Este invierno ha sido el segundo más cálido desde 1961 y el más caluroso del siglo XXI, según los meteorólogos. Esto, seguido de una primavera que se pronostica más seca de la cuenta, provoca, entre otras cosas, que proliferen las plagas de orugas procesionarias, cuya etapa vital va ligada a los estaciones más calurosas. Se suelen desarrrollar entre enero y abril.
La procesionaria es una especie de lepidóptero que acecha en las zonas de pinares, debe su nombre a que se desplazan una detrás de la otra como si fueran en procesión. Esta oruga es considerada como el insecto defoliador más importante de los pinares de España, es decir, el que provoca la caída artificial de las hojas en las plantas.
Durante las etapas más frías, estas orugas, también denominada Thaumetopoea Pityocampa, se albergan en nidos situados en las copas de los pinos. Cuando llega el calor –cada vez antes debido al calentamiento global– los insectos desfilan en grupo por los troncos para enterrarse en zonas seca.
El problema es que el contacto directo o indirecto con sus pelos es peligroso para la salud. No son insectos que piquen sino que poseen una sustancia tóxica en sus pelos denominada Thaumatopina, que le confiere capacidad urticante. La afección cutánea, urticaria de contacto y dermatitis son las consecuencias más comunes aunque también puede provocar una afectación ocular, rinitis e incluso manifestaciones respiratorias y anafilaxia.
Si bien es cierto que los seres humanos también están expuestos a los rasgos venenos de estos insectos, son los animales de compañía, sobre todo los perros, los que más amenazados están. Esta oruga despierta la curiosidad de los canes al ver algo moverse en el suelo y querer olerlo, jugar o incluso comerlo. Esto puede tener consecuencias fatales si no se trata a tiempo, como necrosis en la lengua o incluso lesiones graves en el esófago si la saliva está contaminada y llega al interior del animal.
José Ballester, veterinario y Practice Manager del hospital veterinario AniCura, nos ofrece recomendaciones para conocer los síntomas y prevenir el contacto de nuestros animales con la oruga:
Debemos estar atentos al pasear a nuestra mascota por zonas de vegetación, especialmente donde haya pinares. "Debemos observar por dónde se mueven con el fin de evitar que entren en contacto con estos insectos", indica el experto. Los síntomas más comunes que nos pueden hacer sospechar del contacto suelen ser eritemas o rojeces en la piel, babeo espeso, boca inflamada, jadeos o incluso que el perro no se levante.
Si nuestra mascota tiene alguno de estos síntomas, debemos mojar la boca lo más rápido posible para intentar bajar la concentración de toxinas y acudir lo antes posible al veterinario. "El profesional tratará al animal con antihistamínicos, corticoides y analgésicos, y le realizará un seguimiento pasado unos días para observar su evolución", corrobora el veterinario, que ya ha atendido varios casos de procesionaria. “Actuar a tiempo en caso de contacto con la oruga puede reducir considerablemente las consecuencias”, concluye Ballester.
El trabajo de prevención de los equipos de control de plagas de las ciudades juega un papel muy importante para controlar la invasión de este tipo de oruga. Se deben retirar los nidos cuando todavía nos han salido los gusanos, que suele ser entre los meses de noviembre a enero, dependiendo de la climatología. Una vez retirados los nidos, se embolsan y se destruyen, generalmente quemándolos. Esto ayuda a que no nazcan nuevas orugas y se reduce considerablemente la plaga.