¿Los celos nos hacen sentir más atracción hacia nuestra pareja? Una psicóloga analiza esta tendencia tóxica
Para algunas personas, es positivo que su pareja sienta celos porque significa que de verdad está enamorado, y otras necesitan de vez en cuando ese aliciente para saber que la llama no se ha apagado
¡Hay una excepción! A veces es normal sentir celos, sobre todo en relaciones en las que una de las partes es infiel constantemente y hace sentir a la otra como si estuviese loca
“Si no sientes celos es que no le quieres de verdad”, ironizaba el grupo Ojete Calor en una de sus canciones haciendo alusión a frases que son populares, pero tremendamente básicas y a menudo falsas. En este caso acertaron de pleno, ya que muchas personas consideran los celos como una declaración de amor.
Los celos al detalle: qué son
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En primer lugar, ¿qué son los celos? Tómate un minuto para responder a esta pregunta.
Se trata de una respuesta emocional, cognitiva y motivacional que se produce cuando percibimos amenazado algo propio, ya sea una persona, objeto o incluso un rol. Pero analicemos más a fondo esta definición:
- Cuando decimos que es una respuesta emocional, hacemos referencia al amplio abanico de sentimientos que podemos experimentar a raíz de los celos. Los más comunes son tristeza, enfado o envidia, pero también vergüenza o culpabilidad.
- También es una respuesta cognitiva, porque provoca ciertos pensamientos que suelen ser irracionales: “Mi pareja no me quiere”, “me va a engañar”, “mi mejor amigo tiene un nuevo mejor amigo”, “mis padres tratan mejor a mi hermano que a mí”… Y en el polo opuesto, los celos también pueden provocar pensamientos ajustados a la realidad: “Me siento así porque estoy inseguro respecto a la relación o a mí mismo”, “no me gusta sentirme desatendido”, “quiero que la relación de un paso más y se formalice”.
- Finalmente, se trata de una respuesta motivacional porque nos impulsa a poner fin a ese estado. Nadie quiere sentirse celoso eternamente, así que actuamos con intención de afrontar los celos. A veces actuamos un poco regular, sobre todo si intentamos controlar a nuestra pareja o le faltamos al respeto, y en ocasiones escogemos el camino de la comunicación asertiva.
- Por otro lado, los celos pueden surgir cuando una persona a la que queremos dedica su tiempo a otras personas o aficiones: “Me da celos que salga siempre con ese amigo” o “es que pasa demasiado tiempo jugando al ordenador”. También existen celos respecto a los objetos, algo que se produce sobre todo en la infancia: “Ese peluche es mío y me lo han quitado”. Y, finalmente, hacia roles: “Mi compañero de trabajo es mucho más bueno que yo y seguro que mis jefes se dan cuenta, ojalá ser como él”.
- En último lugar, la definición de celos también implica posesividad. Percibimos algo como nuestro, y cuando creemos que lo vamos a perder lo pasamos mal. El problema es que los objetos y los roles sí nos pertenecen, pero las personas no. Nuestra pareja, amigos o familiares son libres, y no podemos llevarlos con una correa pegados a nosotros.
¿Por qué confundimos los celos con amor?
Cuando somos pequeños, es normal sentir celos. Aproximadamente a los 2 años aprendemos a diferenciar el mundo de nosotros mismos y entendemos poco a poco que no todo lo que nos rodea nos pertenece. Este proceso termina a los 4 años, pero es habitual que sigamos sintiendo ciertos celos residuales en el terreno de la amistad o de la familia.
Lo ideal es que durante nuestra niñez y adolescencia aprendamos a gestionar los celos con éxito, pero esto no siempre ocurre. Parte de la culpa es de los mitos del romanticismo, una serie de creencias tóxicas sobre las relaciones afectivo-sexuales. Por ejemplo, que necesitamos una media naranja o que debemos saber todo lo que hace, siente o piensa nuestra pareja.
A raíz de estos mitos del romanticismo surgen dos creencias:
- “Es bueno que mi pareja tenga celos, porque significa que le importo”.
- “De vez en cuando es bueno que mi pareja me haga sentir celos, porque así la llama no se apaga”.
Ambas creencias están basadas en la idea de que tener pareja es como tener una posesión, y cuando alguien nos intenta quitar esa posesión, debemos protegerla con más fuerza. Pero esto es falso. Debemos cuidar, valorar y querer a nuestra pareja no por miedo a perderla, sino por todo lo que nos aporta. Y para ello es fundamental verla como un ser independiente.
Si llevamos esta premisa a una situación real como vemos por ejemplo en el reality ', es muy fácil ver los riesgos de los celos. Centrémonos en la pareja de Marina y Jesús. Ella confiesa que su relación es algo que da por sentado. Sabe que Jesús está dispuesto a hacer lo que le pida, y quiere sentir que lo puede perder para volver a valorarlo. En otras palabras, cree que los celos son la salvación de su relación, cuando en realidad son los responsables de que esté deteriorándose a pasos agigantados.
No es malo sentir celos: es malo culpar a tu pareja por ello
Los celos no son la emoción más agradable del mundo, eso está claro, pero a veces son incontrolables. ¿Significa eso que debamos culparnos por sentirlos? En absoluto. Somos humanos, no robots programables. Lo que sí está en nuestra mano es gestionar los celos de la forma más sana posible:
- Antes de gritar a tu pareja, pregúntate por qué estás tan enfadado.
- No revises su móvil.
- Recuerda que tu pareja es libre de decidir cómo viste y quiénes son sus amistades.
- No discutas en caliente porque dirás cosas de las que te arrepentirás después.
- Tampoco debes ocultar los celos. Si estás sintiéndote mal, tu pareja tiene derecho a saberlo, pero siempre dejando claro que esas emociones son responsabilidad de tus inseguridades y no de su conducta.
Pero ojo, porque hay ocasiones en las que los celos están justificados. Por ejemplo, en relaciones tóxicas donde hay múltiples infidelidades, pero te hacen sentir como si fuesen imaginaciones tuyas. Esto se llama sufrir 'luz de gas, una forma de maltrato psicológico. Si ese es tu caso, la solución no es discutir una y otra vez por lo mismo, sino poner punto y final y dedicar tiempo para superar las secuelas de una relación tóxica.