El inevitable y necesario estornudo que ahora es un riesgo por el coronavirus puede llegar a los 60km/h
El estornudo no se puede evitar, es veloz, y no es bueno reprimirlo
De noche no estornudamos y la luz puede provocar que lo hagamos
La expresión ‘salud’ tiene origen en Roma
Estornudar se ha convertido en un acto de "alto riesgo" con la expansión del coronavirus, sobre todo desde que éste ha tomado la categoría de pandemia. La facilidad con la que este virus se expande ha llevado a extremar las precauciones en todos los contextos públicos (a veces hasta límites innecesarios) y a desatar un verdadero bombardeo mediático en torno a cuáles son las medidas de protección y seguridad que deben adoptarse.
Entre ellas, protegerse a la hora de estornudar utilizando el brazo, y no la mano, por ser la primera un área que se encuentra normalmente en menor contacto directo con otras personas y cosas. ¿Por qué es tan peligroso el estornudo cuando hablamos del contagio de infecciones y enfermedades? ¿Por qué se considera uno de los posibles síntomas del coronavirus? ¿Cuáles son las causas de los estornudos y qué curiosidades sabemos sobre ellos?
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Algunas curiosidades sobre los estornudos
1. Estornudar es un acto reflejo: Por mucho que queramos, es imposible controlar un estornudo, ya que éstos tienen que ver con la presencia de agentes irritantes, como pude ser polvo, pelo, etc., y son una respuesta automática ante ellos. También pueden provocarlos los cambios bruscos de temperatura, las alergias y, por supuesto, las enfermedades respiratorias. Cuando estornudamos expulsamos aquello que nos molesta (al menos en teoría) y, con ello, también aire pulmonar y microgotas que salen de nuestras fosas nasales y nuestra boca, con la consecuente posibilidad de contagio de cualquier afección respiratoria que padezcamos en ese momento.
2. Los estornudos son muy veloces: La velocidad de un estornudo puede alcanzar los 60 kilómetros por hora y las gotitas de saliva que expulsamos pueden llegar hasta siete metros de distancia. Conviene, por tanto, taparse cuando estornudamos si no queremos expandir drásticamente nuestra dolencia.
3. Es casi imposible mantener los ojos abiertos cuando estornudamos: Ello ocurre porque los músculos del cuerpo se contraen durante el estornudo, y esta lógica se aplica a zonas tan dispares de nuestro cuerpo como los párpados o el esfínter. Además, es posible que llevemos la cabeza hacia adelante para facilitar la salida del aire.
4. Mejor no taparse con las manos: Aunque es nuestro primer impulso (precisamente para frenar el avance de las gotitas que se liberan con el estornudo), no es bueno usar las manos para taparnos nariz y/o boca, porque traspasaremos a ellas todo aquello que queremos evitar transmitir y, de nuestras manos, los virus o infecciones pasarán a otras personas y objetos con los que interactuemos. Si no podemos evitarlo, hay que lavarse las manos tras estornudar y evitar tocar cualquier cosa. Lo mejor en caso de ‘emergencia' (aunque no lo óptimo) es taparse con el antebrazo.
5. La expresión ‘salud’ tiene origen en Roma O al menos esa es una de las teorías al respecto. Se dice que, en los tiempos de la peste bubónica, y dado que estornudar era uno de los síntomas de esta enfermedad mortal, el Papa Gregorio VII aconsejó decir “Que Dios te bendiga” para pedir salud y proteger al enfermo. Las expresiones “Jesús” o “Salud” serían derivaciones de esta primera fórmula.
6. De noche no estornudamos: Ello se debe a que, cuando dormimos, los nervios involucrados en este acto reflejo también ‘duermen’.
6. La luz nos hace estornudar: Al parecer, una de cada tres personas estornudan al exponerse de forma más o menos brusca a una luz brillante. Otros actos como depilarse las cejas también pueden provocar este impulso.
7. No es bueno reprimirlos: Aunque es un acto muy habitual, reprimir un estornudo no solo no es bueno, sino que puede ser peligroso. Pude dañarse el diafragma o romperse un vaso sanguíneo en el ojo, y también lesionarse el oído interno.
8. No es tan malo como parece: Estornudar suele ser nuestra respuesta a un resfriado o enfermedad similar, causada normalmente por distintos tipos de virus. Precisamente pasar por este tipo de contagios refuerza nuestro sistema inmunológico, lo que, a la larga, nos hace más fuertes y resistentes.