Vivimos en una sociedad obsesionada con el físico. Desde las redes sociales hasta el cine o las marquesinas de los autobuses, todo nos recuerda la importancia de tener un aspecto normativo. Sin acné, sin celulitis, sin estrías, sin palidez, sin grasa. Tiene que encajar con fotografías previamente editadas en las que ni los propios modelos se reconocen, y por supuesto asemejarse a unos filtros que distorsionan nuestra apariencia haciendo que después sea imposible mirarnos en el espejo.
Al final es inevitable promover el culto a la apariencia y con nuestro lenguaje seguimos perpetuando esa obsesión con la belleza, pero sólo con un ideal inalcanzable.
Como acabamos de ver, el lenguaje tiene mucho peso en nuestra forma de pensar, sobre todo cuando entran en juego los complejos y las inseguridades. La forma en que nos comunicamos con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos, acaba perpetuando ciertos prejuicios, pero también tiene el poder de romper con ellos. Es aquí donde entran en juego lo que conocemos como piropos, frases inocentes que utilizamos para subir la moral de quienes nos rodean, pero que pueden convertirse en un arma de doble filo.
Cuando hablamos de piropos es importante diferenciar entre los comentarios de un desconocido o el acoso callejero, y los cumplidos por parte de alguien con quien tenemos confianza. Vamos a centrarnos en estos últimos.
Los piropos son parte de nuestra comunicación. Nos gusta gustar y también agradar, así que en una conversación es habitual introducir pequeñas muestras de afecto hacia nuestro interlocutor. De esta forma, potenciamos su autoestima y conseguimos que nos vea como alguien agradable, que le sabe valorar y con quien sentirse cómodo. En otras palabras, no hay nada malo en piropear a tu pareja, a tus amigos o a tus familiares. El problema es la forma de hacerlo o cuando lo hacen desconocidos
Pongámonos en situación. Quedas con un amigo al que hace meses que no ves, y cuando aparece notas que ha adelgazado un montón. Si no tienes mucha confianza, lo pasas por alto y no dices nada, pero a veces nos puede la impulsividad y soltamos un “¡Hala! Has adelgazado un montón. Estás genial, enhorabuena”.
¿Qué se puede extrapolar de este comentario? Que adelgazar es algo positivo y deseable, y que por lo tanto esa persona se merece nuestra admiración. Pero, ¿conocemos realmente los motivos que se esconden detrás de esa pérdida de peso? Tal vez ha atravesado una enfermedad física que le ha hecho adelgazar, o quizá ha pasado una mala racha psicológica y por eso ha perdido varios kilos. Incluso es posible que padezca un Trastorno de la Conducta Alimenticia. Sea cual sea el caso, no es agradable que le piropeen por un físico que ha conseguido a base de sufrimiento.
Incluso si el motivo para adelgazar ha sido deseado, este tipo de comentarios sitúan el valor de la persona en su físico. Pero no es algo exclusivo de los procesos de pérdida de peso; también tendemos a piropear si alguien muy delgado engorda con frases como “estás mejor así, con unos kilos de más”.
Lejos de subir la autoestima de la otra persona, generamos una inseguridad a largo plazo, ya que perpetuamos la creencia de que nuestro valor como persona y nuestro atractivo depende solo del físico.
Aunque lo hagamos con la mejor de las intenciones, hacer cumplidos única y exclusivamente basados en el físico puede acabar provocando muchas inseguridades. ¿Significa eso que no podamos piropear a nuestros seres queridos? ¡En absoluto!
Los cumplidos basados en la personalidad, las cualidades psicológicas de otra persona, lo que te hace sentir o sus hazañas son mucho más satisfactorios, provocan una fuerte sensación de autoeficacia, y fomentan una autoestima sólida y estable.
Algunas ideas de este tipo de piropos son: