Las notificaciones de WhatsApp las carga el diablo, y es que no hay nada que resulte tan molesto como esos dos ticks azules que implican que tu mensaje ha sido leído sin que hayas obtenido respuesta. Cuando ese sucede, nuestra cabeza comienza a reproducir un sinfín de pensamientos bastante desagradables en bucle. “Pasa de mí”, “he dicho una gilipollez”, “me están haciendo el vacío”… ¿Y si te dijese que ninguna de estas afirmaciones es cierta?
Desde que surgieron las redes sociales, la forma de socializar ha cambiado drásticamente. Algunos consideran que esta nueva comunicación es más fría e impersonal que el contacto cara a cara, pero la pandemia nos ha demostrado que WhatsApp es una vía fundamental para sentirnos cerca de quienes nos rodean.
El problema es que las conversaciones a través de una pantalla pueden dar lugar a muchos malentendidos. Un simple ‘ok’ puede ser interpretado de forma neutral o como una declaración de guerra, y aunque los emojis pueden suavizar cualquier texto, muchas veces no tenemos tiempo de añadir un corazón o una carita sonriendo a nuestro mensaje.
Seguro que alguna vez has tenido una discusión vía WhatsApp que surgió por malas interpretaciones de mensajes totalmente inofensivos. Y cuando eso sucede, lo último que nos apetece es perder el tiempo aclarando algo que en una conversación cara a cara no habría provocado ninguna disputa.
Además de estos malentendidos, hay otro inconveniente de las redes sociales: su potencial adictivo. Que levante la mano quién no se haya obsesionado más de la cuenta con WhatsApp, Instagram o Twitter. Incluso las personas que menos importancia dan al móvil acaban mirando si hay alguna notificación nueva o notando una vibración en el bolsillo cuando en realidad no hay ningún mensaje.
Esta adicción es fruto de la inmediatez de las redes sociales. WhatsApp nos ofrece una comunicación instantánea, y esta aparente ventaja puede convertirse en un arma de doble filo.
Enviamos un mensaje, nos leen, pero no nos responden al momento. Nos agobiamos y exigimos a nuestros contactos que estén disponibles las 24 horas del día y los 7 días de la semana. Pero, ¿qué se esconde detrás del tick azul?
Lunes. Te levantas a las ocho menos cuarto y te duchas con prisas para encender el ordenador o ir corriendo al trabajo. Las horas pasan como si fuesen eternas y cuando tienes un pequeño descanso lo único que te apetece es descansar o, como mucho, cotillear en Instagram. Llegas a casa, te pones una serie y haces la cena. Después friegas y te duermes en el sofá para después arrastrarte como un zombi hasta la cama. ¿Te suena esta escena?
Vivimos en una sociedad en la que la productividad es lo más importante. No tenemos tiempo ni siquiera en vacaciones, ya que aprovechamos para hacer todos esos quehaceres que no podemos quitarnos de encima cuando tenemos trabajo pendiente. En este clima de sobrecarga laboral, WhatsApp pasa a un segundo lugar.
Hay muchas personas que ocasionalmente hacen una pequeña desintoxicación de redes sociales. Es más fácil borrarse Instagram o Facebook que WhatsApp, así que simplemente lo dejan de lado, silencian las notificaciones y no están tan pendientes.
Esto no significa que tú no seas importante para tu amigo, simplemente necesita desconectar de la exigencia de las redes sociales.
Cuando pasamos por un mal momento algo tan sencillo como hacer la cama, ducharnos o responder un WhatsApp se convierten en tareas casi imposibles.
La ansiedad o la tristeza pueden resultar muy incapacitantes, y si ellas son las que están provocando los ‘desplantes’ en WhatsApp no debes sentirte abandonado. Entiende que la otra persona necesita tiempo para entender lo que le sucede sin sentirse presionada ni juzgada.
Establecer límites implica poner nuestras necesidades y nuestra salud mental a la altura de la de los demás (o incluso un poco por encima). En otras palabras, significa escucharnos, entendernos, respetarnos y no forzarnos a complacer a todo el mundo ignorando lo que nuestra cabeza nos pide a gritos.
Una forma de establecer límites es siendo selectivos en WhatsApp. Hay mensajes que exigen rapidez, pero son solo una pequeña parte. El resto suelen ser sobre asuntos triviales o que pueden esperar unos minutos, pudiendo invertir nuestra energía en asuntos que son más prioritarios.
En último lugar, pero no por ello menos importante está la posibilidad de que la otra persona te haya leído y esté tirada en el sofá sin hacer absolutamente nada, pero no le apetezca contestar.
A priori esto puede parecer de mala educación, pero en realidad es un acto de amistad esperar para poder darte una respuesta sincera y tener una conversación en la que de verdad esté pendiente de lo que tú le cuentas.