba nada más entrar al portal”, confiesa.
Tras cuatro meses de estrés laboral intenso, Soraya dejó de hacer las cosas que antes le gustaban. “No tenía ganas ni de pasear al perro. Cuando salía me sentía como un robot. Sonreía, pero estaba apagada. De fiesta estaba más a gusto en el baño sentada en la taza sin hacer nada, que rodeada de mis amigos”, recuerda. “Acabé dejando de salir. Mi vida se resumía a ir a trabajar, volver de trabajar y tirarme en el sofá a ver series”.
Finalmente, Soraya fue al psicólogo. Tras diagnosticarle un episodio depresivo mayor, comenzó la terapia. “Cuando empecé a ir al psicólogo me sentí mucho mejor. Le puse nombre a lo que me pasaba y empecé a solucionarlo. Pero con el diagnóstico de depresión también llegaron las opiniones que no había pedido”, relata. “Me han dicho que por qué estoy deprimida si lo tengo todo. Eso duele, porque te sientes culpable y desagradecida por no valorar tu vida”.
El testimonio de Soraya refleja dos realidades que la sociedad debe asumir. En primer lugar, que sufren igual quien se ahoga a 1 metro de distancia de la superficie, que el que se ahoga a 20 metros. En otras palabras, una persona con trabajo, pareja y amigos puede padecer depresión al igual que otra persona en paro, soltera y aislada. En segundo lugar, que el bienestar y la felicidad abarcan muchos aspectos.
Las ocho parcelas del bienestar
Según el Instituto Nacional del Bienestar de Estados Unidos, la felicidad no es una entidad única. Puedes tener dinero, y encontrarte triste. Puedes tener pareja, y sentir que tu vida es un fracaso. Puedes estar sano físicamente, pero mentalmente devastado.
Concretamente, existen ocho dimensiones del bienestar y lo más habitual es no cumplir todas.
- Bienestar ocupacional. Se asocia al trabajo, pero no solo influye ‘tenerlo o no’. El sueldo, las horas libres, el ambiente laboral, la vocación, la sobrecarga y la posibilidad de ascender también son importantes.
- Bienestar económico. Una economía estable con ingresos periódicos y ahorros mejorará el bienestar.
- Bienestar ambiental. El ambiente se refiere a pequeña escala a nuestro hogar. Vivir en un micropiso sin apenas luz y con poco espacio puede provocar malestar. A gran escala, se relaciona con el entorno local. Es decir, con la falta de contaminación, espacios verdes, lugares de ocio…
- Bienestar social. Otra parcela fundamental es la social tanto en el terreno familiar como en el de la pareja o los amigos. Sin apoyo no somos nada.
- Bienestar físico. Abarca una buena salud fisiológica, suficientes horas de sueño, alimentarse adecuadamente y hacer deporte de vez en cuando.
- Bienestar espiritual. Para muchas personas el bienestar espiritual proviene de la religión. Para otras, esta dimensión se relaciona con tener un propósito de vida. Por ejemplo, contribuir a que la sociedad sea mejor reciclando, siendo veganas, haciendo voluntariado, etc.
- Bienestar emocional. Un buen estado emocional implica aceptar lo que sentimos de forma incondicional. En otras palabras, entender que emociones como la tristeza, el miedo o la ira son necesarias siempre y cuando no sean desproporcionados.
- Bienestar intelectual. En último lugar –pero no menos importante– se encuentra la dimensión intelectual. Se trata de esa motivación que nos impulsa a estudiar, a conocer cosas nuevas, a devorar libros en una noche o a leer interminables hilos de Twitter sobre curiosidades.
Antes de juzgar el estado psicológico de otra persona o de minimizar tu sufrimiento “por tenerlo todo”, pregúntate si todas las dimensiones del bienestar están cubiertas.