¿Los patios del colegio perpetúan los roles de género? Un estudio sociológico demuestra que sí
La agresión producida en el tren de Dublín a varias mujeres jóvenes ha abierto un debate: ¿Hay un diferente uso del espacio por parte de hombres y mujeres?
Analizamos las diferentes estrategias para poner remedio al machismo en la escuela
Pese a que, progresivamente, caminamos hacia la meta de la igualdad de género, todavía quedan muchos resquicios de sexismo en nuestra sociedad. Así lo demuestran ataques como el que tuvo lugar en Irlanda a comienzos de abril.
Mientras unas jóvenes corrían para entrar en el metro de la estación de tren de Howth Junction, Dublín, un grupo de veinteañeros las intimidaban y agredían. Una de las chicas fue empujada y otra recibió un golpe en la cabeza, pero el ataque que conmocionó a todo el mundo fue el de la joven que asustada dio un aspaviento y cayó a las vías del metro, afortunadamente sin lesiones físicas. En ese momento, el grupo de veinteañeros huyó, pero las grabaciones han provocado una oleada de críticas.
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La principal crítica es aquella que reflexiona sobre cómo los prejuicios de género influyen en el uso de los espacios públicos, algo que se refleja a la perfección en el vídeo de la agresión. El grupo de jóvenes se sitúa en el centro del pequeño arcén para acceder al tren, mientras ellas les esquivan como pueden. Pero, ¿esto es un caso aislado o una dinámica más habitual de lo que pensamos?
La diferencia de género en el patio del colegio
Todos recordamos los recreos en el colegio. Las chicas jugaban al escondite, saltaban a la comba o merodeaban por los alrededores del patio mientras un grupo de chicos monopolizaba el área central para jugar al fútbol.
Si bien esta dinámica ha cambiado por los años, son muchos los expertos que han señalado la influencia en nuestros roles de género durante la adultez. Es el caso de Cristina Brullet, socióloga y pedagoga, y Marina Subirats, socióloga y filósofa. En colaboración con el Ministerio de Cultura, en 1988 publicaron un estudio en el que analizaban a fondo cómo el colegio perpetúa ciertos roles sexistas.
Bajo el título de ‘Rosa y Azul: La transmisión de los géneros en la escuela mixta’, Brullet y Subirats analizan como pese a no existir ninguna norma explícita que dicte cómo deben jugar las niñas y los niños, sí que surgen diferencias que conducen a ellas al a pasividad y a ellos al protagonismo, reproduciendo sesgos tradicionales.
En el ensayo, las autoras explican cómo se produce una tendencia a monopolizar el patio por parte de los niños, a menudo recurriendo al fútbol. De esta forma, el recreo se convierte en un reflejo de lo que sucede en el mundo exterior y las niñas aprende a evitar molestar, limitando su ocio a algo silencioso, discreto y sutil. Mientras esto sucede, los profesores suelen reaccionar con permisividad, otorgando esto a “la espontaneidad de los niños”. Para solucionar este problema, proponen un acercamiento a la coeducación promoviendo un juego más igualitario.
Cómo cambiar los estereotipos machistas en la escuela
En un libro posterior llamado ‘Balones fuera’, Cristina Brullet y Marina Subirats propusieron varias estrategias para solucionar el problema machista que desenmascararon en su anterior estudio.
- Fomentar juegos neutros como el escondite para potenciar la unidad grupal en vez de la división de géneros.
- Dedicar más tiempo a otros deportes como el baloncesto o el voleibol.
- Crear debates con los alumnos para que los menores den su opinión sobre esta diferencia de jerarquía y creen sus propios argumentos.
- Convertir a los alumnos más mayores en mentores para los pequeños, organizando juegos neutros y desarrollando un sentido de la responsabilidad, la sensibilidad y el cuidado.
- Organizar campeonatos de fútbol femenino y que los niños comiencen a ver a las mujeres como “compañeras” en el contexto lúdico.
- Organizar campeonatos de juegos típicamente femeninos para los niños, como saltar a la comba.
- Retirar el balón del patio del colegio varios días a la semana y colocar elementos que rompan la estructura del espacio, como fuentes o areneros, para fomentar que los menores socialicen en vez de destinar la hora del recreo a practicar algún deporte.
Aunque el estudio se remonta a 1988 y el libro con estrategias a 2010, cualquier estudiante sabe que no se han producido muchos cambios en este aspecto con los años. Los patios del colegio siguen sufriendo una división que sitúa a los niños en el campo de fútbol y a las niñas en los alrededores.
¿La culpa es del fútbol o de los adultos?
¿El problema son los balones? En absoluto. Lo que se crítica son los roles de género que perpetuamos desde la infancia, asociando ser niña con la sensibilidad y la pasividad, y ser niño con la actividad física y la dominancia. Y esto no sólo se refleja en el patio del colegio, sino también en la ropa de los recién nacidos, en los juguetes o en los comentarios de los propios padres y profesores.
Si nosotros enseñamos a los niños que es preferible jugar con un balón porque las muñecas, los juegos imaginativos o las cocinitas son “cosas de niñas”, aprenderán a perpetuar dichos roles. Lo mismo sucede con aquellas niñas que prefieren jugar con camiones o que salen de casa impolutas, pero vuelven con la ropa llena de barro. Son tachadas de “marimacho” e incluso sus propios padres les exigen ser más delicadas.
No hay una base biológica que explique este tipo de diferencias por género; somos los adultos quienes creamos y perpetuamos ciertos roles anticuados. La gran incógnita es si un gesto inocente como dar un balón a un niño y una Barbie a una niña puede desembocar a largo plazo en incidentes como el que ha vivido Dublín. Ante la duda, mejor prevenir que curar.