Que entre los síntomas del covid está la pérdida del olfato, no es novedad. Sí que lo es la conclusión de un estudio llevado a cabo en 18 hospitales europeos entre 2.600 pacientes de coronavirus, que ha determinado que a menor gravedad de la enfermedad menos se huele. La mayoría de enfermos recupera este sentido en unas semanas.
El trabajo se ha publicado en el Journal of Internal Medicine. Un grupo de médicos ha seguido, desde los primeros síntomas y durante seis meses, a 2.600 pacientes en toda Europa para analizar la relación entre el trastorno en el olfato y el covid. La mayoría fueron enfermos que ni siquiera necesitaron hospitalización. También han trabajado con un centenar de casos moderados y 300 más graves y críticos.
El 74,2% de los pacientes tenían anosmia o hiposmia, es decir, pérdida total o parcial del olfato. La disfunción olfatoria se sitúa así como el síntoma más prevalente, por delante de los problemas respiratorios como la tos, dificultad para respirar o fiebre.
Lo más destacable de las conclusiones de estos científicos es que en los enfermos leves la pérdida del olfato se da en el 85,9% de los casos. En el resto de pacientes –moderados y graves- ese porcentaje es tremendamente inferior. “Es como una marca natural para reconocer la firma del virus. Cuando compruebas la prevalencia de la disfunción olfatoria entre todos los grupos con respecto a la gravedad, se puede observar que en pacientes graves o críticos, se da apenas en el 10% de los casos”, ha dicho el investigador de la Universidad de Mons (Bégica) y coautor del estudio, Jérome Lechien, en declaraciones recogidas en El País.
Los investigadores no saben por qué los enfermos leves son los más afectados en el sentido del olfato. Valoran que puede ser porque el virus no pasa de la nariz y ataca fuertemente a las mucosas nasales. También que los enfermos más graves no están en circunstancias de valorar su capacidad de oler.
En este estudio, a diferencia de los previos sobre la pérdida del olfato, parte de los participantes han tenido que “oler 16 bastoncillos con distintos aromas e intensidades” con la única finalidad de evitar las subjetividades y percepciones de los pacientes.
Entre los pacientes anósmicos, más de la mitad tenían también problemas con el sentido del gusto (disgeusia). Casi 1.000 de los participantes sufrían cacosmia, es decir, olían mal algo que huele bien y dos de cada diez padecían de fantosmia. O sea, notaban olores que no existían.
“Estas alteraciones pueden tener una causa física o a una alteración neurológica”, según el otorrinolaringólogo del Hospital Universitario Donostia que también ha participado en el trabajo, Carlos Miguel Chiesa y que comenta que las dos principales alucinaciones olfatorias, la cascosmia y la fantosmia, pueden darse a la vez. Lo que no está claro aún es si son consecuencia de la enfermedad o un indicativo de la recuperación del paciente.
Como explica Chiesa, “los pacientes que han sufrido una alteración del olfato tras sufrir la COVID-19 podrán presentar ambos síntomas, bien sea en relación con el proceso inflamatorio a nivel del bulbo olfatorio o como parte del proceso de recuperación nerviosa”. Es decir, podrían ser un síntoma de la enfermedad o una prueba del proceso de recuperación.
La mayoría de estos pacientes recuperan el olfato muy pronto. Solo un 4,7% seguía teniendo problemas para oler seis meses después.