Investigadores del Max-Planck-Zentrum für Physik und Medizin de Erlangen (Alemania) han demostrado por primera vez que la COVID-19 modifica significativamente el tamaño y la rigidez de los glóbulos rojos y blancos, a veces durante meses. Estos resultados, publicados en la revista 'Biophysical Journal', pueden ayudar a explicar por qué algunas personas afectadas siguen quejándose de síntomas mucho tiempo después de una infección.
Dificultad para respirar, fatiga y dolores de cabeza son algunos de los síntomas con los que algunos pacientes siguen luchando después de seis meses o más de la infección. Este síndrome posterior a la COVID-19, también llamado COVID-19 persistente, aún no se entiende bien.
Lo que está claro es que, durante el curso de la enfermedad, a menudo la circulación sanguínea se ve alterada, pueden producirse peligrosas oclusiones vasculares y el transporte de oxígeno está limitado. Todos estos son fenómenos en los que las células sanguíneas y sus propiedades físicas desempeñan un papel fundamental.
Para investigar este aspecto, este equipo de científicos midió los estados mecánicos de los glóbulos rojos y blancos. "Pudimos detectar cambios claros y duraderos en las células, tanto durante una infección aguda como incluso después", explica uno de los líderes del estudio, Jochen Guck.
Para analizar las células sanguíneas, utilizaron un método de desarrollo propio que envía las células sanguíneas a través de un canal estrecho a gran velocidad. En el proceso, los leucocitos y eritrocitos se estiran. Una cámara de alta velocidad registra cada uno de ellos a través de un microscopio, y un 'software' personalizado determina qué tipos de células están presentes, y su tamaño y deformación. Se pueden analizar hasta 1.000 células sanguíneas por segundo. La ventaja del método es que es rápido y las células no tienen que ser etiquetadas en un procedimiento laborioso.
Los biofísicos examinaron más de cuatro millones de células sanguíneas de 17 pacientes gravemente enfermos con COVID-19, de 14 personas que se habían recuperado y de 24 personas sanas como grupo de comparación. Descubrieron que, por ejemplo, el tamaño y la deformabilidad de los glóbulos rojos de los pacientes con la enfermedad se desviaban mucho de los de las personas sanas. Esto indica daños en estas células y podría explicar el mayor riesgo de oclusión vascular y embolias en los pulmones.
Además, el suministro de oxígeno, que es una de las principales tareas de los eritrocitos, puede verse afectado en las personas infectadas. Los linfocitos (un tipo de glóbulo blanco responsable de la defensa inmunitaria adquirida) eran a su vez significativamente más blandos en los pacientes con COVID-19, lo que suele indicar una fuerte reacción inmunitaria.
Los investigadores hicieron observaciones similares en los granulocitos neutrófilos, otro grupo de glóbulos blancos que participan en la respuesta inmunitaria innata. Estas células seguían estando drásticamente alteradas incluso siete meses después de la infección aguda.
"Sospechamos que el citoesqueleto de las células inmunitarias, responsable en gran medida del funcionamiento celular, ha cambiado", explica Markéta Kubánková, primera autora del artículo de investigación. En su opinión, este método tiene el potencial de utilizarse de forma rutinaria en el diagnóstico de COVID-19, e incluso de servir como sistema de alerta temprana contra futuras pandemias causadas por virus aún desconocidos.