Los resultados obtenidos por un estudio internacional dirigido por investigadores de la Universidad Técnica de Múnich y el Helmholtz Zentrum Múnich (Alemania) demuestran que, cuando los niveles de polen en suspensión son más altos, la tasa de infección por SARS-CoV-2.
Durante la primavera de 2020, los científicos observaron que el brote de la pandemia de coronavirus coincidió con una gran concentración de polen en la gran mayoría del hemisferio norte. Esta primera observación fue la que motivó la investigación para demostrar si, en efecto, existía una relación entre los niveles de polen en el aire y la tasa de contagio por covid19.
Para llevar a cabo el estudio, se procedió a una recolección de datos que, a parte de los niveles de polen en suspensión y la tasa de contagio en cada momento, incluían detalles sobre la información meteorológica teniendo en cuenta la variación de las tasas de infección de un día a otro y el número total de pruebas positivas.
En el estudio se tuvieron en cuenta además datos relativos a la densidad de población en cada área y se introdujeron variables como las diferentes medidas restrictivas establecidas en cada región: confinamientos, toques de queda, etc.
La investigación, que contó con la participación de 154 investigadores, analizó datos recopilados en 130 estaciones distribuidas en 31 países con presencia de los 5 continentes.
Los resultados arrojados por el estudio demuestran que la acumulación de polen en suspensión, explica en gran medida las variaciones en la tasa de infección. Además, los resultados permiten concluir que otros factores como la humedad o la temperatura también pueden tener un efecto directo en la tasa de contagio.
En aquellas zonas e intervalos en los que las medidas restrictivas eran más laxas, la tasa de infección aumentaba en torno a un 4% por cada 100 gramos de polen por metro cúbico. A lo largo de los meses en los que se desarrolló el estudio, la acumulación de polen en el aire llegó a ser de 500 gramos por metro cúbico en algunas ciudades alemanas. Esta densidad de polen, prueba el estudio, llegó a suponer un incremento de hasta un 20% en las tasas de infección.
Cuando un virus entra en nuestro organismo, las células infectadas suelen reaccionar enviando unas proteínas mensajeras conocidas como interferones que ponen en alerta a nuestro sistema inmunitario haciéndole saber que debe aumentar las defensas para frenar a un agente externo infeccioso, en este caso, el SARS-CoV-2.
Sin embargo, si las concentraciones de polen en el aire son elevadas y se inhalan los granos de polen con las partículas de virus, se generan menos interferones antivirales. Es decir, nuestra respuesta al virus es más lenta y por tanto estamos más desprotegidos frente a una posible infección.
A diferencia de lo que se podría pensar a-priori, tener o no alergia a las partículas de polen en suspensión es irrelevante. Tanto si somos personas alérgicas como si no, estaremos más o menos expuestos al contagio en función de la cantidad de polen en suspensión.
Una de las autoras del estudio, Stefanie Gilles, indica que es recomendable alertar a la población más vulnerable cuando los niveles de polen en suspensión experimentan una concentración elevada.
Tal y como aconseja Claudia Traidl-Hoffmann, otra de las investigadoras, las personas de alto riesgo, por tanto, deben estar pendientes de los niveles de polen en suspensión y llevar una mascarilla capaz de filtrar tanto las partículas de polen como los posibles virus en suspensión.